Secretos, mentiras.
Conspiraciones, acuerdos.
Rupturas, negocios.
Ese era su mundo, todo lo que conocía y todo lo que sabía hacer.
Y ahí es donde entraba yo, necesitaba destruir sus barreras y hacer que creyera en mí.
Ambas jugábamos al mismo jueg...
Ese era su mundo, todo lo que conocía y todo lo que sabía hacer.
Era capaz de negociar hasta que olvidaras lo que estabas intentando conseguir, pero era totalmente incapaz de tener una cita que no implicara conspirar y acabar con alguien.
Ella guardaba tus secretos más oscuros si de ello extraía algún beneficio, pero no lograba confiar en nadie.
Y ahí es donde entraba yo, necesitaba destruir sus barreras y hacer que creyera en mí. Y como estarás imaginando, ella también consiguió descongelar mi oscuro corazón.
Algo inesperado, un giro repentino de los acontecimientos. Algo que al fin y al cabo sucedió.
Porque ella podía hacer que te temblaran las piernas con solo mirarte, pero no de amor, sino de miedo.
Nunca había creído que los ojos fueran el espejo del alma hasta que la conocí a ella.
Sus ojos eran dos pozos sin fondo en los que, si no tenías cuidado. Podías caer y morir lentamente, engullida por una oscuridad que te asfixiaba.
Mirarla más de dos segundos seguidos, además de asegurarte que te recordara por siempre, podía producirte un ligero trauma de por vida.
Creerás que exagero, pero no es el caso. Reconozco que lo mío no son las descripciones objetivas, pero te aseguro, que toda ella provocaba unas horribles ganas de huir desesperada.
Y aun así, teniendo constancia de todo eso, entré en su mundo sin pensármelo dos veces.
Sí, es cierto que fui tonta e irresponsable, pero piénsalo de otra manera. Si no hubiera hecho lo que hice, si nunca hubiera tenido la curiosidad tan desarrollada, quizás, esta historia nunca habría llegado a tus manos.
¿Y sabes por qué?
Porque seguramente habría muerto de viejita, tejiendo una bufanda para mis nietos, los cuales no tengo intención de tener porque no soy buena con los niños.
Y, ahora mismo, podría haber estado en una mecedora pensando sobre todas las cosas que quería haber hecho y nunca pude, porque ya sabes, en esa versión de mí, sería mucho más razonable que la real, je.
Yo lo intenté, hice esfuerzos por alejarme todo lo que pude de ella, pero era como un imán. Allá a donde iba, ella siempre estaba esperándome.
Estoy segura, de que hubiera ido al fin del mundo y allí estaría ella, radiante y con su habitual sonrisa torcida.
Así que para bien o para mal, me enamoré de la persona equivocada, y descubrí muchas más cosas de las que quería.
Ambas jugábamos al mismo juego sin saberlo, pero solo una podía ganarlo.
Y por si no fuera poco, estábamos destinadas a permanecer juntas, así que, ¿quién era yo para desobedecer al destino?
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