Capítulo 6: La tormenta

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Lo primero en lo que pensó Paul al levantarse ese jueves fue en el momento en el que se ensimismó tanto en aquel juego que le había hecho ganar en su orgullo pero perder horas de sueño. Cualquier persona envidiaría las horas que él había dormido pero nunca eran suficientes. Eran casi las doce así que se permitió saltar el desayuno para ponerse a cocinar algo un poco más elaborado para la hora de comer. Mientras el sofrito que estaba haciendo reposaba lo suficiente, cogió, como cada vez era más frecuente, su libreta. 

Nunca me había fijado en lo que las prendas cambian a una persona. Yo siempre he sido de chándal. Quizá los pantalones anchos me hagan parecer más alegre  y por eso le gustan tanto a Rus. Igual mi abrigo morado me haga más distante. No sé si lo mío entonces son las sudaderas, las camisas anchas o las chaquetas de cuero. Yo ya sé que lo tuyo son las sudaderas pero no sé si es lo que te gusta llevar. Con ella se te ve menos seguro. Por eso puede que siempre lleves jerséis para que nadie vea lo mucho que te gusta abrazar a Bea o dejarte caer sobre Martin. Quizá la sudadera enseñe algo de ti que sólo eres en ese salón. 

No sé que hago escribiendo sobre sudaderas

lo mío siempre había sido hablar de fenómenos naturales

o de  la naturaleza

quizá la vida moderna sea hablar sobre esto

Cerró su libreta justo a tiempo para no cometer un desastre culinario, terminó de especiar su sofrito para verter sobre él un caldo, las verduras y unas pocas de lentejas. Nada mejor que un plato caliente para romper aquel ayuno y sentir que cada vez el invierno estaba más cerca.

 Álvaro se despertó con su amiga Bea ya cantando en la ducha. Siempre solía despertar a la misma hora. Era demasiado nocturno como para perder su energía yéndose a dormir temprano. Así que aprovechaba las horas de luna y dormía hasta el mediodía para así ir luego a clase por la tarde. El jueves era un día aburrido. Martin no iba a clase de teatro porque le coincidían no sabía exactamente cuales de sus clases de baile y además, Bea siempre llegaba tarde. Se levantó de la cama sin demasiado ánimo, se lavó la cara y abrazó a Bea. Hoy era uno de esos días en los que no le apetecía salir de aquella burbuja que era su hogar.

Paul tras un aburrido día de clase analizando una película romántica y modificando por sexta vez ese guion que nunca iba a ser perfecto, volvía a casa ensimismado en sus pensamientos. El viento parecía más fresco. El otoño en aquella ciudad no duraba demasiado. Las hojas ya caían cuando todavía se podía salir en manga corta a la calle pero cuando el frío llegaba no tardaba nada en hacerse fuerte y meterse entre sus huesos. Aunque no fuesen más que las ocho de la tarde, la noche era ya profunda y casi nadie caminaba por la calle. Seguía aquel mal tiempo en el que llovía y dejaba de llover a cada rato. Casi todo el mundo iba en coche. Analizaba todos aquellos datos en su cabeza para no pensar en nada en concreto. Lo hacía cada día. Lo normal era llegar a casa mientras analizaba la gente caminar tranquilamente o como corrían hacia un portal o como no había nadie. Pero aquel día un pequeño grito lo sacó de su análisis.

- ¡Paul! - dijo alguien no muy lejos de él.

Al levantar la cabeza vio una silueta reconocible. Le sonrió y este se acercó a él. Le sorprendió verlo dentro de un abrigo que le hacía parecer más pequeño. Álvaro dudo si abrazarle. Al acercarse a él supo que era la forma correcta de saludarle. Paul nunca sabía que se decía en aquellas situaciones, por suerte Álvaro era una persona más social.

- ¿Vienes de clase? - preguntó Álvaro.

- Sí, iba de vuelta a casa - respondió.

- Yo igual.

Un silencio momentáneo hizo que ambos sonriesen casi riendo. Álvaro pensó en que sabía desde aquella mañana que sería un mal día. Había estado disperso en clase, su café se había derramado sobre su jersey y seguía sin tener paraguas. Recordar que Bea no estaba en casa le hizo casi temblar. Y, sin pensarlo demasiado, habló.

El brillo de los ojos no se operaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora