Todo estará bien...

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Hay días en los que tardó unos momentos en saber donde me encuentro,  y el abrumador sentimiento inicial me sumerge en la incertidumbre. A menudo, espero despertar entre las paredes de una celda o bajo un cielo de un extraño color rojo. No obstante, en esta ocasión, el techo finamente cincelado de color rojo oscuro me resulta familiar.

Aunque algo no encaja del todo en mis recuerdos, el lugar no me es ajeno; es mi castillo, precisamente la habitación que comparto con mi esposo. En un acto reflejo, lo busco a mi lado, pero solo encuentro un espacio vacío con las sábanas desordenadas. Con un sentimiento de preocupación creciendo en mi interior, salgo de la cama apresuradamente y desciendo las escaleras, con la fortuna de no tropezar.

Jaiden es quien me recibe, sentada en el comedor con una taza humeante. Está irreconocible desde la última vez que la vi, sin rastro de las batallas del purgatorio, como si nunca hubiera sucedido. No lleva la ropa rasgada y sucia, sino un cálido suéter navideño. Es en ese momento cuando noto la decoración que llena cada rincón del castillo.

—Merry Christmas, Cellbit. Supongo que la cena de Nochebuena te dejó agotado.

—¿Nochebuena? — Paso la mano por mi cabello, desconcertado por la situación.

—Ama — una voz conocida se acerca al comedor.

Me quedo petrificado mientras Bobby avanza hacia Jaiden, colocándose detrás de ella. Con un ligero puchero, la abraza de manera amorosa. Analizo sus rasgos; está entrando en la adolescencia, su cabello largo, a pesar del tono similar al de Roier, tiene un mechón turquesa y el mismo estilo que el de Jaiden. Un nudo se forma en mi garganta cuando su mirada se cruza con la mía; me ofrece su típica sonrisa traviesa y siento que es como si nunca se hubiera ido.

—Qué bueno que despiertas — ahora hace una mueca y señala hacia el gran árbol lleno de regalos —. Richas y Pepito se están poniendo insoportables.

Quiero desterrar aquel pensamiento de que él no debería estar aquí, porque hace tiempo que La Federación nos lo arrebató. Si este es un inusual acto de compasión, como el Día de Muertos, sé que será difícil volver a dejarlo ir.

Una sensación de asombro y anhelo se apodera de mí cuando mi hijo Richas entra al comedor desde la cocina, con la típica expresión de descontento cuando no obtiene lo que desea.

—¡Pai, abramos los regalos! — exige con un puchero tierno.

En ese instante, ya no me contengo y corro a tomar a mi pequeño entre mis brazos. Al igual que con Jaiden, reparo en que su camisa está impecable, sin rastro alguno de suciedad o heridas. Está sano y salvo en el castillo.

—¡Pai! — me reprende, sorprendido por mi arrebato.

Ignoró sus quejas y simplemente lo abrazó, mientras algunas lágrimas escapan de mis ojos. Está vivo; no fue aplastado tras el terremoto. Mi reacción toma a Richas por sorpresa, pero él también me devuelve el abrazo con ternura.

—Está tudo bem, pai?

Mi niño toma mi rostro entre sus manos, y quiero grabar cada uno de sus rasgos. Así es como debe estar: a salvo, tranquilo y feliz.

—Tudo está melhor agora — contesto sin dudar. Solo falta alguien para sentirme completamente tranquilo.

Mi mirada se posa en la entrada de la cocina cuando unos pasos se acercan al comedor. La sonrisa de mi esposo ha regresado; no viste prendas negras cubiertas de sangre, y el anillo de bodas brilla nuevamente en su mano. Lo único que me desconcierta es el pequeño niño que trae en sus brazos.

—Guapito — escapa de mí como un acto inconsciente, pero sé que también es por la costumbre.

—Gathino — me contestó de vuelta y deja al pequeño en el suelo. —Bien, ahora que su pa Cellbit despertó, Pepito y Richas pueden abrir sus regalos.

AtardecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora