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Podía sentir cómo su mirada exploraba cada rincón de mi ser, sin esperar respuesta de mi parte, como si fuera parte de su plan, si es que en ese momento podía pensar en algún plan en su estado desorientado. Comenzó a hablar con cautela:

- Vamos a salir -.

Con esa voz y la mirada con la que lo dijo, transmitía una amalgama de emociones, sensaciones poco agradables.

Comenzó a articular y susurrar palabras sin sentido. Mi hermana me dijo en un susurro al oído:

- Se está volviendo loco -.

Esa fue mi impresión, pero mi padre parecía convencido de que esas palabras, que yo creía sin conexión, tenían sentido. Estaba seguro de las palabras que repetía una y otra vez.

En ese instante, mi hermana y yo nos inquietamos; la mirada con la que nos lo dijo sugería todo, y no era él quien hablaba. Desde cierto ángulo, se divisaba esa horrible adicción, era ella, la que hacía que nadie reconociera a mi padre. No era él; era el vicio al que se entregó.

Dispersó los pensamientos que lo hacían actuar así y quiso comenzar a hablar:

- No puedes hacer nada bien- , dijo pausadamente, después de beber un sorbo de la bebida que sostenía.

Mi madre se quedó quieta al fondo del pasillo, su mirada reflejaba el terror hacia ese hombre. No podía controlar los nervios, y su voz temblaba. Eran rasgos del miedo que mi madre sentía hacia mi padre, un miedo que resonaba en mi cabeza.

Amargura.

En varias ocasiones, notaba cómo mi madre evitaba reaccionar ante los maltratos de mi padre, aunque no tenía otra opción más que seguir asumiéndolos con una sonrisa, especialmente por nosotras.

Sabía que mi madre lo hacía todo por nosotras, especialmente en ese momento.

No quería revelarnos sus verdaderos sentimientos, pero su expresión facial dejaba claro lo devastada que estaba en realidad.

Las botellas vacías en la mesa aumentaban cada minuto, y el estado de mi padre empeoraba. Mi madre, cegada por el amor, no podía permitirse que él la dejara. ¿Pero a qué precio?

Después de todas las provocaciones de mi padre, todas las complicaciones que generó, mi madre pasaba todos los días de su vida detrás de él, sin percatarse de las opciones reales que tenía. La mejor decisión sería que ella lo dejara, permitiéndole tocar fondo y aprender de sus errores. Sin embargo, ella no podía hacerlo. ¿Podríamos llamar a esta situación dependencia emocional? ¿O cuál sería el término para describir esta relación? Estaba emocionalmente dependiente de él, pero no podía permitir que mi madre sufriera de esa manera por el resto de su vida.

Me sentía en un abismo, en un extraño agujero de pensamientos. Escuchaba discusiones diarias, pero ninguna como la de ese día. Mi madre alzó la voz, cansada de su comportamiento causado por el alcohol, de sus malos tratos hacia ella y hacia nosotros.

- Te crees con el derecho de permanecer todos los días en este estado - , dijo ella pausadamente.- ¿Quién te crees tú para hablarme así? - respondió él con un bofetón.

Mi madre quedó paralizada, sin querer derramar una sola lágrima. Pero con ese golpe, lo único que logró fue esclarecer todo lo que estaba sintiendo. Emociones que se mezclaban de diferentes maneras. No sabía si debía seguir al lado de un hombre que no la valoraba ni la merecía, con tal de no lastimar a las únicas personas que se merecían lo mejor en esta vida: nosotras, sus hijas. Éramos lo único que le importaba; en realidad, éramos todo por lo que ella luchaba a diario. O, como otra opción, dejarlo atrás con la esperanza de que se convirtiera en una mejor persona para todas nosotras.

AdicciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora