Los taxistas de Nueva York son una casta especial. Audaces hasta el extremo, conducen a toda pastilla y zigzaguean con brusquedad por calles abarrotadas con una calma antinatural. Para no perder la cordura, había aprendido a centrarme en la pantalla de mi smartphone en vez de en los coches que pasaban veloces a escasos centímetros. Siempre que cometía el error de levantar la vista, terminaba con el pie derecho clavado en el suelo, como si instintivamente quisiera pisar el freno. Pero, por una vez, no me hacía falta ninguna distracción. Estaba pegajoso de sudor tras una intensa clase de Krav Maga, y la cabeza me daba vueltas pensando en lo que había hecho el hombre al que amaba.
Mile Phakphum. Sólo pensar en ese nombre me provocaba una ardiente llamarada de anhelo por todo mi ejercitado cuerpo. Desde el primer momento en que le vi -desde que vi a través de su increíble y bellísimo exterior al oscuro y peligroso hombre que llevaba dentro- había sentido esa atracción que procedía de haber encontrado la otra mitad de mí misma. Le necesitaba como necesitaba que me latiera el corazón, pero se había expuesto demasiado, lo había arriesgado todo... por mí.
El estruendo de un claxon me devolvió bruscamente a la realidad.
Por el parabrisas, vi la sonrisa de felicidad de mi compañero de piso dirigiéndose a mí desde la cartelera publicitaria del lateral de un autobús. Los labios de Iván esbozaban una insinuante curva y su largo y macizo cuerpo bloqueaba el cruce. El taxista no dejaba de tocar el claxon, como si eso fuera a despejar el camino.
Ni en broma. Iván no se movía y yo tampoco. Estaba tumbado de lado, desnudo de cintura para arriba y descalzo, con los vaqueros desabrochados para enseñar la cinturilla del calzoncillo y las elegantes líneas de sus marcados abdominales. Estaba muy sexy, con el pelo castaño oscuro todo revuelto y aquella mirada pícara de sus ojos verde esmeralda.
De repente caí en la cuenta de que tendría que ocultarle un terrible secreto a mi mejor amigo. Iván era mi guía, la voz de la razón, el hombro en el que prefería apoyarme, y un hermano para mí en todo lo importante de la vida. Me desagradaba la idea de tener que guardarme lo que Mile había hecho por mí.
Me moría por hablar de ello, por que alguien me ayudara a entenderlo, pero nunca podría decírselo a nadie. Incluso nuestro terapeuta podría verse ética y legalmente obligado a romper la confidencialidad.
Apareció un fornido agente de tráfico que llevaba chaleco reflectante e instó al autobús a que circulara por su carril con una autoritaria mano enguantada de blanco y un grito que no dejaba lugar a dudas. Nos hizo señas de que prosiguiéramos justo antes de que cambiara el semáforo. Me eché hacia atrás, abrazándome la cintura, balanceándome.
El trayecto desde el ático de Mile en la Quinta Avenida hasta mi apartamento en el Upper West Side era corto, pero se me estaba haciendo eterno. La información que la detective Shelley Graves, del Departamento de Policía de Nueva York, me había comunicado hacía apenas unas horas me había cambiado la vida. También me había obligado a abandonar a la persona con la que necesitaba estar.
Había dejado a Mile porque no podía fiarme de los motivos de Graves. No podía correr el riesgo de que me hubiera contado sus sospechas sólo para ver si volvería con él y probar que su ruptura conmigo era una mentira bien urdida.
¡Dios santo! Era tal el torrente de sentimientos que el corazón me latía desbocado. Ahora Mile me necesitaba tanto como yo a él, si no más, pero me había marchado.
El desconsuelo que se le veía en los ojos cuando las puertas de su ascensor privado se interpusieron entre nosotros me había desgarrado las entrañas.
Mile.
El taxi dobló la esquina y se detuvo delante de mi apartamento. El portero de noche abrió la puerta del coche antes de que pudiera decirle al conductor que diera la vuelta, y el aire pegajoso de agosto sustituyó enseguida al acondicionado.
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ENLAZADOS
Romance¿Hasta dónde llegaría un hombre enamorado por su amado? ¿Dónde está el límite entre el bien y el mal cuando el amor está en juego? Para Mile Phakphum las barreras no existen cuando se trata de su querido Apo. Por él sería capaz de hacer cualquier co...