Capítulo 3

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Las noches se volvían cómplices de mi soledad, envolviendo mi existencia en un manto oscuro y silencioso. Mientras las estrellas parpadeaban en el cielo, yo me sumergía en los pasillos sinuosos de mi propia melancolía. El eco de mis pensamientos resonaba en la penumbra de la habitación, como un susurro interminable que se negaba a desvanecerse.

Mis días se desplegaban como hojas mustias en el otoño, llevando consigo la carga de un amor que había quedado atrás, un amor que nunca fue. Las calles desconocidas se volvían testigos de mi deambular, mientras buscaba respuestas en los rincones más sombríos de esta nueva vida. Pero cada callejón, cada esquina, parecía emular la oscura trama de mis propias incertidumbres.

En una de esas noches inquietas, me encontré en un café de aspecto melancólico. El aroma del café se entrelazaba con la humedad de las palabras no dichas que flotaban en el aire. Tomé asiento en una esquina apartada, con la esperanza de perderme en el vaivén de la taza humeante, el apartamento algunas noches parecía algo asfixiante y un día que vagaba por las calles, este café llamó mi atención, parecía tranquilo.

El ruido distante de conversaciones ajenas creaba una sinfonía de distracción y era justo lo que necesitaba en estos momentos, algo que distrajera mi mente, pero no lo estaba logrando del todo. Mi mirada se perdía en la espiral ascendente del vapor, mientras intentaba escapar de la espiral descendente de mis propios pensamientos. Era como si el café pretendiera ser el antídoto para mi alma envenenada.

Fue entonces que mis oídos captaron un susurro entre la cacofonía ambiental. Una voz suave, apenas perceptible, pero cargada de una melancolía que resonaba con la mía. Mi mirada se desvió hacia una figura solitaria en la mesa cercana.

Era una mujer de apariencia enigmática, con ojos que llevaban la huella de secretos bien guardados. Su cabello caía en cascadas desordenadas, como las sombras que danzan en la penumbra de la noche. Sin mediar palabra, se acercó a mi mesa y dejó caer un libro antiguo con un suspiro.

— Las historias que nunca contamos son las que más nos persiguen. — dijo con una voz que resonaba como el eco de los siglos.

"¿Y tú quién eres?", pensé.

Lo de socializar no se me daba mucho últimamente, parecía más una viejita amargada que iba quejándose por la vida, pero esta chica parecía amable, y debo admitir que había llamado mi atención, no solo por su apariencia, si no por lo que me había dicho y el libro que había puesto en mi mesa.

La tapa del libro revelaba un título apenas legible: "Entre Sombras y Susurros". Le di una mirada a la mujer, ¿qué debía decir? ¿hola? ¿cómo te llamas?

Para mi suerte ella pareció entender mi expresión de confusión y es como si hubiera visto mi batalla interna al no saber que decir, extendió el libro hacia mi y me dio una sonrisa de boca cerrada.

A medida que hojeaba sus páginas amarillentas, mis ojos se encontraron con relatos entrelazados de amores prohibidos y pasiones sepultadas en el polvo del tiempo.

La mujer se sentó frente a mí, sus ojos penetrantes buscando los míos.

— A veces, encontramos consuelo en las historias que reflejan nuestras propias penas. —murmuró.

Parecía tener las palabras correctas para acercarse a mi, para captar mi atención. ¿Tan evidente era que la estaba pasando como la mierda? ¿Quién era esta mujer?

No era una casualidad; era un encuentro predestinado en las sinuosidades de la existencia, o eso es lo que quería creer. Mientras compartíamos el café y las historias entrelazadas en aquel libro ancestral, sentí que las sombras se retiraban, al menos por un momento. ¿Podría esta mujer misteriosa ser la llave para liberarme del hechizo que me ataba al pasado? Creo que era muy pronto para pensar eso, pero, por primera vez desde que estaba aquí, logré pasar una noche sin pensar del todo en Dante.

Lo que nunca te dije, pero siempre penséDonde viven las historias. Descúbrelo ahora