Capítulo 2

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Seis años antes

Subía y bajaba sin cesar, un estúpido fey me había atrapado con una liana o una mierda parecida y me traía rebotando como si fuera un yoyo. La cabeza me daba vueltas, ver el mundo boca abajo no era para nada agradable, además, colgaba de una pierna, sentía que en cualquier momento me la iba a dislocar.

Fui una tonta, debía admitirlo, pues no calculé bien y caí directo en la trampa. Como punto para mí, pensé que enfrentaríamos a un estúpido gnomo, si acaso un travieso duende, no algo mucho más evolucionado.

Las espinas se clavaron en mi tobillo, por suerte tenía las botas de cuero y un pantalón grueso para prevenir este tipo de cosas, si me hubiese cortado, mi sangre habría caído y en apenas un pestañeo habría terminado siendo sirvienta de algún fey retorcido y perverso. Dentro de las ventajas, estaba el no poder atacar directo a la cabeza o cuello, así que solo debíamos preocuparnos por las extremidades y por evitar alguna que otra flecha encantada.

—¿Estás bien? —el rostro de un compañero apareció en mi visión—. El hijo de puta fue listo.

O nosotros fuimos demasiado ciegos. Eso me pasaba por siempre ser quien daba el primer paso. Mi compañero se puso en guardia, alzó la cabeza y levantó el arma, al parecer algo se acercaba. Aproveché para tomar un cuchillo de mi vaina y me doblé sobre mí misma para alcanzar la liana, tuve que hacer mucha fuerza en el abdomen, sentía que me herniaría, pero al final logré cortar la maldita planta.

Caí pesadamente, mi espalda se llevó la peor parte junto con el codo izquierdo el cual escoció al abrirse una herida. Rápidamente me incorporé y neutralicé mi sangre con sal, debía evitar que el fey la probara. Y entonces vi un hada sonriente y hermosa que jugueteaba con mi compañero. Su risa melódica era desagradable, sus ojos un par de dagas brillantes.

Mi compañero disparó, pero el hada logró esquivar la bala e incluso regresársela. Hábilmente, mi compañero la desvió hacia un tronco.

Para nuestra mala suerte, el árbol cobró vida y con sus ramas nos atacó.

Prefería que nos pusiera un acertijo, alguna especie de reto para ver si éramos mejores que ella, pero al parecer hoy sería fuerza bruta.

El hada revoloteó por el lugar, su risa esparciéndose por el aire, plantas, ramas, lianas e incluso una manzana se voltearon contra nosotros. Tomé mi espada y corté cada rastro de la naturaleza que se iba contra mí, cada rebanada y cada estocada provocaba que la naturaleza chillara como si el dolor fuera real.

Los elementales eran unos hijos de puta. Ellos se alimentaban de la energía tanto de animales como de humanos, no necesitaban nuestra sangre a menos que fuera para someternos a su voluntad y quedar a su merced; eso sería peor que morir. Si nos mataba, sería solo porque la atacamos, si nos sometía, nos usaría para sus retorcidos planes, cualquiera que fueran estos.

Solté un grito potente de ira e impotencia y lancé mi cuchillo hacia la estúpida fey, definitivamente no esperaba que atravesara su ala y se fuera a clavar en el tronco de un árbol.

El alarido del hada resonó por el lugar, el atronador sonido casi me rompe los tímpanos, pero bastó para que la naturaleza se volviera inerte de nuevo y pudiéramos darnos un respiro.

Mi compañero me ayudó a ponerme de pie y juntos avanzamos hasta dónde el hada se removía en un intento de liberarse. Cada movimiento agredía a su ala, la cual escurría un líquido plateado que despedía un aroma floral. Al vernos, el hada se removió más agresivamente, sus gritos de dolor tan molestos como su estúpida risita. Punto para nosotros, todos aquellos que había sometido serían liberados en cuánto la matáramos. Solo debíamos dispararle en su podrido corazón y todo el terror infringido habría desaparecido. Alcé la pistola y apunté directo a su pecho, la bala de cobre haría el resto.

Sinfonía de luna sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora