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Parte 2

La mayoría del tiempo, la mente de Nat estaba en blanco.

Cuando era más pequeño, en las clases que tuvo, su mente era un hervidero de ideas y preguntas, pero aprendió con rapidez a callarlas. Las primeras veces no lo hacía, y las palizas que recibía le dejaban adolorido por mucho tiempo.

Debía callar su mente en ese momento. Pero no podía. La última vez que recibió la inyección de Jechul fue cinco días atrás, y la dosis en su sangre ya era menos, casi diluida por completo. Una parte suya presionaba para decirle a Alfa que le diera una nueva inyección, pero otra parte, esa que no podía controlar, enloquecía al sentir el pequeño atisbo de libertad.

Encendió la televisión, como si de esa forma pudiera generar suficiente ruido en la vacía y enorme casa. Alfa decía que debía estar siempre limpia, libre de polvo, y Nat se esmeraba en tenerlo feliz, complacido y contento. Nat no quería volver a la Clínica, ni tampoco convertirse en un omega de diversión. Mucho menos en un omega de cría. El sólo pensamiento le ponía de los nervios.

Por ahora, Alfa se mostraba satisfecho con él. Nat no fue el mejor de su generación, pero si fue el tercero, y eso era suficiente. Sabía leer, escribir, sumar y restar. Se sabía las Sagradas Escrituras y el Manual FOS (el Manual Omega: Fidelidad, Obediencia y Sumisión) al derecho y al revés. No era muy bueno en idiomas, pero hacía su mayor esfuerzo en el resto de las cosas. Lubricaba sin necesidad de que le dieran órdenes. Podía cocer, tejer y cocinar sin problema alguno. Se veía precioso en esos bonitos vestidos que Alfa le regaló al día siguiente que llegó a casa.

Era un buen omega. Un omega no desechable, capaz de darle hijos a Alfa. Se moría por darle un cachorro, un niño que fuera alfa.

Como si lo hubiera convocado, la puerta del departamento se abrió y Nat saltó de su lugar, sonriendo con encanto, listo para recibir a Alfa. La sonrisa siempre era importante, incluso si le daban un golpe. La sonrisa representaba felicidad, y él debía estar feliz por la posición que logró tener.

- Bienvenido, Alfa -saludó, yendo a recibir el abrigo y la maleta- espero que hayas tenido un buen día.

- Mark -corrigió, haciendo un mohín ante el título- ese es mi nombre. No me gustan tanto los títulos, Nat.

- Mark -repitió el omega, tranquilo y calmado-. Está bien, lo tengo. La cena está lista, ¿quieres comer enseguida?

- Sí, vengo con demasiada hambre -suspiró Mark, yendo a lavarse las manos.

Nat colgó el abrigo y fue a dejar el maletín en la habitación que ambos compartían. Pronto, volvió a la cocina y sirvió la comida, mientras Mark le esperaba ya sentado a la mesa. Preparó un delicioso pad thai, pues sabía que era una de las comidas favoritas de Alfa.

Antes de llegar allí, le entregaron una ficha con todos los datos de quien sería su futura pareja, si es que todo salía bien: Mark Sorntast, de treinta años, Teniente y mano derecha del Capitán Zee Pruk, un puesto de gran honor. Cumplía años el 4 de diciembre, medía 1.78 metros y pesaba 60 kilos. Tenía un hermano menor. Salían sus pasatiempos favoritos, los platos de comida que más le gustaban y lo que esperaba de un omega. Nat se aprendió todo eso de memoria para no cometer ningún error.

- ¿Cómo te fue en el trabajo, Al...... Mark? -se corrigió con rapidez, pues no quería enfadarlo.

- Pésimo -se quejó Mark, y Nat permaneció en silencio, dispuesto a escucharlo-. Hoy fuimos a la Subterránea, ¿puedes creerlo? ¿Alguna vez has ido allí?

Se estremeció. La Subterránea era la pesadilla de todos los omegas, peor que ser omega de diversión o de cría. Allí iban los desechados, los defectuosos, los inservibles.

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