21-02-2004
Comencé a notar que los gritos que escuchaba desde mi habitación no eran normales. Yo lo comprendía, algo estaba mal, ya no me sentía tan seguro bajo las sabanas, cubriendo mis oídos y cerrando los ojos para olvidar el incesante eco de las discusiones.
Nunca nada en mi vida fue tan normal como las peleas. Todo lo demás siempre fue intermitente, con una dosis de felicidad que terminaba por agotarse en cuestión de segundos.
Aquella noche en el que vi por primera vez a mi padre golpear a mi madre, sentí un pedazo de mi alma quebrarse por primera vez.
Y fue extraño, porque no tenía ni idea que algo así pudiese recalar tan hondo dentro de mí ser.