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El viaje hacia la morada de Rusia era un mar de silencio. Ni siquiera el temperamental Imperio Alemán, siempre con una palabra mordaz a flor de labios, se atrevía a romper la quietud.

Urss, con los ojos cerrados, parecía dormir, pero su atención permanecía alerta, captando cada movimiento de los alemanes. No se percató de las miradas discretas que le dedicaban, especialmente Weimar y Reich.

Weimar se encontraba hipnotizado por la belleza de Urss. Su cuerpo delgado, esa cintura diminuta, la cadera ancha y el pecho prominente lo cautivaban.  Un anhelo de tocar esos músculos se apoderó de él, pero se contuvo, temeroso de que su deseo lo delatara.

Reich, con pensamientos similares, se encontró atrapado en la misma fascinación. La figura de Urss, envidiable por cualquier mujer, lo atraía irresistiblemente.  La tentación de tocar esos pectorales era fuerte, pero la prudencia lo mantuvo a raya.

Ambos estaban tan absortos en sus pensamientos que no notaron la llegada a la casa de Urss. Se apresuraron a bajar del vehículo junto a su padre y abuelo.

"Es mejor que se queden un poco lejos de mí", anunció Urss, dirigiéndose hacia la puerta, con la familia alemana siguiéndole de cerca.

"Y eso por qué?", gruñó Imperio Alemán, ofendido.

"Ya lo verán", murmuró Urss, preparándose para lo que se avecinaba.

Antes de que alguno pudiera protestar, la puerta de la gran casa se abrió de golpe, y de ella salieron al menos doce niños, lanzándose sobre Urss y tirándolo al suelo.

Los alemanes quedaron atónitos.

"¿Quiénes son esos niños?", preguntó Prusia, sorprendido y confundido.

Al escuchar la voz desconocida, los niños voltearon a ver de dónde provenía, encontrándose con seis personas: cuatro adultos y dos niños idénticos.

"Son enanos", dijo uno de los niños, mirándolos con curiosidad y gracia.

"Kazajistán", lo reprendió Urss, con el ceño fruncido. "Primero se presenta, ten modales."

Kazajistán, haciendo caso omiso, sacó la lengua y se dirigió hacia otro lado.

Imperio Alemán, con el ceño fruncido, gruñó con disgusto. Los niños corrieron hacia el interior de la casa, dejando solo a Kazajistán y una pequeña niña que ayudaba a Urss a levantarse.

"Gracias, Estonia", dijo Urss, acariciando la cabeza de la pequeña con suavidad.

Una vez dentro, la familia alemana se desabrigó, buscando alivio del gélido exterior.

"¿Dónde están Rusia, Ucrania y Bielorrusia?", preguntó Urss, mirando a Kazajistán con sospecha.

"Bueno, puede que el abuelo se haya ido con ellos a buscar algo... ¡que no es para nada alcohol!", respondió Kazajistán con una sonrisa angelical.

Urss chasqueó la lengua, molesto, y se dirigió a su oficina, no sin antes mirar a los alemanes con seriedad. "Kazajistán les mostrará la casa, junto a Estonia y Lituania", dijo antes de desaparecer.

Imperio Alemán, furioso por la soberbia de ese ruso, se quedó mirando al niño que se suponía que debía guiarlos. Los demás observaban con incertidumbre.

Kazajistán, por su parte, pensó que su padre lo odiaba por dejarlo a él y a sus hermanas a cargo de esos alemanes tan aterradores y enanos.

"Ejem, bueno, sígannos", dijo Estonia, con una sonrisa nerviosa, tratando de hablar con fluidez en alemán.

"Sí!", exclamó Lituania, que recién llegaba. "Vengan, les mostraremos la casa. ¡Es muuuuy grande y espaciosa!".

Los nueve comenzaron a recorrer la casa, con los tres niños a la cabeza, guiando el camino. Los alemanes tenían que admitir que la casa era realmente espaciosa y de gran calidad. En el recorrido, se encontraron con varios de los niños de Urss, quienes se alejaban rápidamente al verlos pasar. Esto desanimaba a los pequeños alemanes, que anhelaban tener amigos.

Kazajistán, notando la tristeza de East Germany, le acarició la cabeza, tratando de tranquilizarlo. "No te preocupes, ellos se acercarán luego. Solo son desconfiados con los desconocidos. Además, como no está Rusia presente, son más cautelosos".

Weimar, que había estado escuchando la conversación, decidió preguntar la duda que lo había estado atormentando. "Disculpa, emmm, Kazajistán", dijo, y el niño asintió con la cabeza, dándole a entender que lo escuchaba. "¿Quién es Rusia? ¿Y cómo es que hablan tan bien alemán como para hablar con nosotros?"

"Bueno, Rusia es nuestro hermano mayor y el primogénito de nuestro padre. Y hablamos alemán con fluidez porque nuestro abuelo nos enseñó", respondió Kazajistán.

Imperio Alemán y Prusia, que habían estado escuchando en silencio, fruncieron el ceño al oír eso. En ese momento, comenzaron a unir las piezas del rompecabezas. Si Urss era la representación actual de Rusia, eso significaba que era hijo de Imperio Ruso, quien, en teoría, era el abuelo de todos esos niños. Lo que no entendían era cómo el abuelo de esos niños les había enseñado alemán si había muerto hacía años. Era imposible.

"Mocoso... ¿cómo es que su abuelo les enseñó alemán si está muerto?", preguntó Imperio Alemán, con incredulidad.

Kazajistán lo miró desconcertado, abriendo la boca para responder, pero fue interrumpido por el grito de Armenia. "¡El abuelo y los demás regresaron!"

Letonia y Estonia salieron corriendo hacia la entrada de la casa para recibir a su familia. Kazajistán, por su parte, se quedó para guiar a los alemanes hacia la entrada, para que conocieran a los miembros restantes de la familia.

Al salir, los alemanes vieron a tres niños, todos con los mismos colores: rojo y azul. Alemania, al ver al mayor de todos los rusos, se sonrojó ligeramente. No entendía por qué su corazón latía tan fuerte. East Germany, por su parte, observaba con atención al niño mayor, admitiendo para sí mismo que era realmente bello.

Mientras los pequeños alemanes se encontraban en medio de sus emociones, los mayores estaban congelados. Ahí, frente a ellos, estaba la persona que se había robado sus corazones sin previo aviso, la persona que tanto extrañaban, la persona a la que tanto anhelaban ver sonreír: el mismísimo Imperio Ruso, quien aún no había notado su presencia.

Antes de que Prusia e Imperio Alemán pudieran decir algo, Urss salió de la casa y golpeó en el abdomen a su padre, quien se quejó por el golpe.

"¿Y eso por qué?", preguntó Imperio Ruso, mientras se frotaba el abdomen.

"Por llevarte a mis hijos sin mi permiso a comprar alcohol", respondió Urss, con enojo y los brazos cruzados.

"Solo fuimos a comprar un poco", respondió Imperio Ruso, haciendo un puchero.

Si los enemigos de aquel imperio vieran su actitud ahora, se llevarían una gran sorpresa.  El gran Imperio Ruso comportándose como un niño era algo shockeante. Pensarían que era un impostor, pero no, damas y caballeros, Imperio Ruso se comportaba realmente como un niño con su amado hijo y nietos.

La pelea hubiera continuado si no fuera porque aquel imperio sintió dos miradas penetrantes sobre él. Volteó la cabeza, curioso por saber de dónde provenían, y se encontró con personas que no esperaba volver a ver nunca más en su vida, desde que fingió su muerte al mundo.

"No puede ser", susurró, consternado. Realmente no podía creerlo. "¿Prusia? ¿Imperio Alemán?"




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Tomen agüita qué les hace bien :]

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