Cuando le mires
en tu alma sabrás
que la espera no es condena
si a tu lado él está.
Hiedra-Celtian
Evitó cualquier movimiento brusco, consciente de que hasta el más mínimo gesto podría desencadenar una oleada de dolor que recorre mi cuerpo como una tormenta eléctrica. Me muevo con la lentitud de alguien que ha aprendido, a base de castigos, a temerle a su propio cuerpo en estas circunstancias. Apenas soy consciente de cómo llegué a mi habitación—o, mejor dicho, mi celda. Lo más probable es que me hayan arrastrado hasta la cama, pero eso apenas importa. Esta vez, lo sé sin lugar a dudas, los castigos fueron mucho más severos. Son pocas las ocasiones en que me llevan hasta el desmayo, pero supongo que me lo había ganado a pulso.
La tenue luz sobre mi cabeza lanza sombras alargadas que parecen acechar desde las paredes de un blanco inmaculado apenas decoradas con dibujos infantiles. Me pregunto qué hora será, aunque en realidad, el tiempo ha perdido todo significado para mí. Crecer entre estas cuatro paredes, desde que era un niño, me ha robado la capacidad de distinguir entre el día y la noche. Mi existencia se ha convertido en una sucesión interminable de rutinas impuestas por mis captores.
Estoy seguro de que la tortura no se prolongó más tiempo gracias a la intervención de Osito, pero esta vez, había sido diferente. Me había negado a compartir lo que sabía, un acto de desafío que no creí posible. Jamás imaginé que aquellos sueños constantes, que habían sido mi única compañía durante los recientes meses, se convertirían en visiones. Después de tantos años, había llegado a la conclusión de que mi mente simplemente estaba buscando una vía de escape, una manera de crear una ilusión de esperanza. Sin embargo, siempre me resultó curioso que esos sueños—ahora visiones—tuvieran como protagonista a aquel chico de ojos azules, un rostro que, aunque desconocido, me era extrañamente familiar.
A pesar de todo, una parte de mí no puede evitar sentirse orgulloso. No importa cuán lejos llegaron con las descargas, ni cómo el dolor laceraba cada rincón de mi ser; no solté ni una pequeña información. Podría haber mentido, podría haber inventado algo para aliviar el sufrimiento, pero nunca he sido bueno ocultando la verdad, y mis captores, lo sabían. Lo peor de todo es que monitoreaban mi actividad cerebral, esperando cualquier señal que pudiera delatarme. Nunca antes había sentido la necesidad de guardarme algo para mí; siempre compartía todo, no por voluntad, sino por el deseo desesperado de evitar lo que mis captores denominaban "estímulos", esos castigos inhumanos que retorcían mi cuerpo y mente hasta casi romperlos. Pero esta vez, fue distinto. Si lo que vi en esas visiones es cierto, entonces algo está por cambiar, o al menos, es lo que quiero creer con cada fibra de mi ser, aferrándome a esa esperanza como si fuera la única tabla de salvación en un océano de incertidumbre.
El sonido de la puerta abriéndose hizo que todo mi cuerpo se tensara. Aunque reconocí a Osito en el umbral, no pude evitar el nudo de pánico que se formó en mi estómago. Cada vez que esa puerta se abría, temía ser llevado de nuevo a la sala de experimentos, un lugar donde el dolor era la única constante. Sabía que, por mucho que rogara, estaba condenado a hacer lo que ellos quisieran hasta que ya no les resultara útil. Mi vida no me pertenecía; había sido entregada, pieza por pieza, a quienes me mantenían cautivo.
—Buenos días —dijo Osito con su voz artificial, desprovista de cualquier atisbo de emoción—. ¿Cómo estás?
Fruncí el ceño, sintiendo una avalancha de insultos formarse en mi mente, queriendo escapar por mi boca. Pero me contuve. El ardor en mi garganta era un recordatorio cruel de que incluso hablar podía ser doloroso, y además, sabía que nada cambiaría, dijera lo que dijera. Permanecí en silencio, esperando a que Osito revelara sus intenciones. Estaba preparado para que me arrastrara de nuevo a la sala de experimentos si así lo ordenaban. Pero, para mi sorpresa, en lugar de hacerlo, sacó algunos medicamentos de un bolsillo, los colocó en la mesa de noche y me ofreció un vaso de agua. Lo tomé con ansias, sorprendido por la intensidad de mi sed. Los medicamentos fueron un alivio inesperado, envolviéndome en una somnolencia que no tardó en tomar el control. Osito se quedó un rato más, sin pronunciar palabra, quizás preocupado por mi condición.
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Atardecer
Fanfiction"En el silencio del atardecer, la complicidad se viste de tonos cálidos, como el reflejo de dos almas que, juntas, escriben una historia." Atardecer es una recopilación de pequeños escritos que iré actualizando conforme a acontecimientos en QSMP. So...