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~Zona de lectura~

Steve suspiró frustrado, su padre no se equivocaba. La casta de Tony era impredecible, tanto o más que su propio carácter. Y aunque resultase imposible de creer, no le preocupaba. No cuando aprendió a seguirle el ritmo, a estar en cada una de sus erráticas facetas.

Él estaba perdidamente enamorado del Tony beta, del que no bajaba la cabeza ante nadie,  del que no necesitaba estar colgado de un alfa para sentirse seguro, fuerte o mimado. El Stark que conocía y deseaba era incomparable y perfecto, no necesitaba cambiarlo para que encaje con él. Su corazón estaba seguro de ello, pero ese lado instintivo e irracional difería.

Su lobo quería marcarlo, que ese inexistente aroma que tenía se hiciera más notario y que cualquiera perciba sus feromonas a través de él. La ilusión de hijos no la compartía, prefería  que el mundo de Tony empezara con él y terminara con él. Su genio era más que suficiente, así lo juraba. Mientras que su lobo gruñía ansioso, éste sí ansiaba que su pareja cargara a sus cachorros.

Entendible, era un maldito alfa dominante.

Lo ocurrido en el departamento de Tony no era más que la cima del iceberg entero que era y aquello le asustaba. No soportaría que Tony le desprecie, que se vaya de su lado. No era una opción para él ni para el beta. Lo supo la primera vez que lo vio, tan radiante y tan lleno de vida.

Tony era su luz, la brisa de la mañana más acogedora.

No renunciaría a él, menos permitiría que otro se atreva a robárselo.

Era suyo, enteramente suyo.

—No me obligues, Tony. —Steve susurró, mirando la tableta con las pastillas de cambio de casta que su padre le envió. Estaban intactas y esperaba que así se quedaran: encerradas con llave en el cajón de su oficina.

No haría uso de ellas, no y no.

Tomó aire y revisó la hora en su celular, había llegada el momento de enfrentar a Tony. Anoche lo acostó en su cama apenas cayó inconsciente, se dedicó a contemplar su belleza y a odiarse entre sí que haya considerado verse con otro. No lo culpaba, sino a él mismo. Tenía que ser sincero, atrás  quedarían sus rodeos y sus inocentes intenciones de ser su mejor amigo. Él anhelaba más, tenerlo en su regazo y gimiendo su nombre. No dejaría que creyera lo contrario, que Sharon podía ser para él.

Su lobo no aceptaría a ninguno que no fuese Tony.

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Mi Preciado beta, mi preciado Tony Donde viven las historias. Descúbrelo ahora