2.Decepcion

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La vida tiene una manera cruel de ponernos en situaciones donde las decisiones se toman en un suspiro, sin tener tiempo para medir las consecuencias. En esos momentos, es el corazón quien toma las riendas, impulsado por la urgencia del instante. Solo después, cuando las palabras ya han sido pronunciadas y los actos cometidos, llega el arrepentimiento, un dolor profundo que se convierte en una sombra constante.

Te encuentras repasando esos momentos en tu mente, tratando de entender qué fue lo que salió mal. ¿En qué punto exacto se torció el camino? ¿Cuál fue el error fatal? Las respuestas parecen siempre fuera de tu alcance, burlándose de ti desde la distancia, dejando un nudo en la garganta y una herida en el alma que parece no cerrar.

Lloras, no solo por lo que sucedió, sino por la incertidumbre de no entender completamente. Te sientes atrapado en un círculo de dolor, y cada lágrima que cae es como una pieza más de ti que se va rompiendo.

Recuerdas con claridad el momento en que lo viste. Cómo tu corazón, sin consultar a tu mente, tomó el control y pronunció aquellas palabras que, aunque cortas y directas, fueron cargadas de toda la emoción y vulnerabilidad que sentías:

—Oye, me gustas. ¿Quieres ser mi novio?

Fue una declaración seca, sin rodeos. Solo seguiste lo que tu corazón te dictaba en ese momento, sin detenerte a pensar en las posibles consecuencias. Y cuando él respondió con un simple "Claro", el mundo pareció detenerse. La emoción que te invadió fue tan intensa que sentiste que te temblaban las piernas. La alegría llenó cada rincón de tu ser, y te dejaste llevar por esa sensación embriagadora, como si nada más importara.

En ese instante, no te pasó por la cabeza cuestionar si realmente lo decía en serio. Estabas demasiado absorto en la felicidad del momento, ignorando las pequeñas señales, las advertencias de aquellos que, con más experiencia, te aconsejaban disfrutar mientras pudieras, pero siempre con cautela. Sus palabras se perdieron en el viento, y tú preferiste vivir en la burbuja de tu ilusión.

Pero la realidad, como siempre, no tardó en imponer su presencia. Fue un amanecer frío y despiadado cuando te diste cuenta de que todo había sido una farsa. Ya no podías seguir engañándote a ti mismo, y con un tono de voz gélido, tomaste la decisión que sabías era necesaria:

—Ya está. Estoy harto de esto y hasta la verga de ti. Hasta aquí llegamos.

Lo dijiste con una indiferencia que te sorprendió a ti mismo. Te dolió pronunciar esas palabras, pero en lo más profundo de tu ser, sabías que era lo correcto. No podías seguir en una relación que solo te estaba destrozando.

Su respuesta fue breve, casi mecánica:

—Ok, está bien.

Su voz no sonaba como la suya, y aunque intentaba mantener una sonrisa en su rostro, era evidente que también estaba afectado. Se dio la vuelta, y en ese preciso instante, sentiste cómo algo dentro de ti se rompía irreparablemente.

Mariana, tu amiga, estaba a tu lado. Fue ella quien, con una simple pregunta, te trajo de vuelta al presente:

—¿Y la cachetada?

Ah, sí. La cachetada. Habías olvidado ese detalle en medio del torbellino emocional.

—Ah, es verdad —respondiste, llamando su atención con un gesto—. Ey, espérate.

Él se giró, aún con esa sonrisa forzada, pero ahora había una burla evidente en su mirada.

—¿Qué? —preguntó, dejando escapar una risa que te hizo hervir la sangre.

No lo pensaste dos veces. Lo tomaste por los hombros, mirándolo directamente a los ojos. Tu voz, temblando de rabia, apenas logró mantener la firmeza:

—Cierra los ojos y no sonrías.

Obedeció, y en ese instante, tu mano se movió con una precisión que no sabías que poseías. La cachetada aterrizó en su mejilla derecha, un golpe que no fue tan fuerte como esperabas, pero lo suficientemente contundente para que entendiera tu dolor.

Los demás, incluyéndo a Mariana, te miraron con sorpresa. Nadie esperaba esa reacción de ti. Sin decir una palabra más, te alejaste de ellos, sintiendo cómo cada paso que dabas te distanciaba un poco más de esa etapa de tu vida que tanto te había lastimado.

Corriste hasta llegar a tu casa. Con un movimiento rápido, cerraste la puerta tras de ti y te permitiste, finalmente, sentir. Las lágrimas que habías contenido durante tanto tiempo brotaron sin control, liberando todo el dolor que habías acumulado. Los recuerdos se repetían en tu mente una y otra vez, como una película que no podías detener.

El dolor era insoportable, una sensación que quemaba en tu pecho como si mil infiernos se hubieran desatado dentro de ti. Lloraste por dentro, desgarrándote a cada sollozo. No solo te dolía haberle dicho adiós, sino también el hecho de que todo había sido en vano. Te dolía que, después de todo, él te dijera que te quería, solo para luego irse con otra.

Te atormentabas con preguntas que no tenían respuesta: "¿Por qué no soy suficiente? ¿Por qué no soy mejor que ella?"

Ya no podías más. El dolor era demasiado. Deseabas, con todas tus fuerzas, que alguien viniera y te arrancara ese sufrimiento del pecho.

"¿Quién fue el imbécil que creó este sentimiento tan inútil?", pensaste con amargura. "Lo juro, si alguna vez vuelvo a amar de esta manera, mato a quien sea responsable."

El amor que sentías era profundo, real. Pero ahora, la traición te dejaba sin aliento, sin palabras. No había suficientes páginas en el mundo para describir lo mucho que lo habías amado, ni tampoco para plasmar el dolor que su traición te había causado.

Te preguntabas una y otra vez: "¿Cómo pude perder tres meses de mi vida con él? ¿Cómo llegué a tal humillación?" Pero, por más que lo hicieras, no había respuestas que pudieran aliviar la tristeza que te consumía.

Y aunque suplicaras en silencio que alguien te quitara ese dolor, sabías que no desaparecería fácilmente. El sufrimiento era real, palpable, y solo el tiempo, si acaso, podría ayudarte a sanar.

Pero, por ahora, solo te quedaba llorar.

[One-Shots] Spruan 2 °^°©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora