Capítulo 3

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Me hundo en la oscuridad, sin saber dónde me encuentro ni qué está sucediendo. Solo experimento un vacío en mi pecho y un dolor pulsante en la cabeza. Intento recordar lo que ha ocurrido, pero mi memoria es borrosa y fragmentada.

Recuerdo el feroz aullido de un lobo que rasgó la quietud de la noche. Mi corazón latía desbocado mientras el miedo me envolvía, y el lobo se lanzaba hacia mí. Entonces, apareció Aiden, una figura enigmática envuelta en misterio, prometiéndome respuestas a preguntas que ni siquiera había formulado. Sostenía en sus manos una espada azul, una reliquia de dioses olvidados que brillaba con un poder ancestral que desafiaba la lógica.

Me debato entre la incertidumbre de si todo es real o solo un sueño. Me pregunto si soy realmente yo o alguien más.

Me pierdo en mis dudas, sin encontrar respuestas claras. Me siento sola y desorientada, atrapada en una espiral de confusión y miedo.

De repente, escucho una voz que me llama desde lejos. Una voz familiar y amable que reconozco como la de Gea.

— ¡Eliette! — escucho la voz de Gea desde la distancia. Intento seguir el sonido y la tenue luz blanca que emana, pero cuando estoy a punto de alcanzarla, todo se aleja, como si estuviera jugando conmigo.

— ¡Gea! — grito, luchando por alcanzarla. — ¡Ayúdame! ¡Sácame de aquí!

Pero Gea no parece escucharme. La desesperación y la angustia me envuelven, siento que me hundo en la oscuridad y me desvanezco en el olvido.

— ¡Eliette! — vuelvo a escuchar la voz de Gea, más cerca y más fuerte. — ¡Despierta! ¡Estás soñando!

Abro los ojos y veo el rostro de Gea sobre mí. Estoy en mi habitación, en mi cama, en el Liceo. Todo ha sido un sueño, o tal vez una pesadilla.

Gea me abraza con alivio y cariño.

— Gracias a los dioses que has despertado — me dice Gea —. Estabas gritando y temblando... Estás sudando — toca mi frente y la suya al mismo tiempo, sus ojos me miran detalladamente, preocupada

No sé qué decirle. No sé si lo que he vivido es real o no. No sé si confiar en ella o en nadie.

— No es nada, Gea — le miento con voz débil —. Solo estoy agotada y nerviosa por la gala. Me alejo de ella y me incorporo con esfuerzo.

Veo mi aspecto en el espejo, horrorizándome cada vez más: el pelo revuelto, el rostro pálido, la túnica manchada de sangre. La sangre brota de las heridas que el lobo me infligió. Heridas que no deberían existir.

Entonces, veo a Gea en el reflejo, observando mis piernas con espanto. En un rápido movimiento, se dirige al mueble en busca de nuestro botiquín y, sin previo aviso, me toma de la mano, arrastrándome para que me siente frente a ella. No dice una palabra, pero su preocupación es evidente.

La miro y sus labios vibran como las alas de una mariposa, como si quisiera hacerme preguntas. Comprendo que está ansiosa por saber lo que ha sucedido, y si no le confío la verdad ahora, quizás no tenga otra oportunidad de abrirme más adelante.

— Me atacó un lobo — digo finalmente, sintiendo un alivio momentáneo.

Ella detiene el algodón justo encima de la herida, mirándome sorprendida.

— ¿Un lobo? No existen lobos en las cercanías del Liceo.

Frunzo el ceño ante su negativa.

— ¡Era un lobo descomunal, Gea! un lobo monstruoso.

Siento la presión que ella ejerce con la tela en mi muslo, deteniendo el sangrado, pero parece ignorar completamente lo que acabo de revelar. Suspiro, cansada, y me levanto, sintiéndome ofendida por su escepticismo. Busco un vestido en el armario que compartimos.

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