Me encontraba en mi apartamento, sumida en pensamientos oscuros que flotaban en el aire como sombras de recuerdos y emociones no resueltas. La soledad de las cuatro paredes parecía abrazarme, recordándome lo efímera que puede ser la compañía humana.
Es feo, pensé, ver cómo la vida pasa y no poder hacer nada para detenerla. Las personas se van, algunas por causas inevitables como la muerte, otras por elección propia, y algunas más, las más difíciles de aceptar, porque rompieron promesas que sabían que esperaba que cumplieran.
El dolor de las despedidas resonaba en mi ser como una canción triste, tocando las fibras más sensibles de mi corazón. Aquellas personas que deberían haber estado ahí para mi, se desvanecieron, dejándome con el eco de sus ausencias.
La sociedad, siempre ávida de etiquetas y juicios, me marcaba como "solitaria". Pero sabía que la soledad no siempre es un estado lamentable; a veces, es la única compañía que no traiciona. Y sin embargo, cada interacción con el mundo exterior me lastimaba, erosionaba mi frágil armadura.
Entre susurros de desamor, me preguntaba por qué me tocó ser frágil en un mundo que parecía exigir fortaleza. Intentaba ser fuerte frente a quienes no debería, y me permitía ser vulnerable ante aquellos que no merecían mi debilidad. Vivir equivocándose, como una melodía disonante, era mi sinfonía cotidiana.
— Hago siempre las cosas al revés. — murmuré para mi misma, sintiendo cómo el peso de mis propias decisiones me oprimía.
En mi búsqueda de libertad, sonreía como todos, como la mayoría. Pero la sonrisa era un velo tras el cual escondía las cicatrices y heridas internas. Me lastimaba lentamente, me autodestruía en la búsqueda de algo que no sabía cómo definir.
La desconfianza se había vuelto mi compañera constante, incluso en el núcleo de la familia. La frase resonaba en mi mente: "Personas que rompen promesas, rompen personas". Cada herida, cada desengaño, alimentaba mi escepticismo, haciendo que la confianza fuera una virtud perdida en un laberinto de desilusiones.
Me preguntaba por qué, a pesar de todo, seguía tratando de sonreír, de buscar la libertad. Pero en esos momentos de oscuridad, la respuesta se escapaba como un suspiro perdido en el viento. En mi interior, anhelaba encontrar un resquicio de luz que me guiara hacia la salida de mi propio laberinto emocional.
Mi mente estaba hecha un caos.
No podía concentrarme en mis clases, y el recuerdo de ese beso se repetía en un bucle constante en mi mente.
El faltar a la universidad había pasado por mi mente, pero con los exámenes tan cerca no podía permitirme eso. Novy había estado enfermo estos días, por lo que no lo había visto, y aunque no me gustaba verlo mal, sentía un alivio de no tenerlo frente a mi en estos momentos.
Novy había aprendido a leerme, yo le decía que él leía las mentes, y él siempre me respondía que solo bastaba con conocerme y ver mis ojos para saber cómo estaba yo. Por lo que ocultar mis noches en vela se había vuelto algo casi imposible con él, y no se cansaba de preguntar qué era lo que me atormentaba, aún no le contaba de Dante, y no sé si estaba lista para hablar de eso, por lo que siempre sacaba la excusa de que extrañaba a mi familia y que el adaptarme a la ciudad no era del todo fácil para mi.
Salí de la clase pensando en irme directamente a mi apartamento, no quería correr el riesgo de encontrarme con Dante. Pero cuando iba llegando a la salida de la universidad, recordé que debía buscar un libro para un trabajo.
De mala gana regresé para ir a la biblioteca, esperaba encontrar el libro rápido para poder irme.
Pero la suerte no estaba de mi lado, porque la vida del salado no tiene descanso. Justo al entrar, estaba Dante sentado en el escritorio de la chica que ayudaba en la biblioteca.
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Lo que nunca te dije, pero siempre pensé
RomanceEn el juego de la vida, Isabel Klid se ve atrapada en un torbellino emocional, incapaz de superar la presencia de Dante Bolest. Entre las sombras de lo no dicho y lo siempre pensado, Isabel teje una trama de añoranzas y sufrimientos. Enfrentándose a...