Los soles se alzaron en el cielo anunciando un nuevo día. El mensajero despertó y lo contempló desde su ventana.
Era un joven de veintitrés años, delgado y de piel ligeramente bronceada. No tenía nombre, ya que su cuidador jamás quiso ponerle uno. Desde niño fue adoptado por la Casa Real de Xartax con el propósito de servirles, por lo que detalles como un nombre eran insignificantes.
Cada día era la misma rutina, debía viajar a las dos estaciones de drenado a recoger el pago tributario de cada una. No era un trabajo complicado pese a la distancia entre ambas sedes, y fácilmente podía realizarla sin que le consumiera todo el ciclo solar.
Se puso su uniforme, el cuál consistía en una camisa azul oscuro de manga larga y un pantalón a juego. La camisa tenia una hombrera dorada en el brazo derecho, la cuál almacenaría el pago a fin de dejarle las manos libres durante su viaje. Los zapatos eran negros con una franja plateada en las suelas y en el pecho llevaba una pequeña imagen del simbolo de la Casa Real de Xartax, una especie de elipse que no se cerraba del todo en la parte de abajo, doblando hacia adentro para asemejar un ojo. Un simbolo del rey para mostrarle al pueblo que siempre los vigilaba a modo de preservar su seguridad. Se colocó un comunicador en el otro hombro y se miró en un espejo para asegurarse de no olvidar nada.
Salió de la pequeña cabaña que se había dispuesto para él en las afueras del palacio y se dispuso a cumplir el encargo. Dando una pisada en el suelo con cada pie activó un par de discos de levitación qué surgieron de sus zapatos y que facilitaban su labor y se puso en marcha. Se elevó en el aire y comenzó a patinar a través de las aeropistas diseñadas solo para el tránsito de los mensajeros que habian existido antes de él, asi como los que le sucederían y que abarcaban en una linea prácticamente recta el recorrido entre ambas estaciones.
Esa era su segunda parte favorita del día, transitar por encima de los xartaxes como una estela en el cielo, aún si solo podía hacerlo en ese trayecto de norte a sur. Le asombraba la vista de la ciudad, verse a si mismo reflejado en el agua y saber que se elevaba más allá de los árboles.
Había algo que le faltaba además de un nombre, pero prefería no pensar en ello. No quiso reflexionarlo mientras llegaba a la estación norte y la contemplaba.
La estación de extracción era una enorme estructura qué formaba un anillo qué rodeaba al planeta. En este, miles de trabajadores realizaban labores diversas, el proceso de extracción de Xarium no era precisamente facil, ya que requería extraer enormes rocas con el mineral incrustado, estas solo se podían encontrar con mayor frecuencia en las profundidades, pero eran fácilmente reconocibles por su brillo azul.
Una vez extraída la roca, había que triturarla hasta volverla polvo, siendo el mineral indestructible, era lo único que quedaría listo para su obtención. Algunos ejemplares de estas rocas habían sido llevadas a exhibiciones para los curiosos qué querían averiguar como se fabricaban sus objetos cotidianos, pero salvo estas muestras, todas las rocas eran transformadas en polvo.
Tras recoger el tributo de la estación (El cuál consiste de 25'000 Lunas, monedas con forma de medio círculo creadas con materiales menos valiosos y que fungen como la forma de pago del Sistema Aronnax), el mensajero se despidió amablemente y procedió a la siguiente estación.
A pesar de solo vivir para trabajar y hacer encargos, el joven realmente no tenia nada porqué molestarse con la Casa Real, después de todo ellos le habían perdonado la vida. Hijo de una pareja de traidores y conspiraciones contra el Rey, este había decidido ejecutarlos, y tal pena también se hubiera aplicado al niño, pero el monarca tuvo piedad de él y en su lugar lo entrenó desde niño para cumplir con las labores qué ahora desempeñaba.
Al llegar a la segunda estación y hacer el cobro requerido, el joven emprendió la vuelta a casa, no sin antes hacer una parada en una casa de un vecindario al sureste del planeta.
Ahí, una joven plantaba semillas. Era blanca de piel, con el cabello claro echado hacia atrás. Al verlo, ella sonrió. Habían sido mejores amigos desde la infancia, prácticamente considerandose hermanos.
—¡Arak, Tara! —gritó él emocionado
—¡Arak, amigo! —respondió ella— ¿Cómo va el trabajo?
—Bastante bien, ya terminé el cobro de los tributos y procederé a llevarlo al palacio —dijo él dando un golpe golpecito a la hombrera dorada— Pasaba a verte para saludar.
—Siempre tan considerado —Tara bajó una fruta de un árbol, era una esfera azul muy dulce— Ten, para el camino.
—Gracias, Tara —respondió el muchacho y tras una corta despedida, emprendió el vuelo hasta el palacio, pero antes había una última parada para él.
Voló por encima de los bosques contemplando el cielo mientras el atardecer se acercaba. Su viaje lo llevó a encontrarse frente al Monte Dessis, un antiguo volcán actualmente inactivo que representaba el punto más elevado de Xartax.
Al llegar ahí, desactivó sus discos de levitación y comenzó a caminar por un sendero qué llevaba a la cima de aquel volcán. Esa era su actividad favor,y como tal, no la practicaba a diario, sino solo cuando sentía ese vacío en su interior, uno que solo podía llenar estando lo más arriba posible.
Los discos de levitación no podían llevarlo a la altura requerida para pasar por encima del Dessis, y aunque así hubiera sido, el joven sabía que había cierta satisfacción en llegar hasta arriba por sus propios pies. Ya estando en la cima, contempló la vista. Con los continentes en Xartax siendo tan pequeños en comparación al planeta en si, desde aquel punto podía contemplar ligeros esbozos de ambas estaciones, sintiendo la satisfacción de haber recorrido el mundo de norte a sur en un solo día.
Amaba la vista desde la cima y jamas se aburriría de ella, aún si ya podía memorizar cada detalle de un paisaje que nunca había cambiado en todo el tiempo que él lo había contemplado.
El comunicador en su hombro comenzó a vibrar, una señal de que su presencia era requerida en el palacio, y tras echar un último vistazo a aquel atardecer doble, bajó lo suficiente para poder activar los discos mientras se daba cuenta de la causa de aquel vacío.
Y es que aunque pudiera recorrer Xartax de un punto a otro y subir hasta la cima del Dessis cuando quisiera, en realidad no era como los demás. No como Tara o los trabajadores de las estaciones, que podían volver con sus familias al terminar las jornadas.
Él no tenía una familia, vivía para servir, y así seria hasta el día de su muerte.
No importaba cuanto tratara de alejarse de esa idea. Era un mensajero.
Y aunque pudiera tener esos atardeceres toda su vida, él no era realmente libre.
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El Mensajero
Ciencia Ficción"No debería ser tan complicado enviar una oferta de paz". En el distante planeta Xartax, un joven mensajero recibe el encargo de su rey para llevar un cargamento valioso como ofrenda para evitar una guerra. Sin embargo las circunstancias llevarán a...