Capítulo 10

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Mamá no parece muy triste con la muerte de mi padre.

Siempre tuve una impresión de ellos diferente a la de ahora. Nunca fueron sumamente cariñosos, no se tomaban de la mano y no se besaban frente a nosotros, pero siempre demostraron que se importaban con acciones. Se apoyaban, se unían cuando algo iba en contra de sus ideales o pensamientos y, sobre todo, se respetaban. Era un amor poco visto en las típicas películas cliché que tanto amaba ver cuando me sentía triste y agobiada.

En aquel entonces llegué a creer que, si alguno moría a manos de los místicos, el otro sufriría desgarradoramente y su dolor sería tan atroz que no podrían descansar hasta cobrar venganza. Que jamás podrían volver a amar o interesarse en alguien porque eran el uno para el otro. Pero al parecer solo eran imaginaciones de una chica ingenua que ansiaba vivir en una burbuja color de rosa, pues al ver a mi mamá coqueteando ceñida en su vestido negro ajustado es todo lo que necesito para saber que la memoria de papá realmente no le interesa.

O tal vez sí, pero que también tiene cabida para otros asuntos.

La realidad es que pasaron cuatro años sin que supiera un carajo de ellos y de su relación, bien pudieron divorciarse y yo apenas me estaría enterando.

Mamá me mira llegar y alza la mano, alegre, deja de lado a los dos monteros con los que charlaba y se acerca a mí, sonriente.

El lugar es bonito, hecho de mármol, con arreglos florales blancos por doquier, un aroma fresco y el perfecto féretro blanco con incrustaciones doradas las cuales me atrevería a decir que son de oro. Es obvio que se trata de un funeral, pero esto parece más una fiesta de la alta sociedad.

—Viv, mi niña —mi madre sonríe— ¿Qué te parece? Es a la altura de tu padre.

—Veo que para el hambre no hay fronteras.

Señalo hacia una mesa alargada que se posiciona en el jardín. Hay todo tipo de bocadillos, agua de colores vivos y gente charlando mientras se deleita con algún refrigerio. A menos de cinco metros está el féretro, por todos los cielos.

—Sabes cómo son estas cosas, Viviana —replica mi madre—. No empieces. Por favor, hazlo por tu padre.

Me ahorro cualquier comentario hiriente, mamá se ve de buen humor y no me gustaría arruinarlo. Me toma del brazo y juntas recorremos la habitación mientras saludamos tanto a monteros conocidos como no tan conocidos. Algunos me miran curiosos, otros simplemente me ven como si fuera una forastera, algunos incluso denotan desagrado. Los peores son los que me reconocen, los que saben quién fui y quién supuestamente debía ser. Puedo soportar las miradas de desagrado e incluso las de superioridad, pero los cuchicheos y murmullos sin coca en mi sangre no son tan sencillos.

—¿Y Karim? —mi mamá mira alrededor, de repente recordando que tiene otro hijo—. Se supone que iba a venir contigo.

—Se atrasó y lo dejé —respondo resoplando—. Se hizo muy amigo de Josué y decidieron llegar juntos.

La realidad es que me escapé. Karim estaba siendo pedante e irritante, al igual que Josué. Dado que el funeral se llevaría en un mausoleo sobre un jardín alejado del cuartel para tener más "protección", los monteros contrataron carruajes que nos llevaron directamente a este lugar. Está en medio de la nada, supuestamente así estaremos libres de un ataque. Aunque a cielo abierto yo casi espero ver a los supuestos ángeles bajar en picada mortal junto con los dioses listos para asesinarnos.

—Ay, ese niño —reprende juguetona—. Por lo menos estamos tú y yo para recibir pésames.

Lo que menos quiero es ser el centro de atención. Han pasado cuatro años, pero es imposible olvidar que fui humillada frente a muchos monteros. Y aunque hubiese quien no lo haya presenciado, seguro se habrán enterado.

Sinfonía de luna sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora