Las pisadas de Hades retumbaban en ese silencioso lugar. La entrada de su reino siempre se había especializado en estar lo suficientemente abandonado para que cuando entraran las almas nuevas se estremecieran al oír los lamentos de aquellos que sufrían sus condenas en lo más recóndito del inframundo.
El dios ya estaba acostumbrado a bajar el espiral sin inmutarse en dirigirle la mirada a los pecadores que recibían todos los días el mismo castigo que Zeus les había concedido.
Le parecía absurdo dedicarles una mirada de lástima o de consuelo, pues para él la vida de los humanos era patética.
Sus orbes dorados escaneaban los escalones de roca que le guiaban al inmenso paraje de agua donde un enorme perro custodiaba la entrada.
— Hola, muchacho.
Saludó impasible, lanzándole un enorme trozo de carne que no pudo devorar de inmediato pues sus otras dos cabezas le estaban peleando el bocadillo.
Para Hades, el inframundo era un lugar asqueroso y miserable. No porque le intimidara su apariencia o le importara en lo absoluto, pero coexistir todos los días en un lugar gélido y apestoso, no era lo que se había imaginado cuando su hermano mayor le comentó que heredaría un reino intimidante.
Sus fosas nasales se acostumbraron al olor a azufre y su piel estaba lo suficientemente gruesa para retener el frío de la tundra.
Y aunque eso fuera poco, se acostumbró de igual forma a vivir con otras entidades que le hacían imposible tener un momento de paz.
— ¡Pena, Pánico!
De lo alto de las escaleras, dos pequeñas figuras descendieron los escalones de forma torpe y apresurada. Uno de ellos era un diablillo rechoncho de color violeta y su contraparte, tenía un aspecto enclenque y turquesa. Ambos contaban con cola y cuernos, pero ninguno tenía la inteligencia necesaria para darse cuenta de que se iban a dar de bruces contra el suelo.
El más alto tropezó con uno de sus pies, provocando que se estampará con el gordo. El horrible sonido que hicieron al caer fue lo suficientemente irritante para que Hades los mirara con desdén e impaciencia.
—¿Qué estaban haciendo?
— Nada, amo — contestó uno de ellos levantándose del suelo.
— Simplemente estábamos esperándolo para-
— Sí, sí. . .— le interrumpió el dios— no me interesa, sólo avísenme cuando las harpías lleguen.
Hades comentó, a la vez que se dirigía a su mesa redonda dónde tenía una muestra enorme del mapa de Grecia.
— Eso es lo que queríamos decirle — habló Pánico.
— Las harpías ya llegaron, su real vileza — Pena hizo una reverencia con una nerviosa sonrisa adornándole los labios.
Hades se giró hacia ellos con un aura tétrica y de sus ojos dorados se podía notar la expresión de ira que remarcaban todas sus expresiones.
— ¿¡Qué?! — exclamó colérico — ¿¡Las harpías llegaron y no me lo dijeron?!
Las llamas azules de su cabeza se habían transformado de un color anaranjado y su gesto se deformó en una mueca que no ocultaba la rabia que sentía en ese momento.
Era evidente que deseaba exterminarlos, por lo que Pena y Pánico no dudaron en lanzarse al suelo para suplicar perdón por su error.
— Perdónenos, por favor, somos unos gusanos, ¡despreciables gusanos!
— Sí, sí — hizo un gesto de desdén — sólo recuérdenme freírlos en la mañana.
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La hierba crujía en cada paso que daba. La diosa apartaba sutilmente los tallos de trigo que estaban frente a ella, mientras trataba de cruzar al otro lado de la pradera. Su cabello rebelde se ondeaba en el viento de un lado a otro provocando que sus rizos le obstruyeran su campo de visión.
La doncella no paraba de refunfuñar entre dientes lo absurdo que era la situación, mientras que aún sostenía en sus brazos al bebé humano con el que anteriormente había desaparecido.
— ¿En qué estaba pensando? — se recriminó — ¿Yo? ¿Cuidar de un bebé?
Sus ojos viajaron por todo el lugar notando que había llegado a un paraje lleno de hierba alta. Las montañas se alzaban al fondo de lugar y una gran variedad de flores adornaban el terreno para embellecerlo aún más.
La deidad soltó un gran suspiro cuando se percató que no sabía ni en dónde estaba. Varias ideas comenzaron a llenar su mente y lo mejor que pudo pensar, era que debía seguir caminando.
Y así lo hizo, dando grandes zancadas hasta llegar a un pequeño arroyo que se encontraba en medio, justo como si quisiese dividir el lugar.
La mujer acomodó su toga para sentarse en el césped y colocó cuidadosamente a la criatura en sus piernas para analizarla.
Sus ojos eran pequeños, como los de un pollo recién nacido y el poco cabello que tenía era de un tono oscuro que podía compararse al cielo nocturno.
— De no haber sido porque ayudé a tu madre a engendrarte hubiera pensado que naciste enferma — rezongó, inclinándose cuidadosamente hacia adelante para apreciar a la recién nacida— No entiendo cómo una criatura tan pequeña como tú puede ser tan pálida...
Inmediatamente la tomó entre sus manos y no dudó un segundo en girarla hacia la derecha para ver si tenía otro defecto. Para la deidad, no era común ver humanos tan pequeños o con un aspecto tan débil.
En el Olimpo era común que hablarán de héroes, monstruos y otros seres, pero jamás de bebés. En dado caso, los pocos temas que ella pudo entender siempre venían de su madre Deméter, quien le explicaba que el parto era la cosa más asombrosa en la vida de una mujer.
— O eso ella quiere creer...— pensó Perséfone en voz alta aun admirando detenidamente a la menor — Parece que ya olvidó lo perturbador que fue ayudar a Leto cuando iba a nacer Apolo.
¿Y cómo olvidarlo? Si la mujer bramaba del dolor como si le estuvieran arrancando un órgano del cuerpo.
El mundo de las hijas y las madres era tan complicado. Perséfone no podía comprender cómo una madre podía dejar a su suerte a su propia hija, a quien tanto le había costado parir.
Quizá porque su propia madre siempre había sido tan sobreprotectora con ella.
Cosa que apreciaba, pero a la vez le parecía asfixiante. Después de todo, Perséfone amaba explorar cada esquina del mundo terrenal, pero siempre se hallaba agobiada por el hecho de que su madre algún día podía encontrarla haciendo algo que a sus ojos no sería bien visto.
— En fin...— susurró, suspirando nuevamente — Ahora tengo que pensar qué haré contigo.
Perséfone frunció la nariz con estrés, prácticamente escudriñando cada parte de la menor.
— ¿Será prudente dejarte con las ninfas o acaso alguna manada de lobos querrá adoptarte? — volvió a preguntar como si la pequeña le fuera a contestar.
Sin embargo, para la sorpresa de Perséfone, los ojos de la niña la observaban con cierta intensidad como si quisiera captar todo con su pequeño campo de visión.
— Sí eso creí — contestó sarcástica, acariciando la coronilla de la niña.
⋆˖⁺‧₊☽◯☾₊‧⁺˖⋆
Hades no dudó en caminar apresuradamente por los largos pasillos de su hogar, de vez en cuando tropezando con el largo de su toga.
— Maldita sea, a veces se me olvida que tan impráctica es esta ropa.
Escudriñó cada esquina de su hogar, como si alguien estuviese vigilando y al entrar al área del trono, Hades se percató que lo que decían Pena y pánico era cierto.
Aquellas brujas, es decir, ancianas.
Ya habían llegado a la sala del trono. Las tres mujeres de togas holgadas y desgastadas estaban divirtiéndose, cortando hilos al por mayor.
La más alta de todas sostenía el extremo de un hilo negro que era la representación del alma de un ser humano.
Algunos dicen que la vida era fácilmente medida por los dioses, pero todos estaban equivocados. Quien tenía la decisión de arrebatar el último aliento de los hombres, eran las Parcas.
Tres hermanas cuyo destino estaba atado para intervenir en el juicio final de cada ser viviente.
Al lado de la más alta, había otra que le ayudaba a permanecer estable el hilo para que pudiera cortarlo, su aspecto era el menos decadente de todas.
En el fondo se podía apreciar el sonido de las tijeras crujiendo sigilosamente cuando lograron cortar el hilo y un grito desgarrador inundó las cuatro paredes del lugar.
Hades no se inmutó siquiera en decir algo, simplemente miró con desdén como aquellas brujas se reían por su "travesura".
— ¡Señoras, que gusto verlas en mi humilde dominio! Lamento la demora, es que...
— Lo sabemos — dijeron las tres al unísono, provocando que el dejo de sonrisa que apenas había trazado en sus labios se desvaneciera.
— Yo lo sé — contestó malhumorado, esbozando nuevamente una sonrisa — sin embargo, creo que es tiempo de hablar de algo que sí es importante.
El de tez grisácea caminó con pasos sigilosos, juntando ambas manos de forma pensativa.
— Díganme, señoras mías — Hades jugueteó con algunas piezas de la mesa, enfocando sus orbes en cada una de ellas— ¿Ustedes creen que pueda vencer al adorado hijo de Zeus?
— La verdad...— empezó diciendo la de en medio.
— Tú más que nadie sabes que no estamos autorizadas para hablar del futuro — interrumpió la más alta, claramente indignada ante su insinuación.
— ¡Claro que lo sé, mis dulces y hermosas señoras! — el peliazul ronroneó, acercándose a la anciana de en medio, posando sus huesudas manos en aquellas togas impresentables — Pero ¿no sería tan amable de su parte ayudar a este pobre Dios que está ante ustedes pidiendo este humilde favor?
— Tal vez podríamos hacer una excepción...
— ¡No! — regañó nuevamente la más alta.
— Sin embargo todo tiene un precio.
— ¿Qué clase de precio? — preguntó esta vez más interesado.
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『︎ Debilidad 』︎ 𖥔 ❲ Hércules x OC ❳
FanfictionDespués de tantas humillaciones, el dios del inframundo, Hades, decidió crear el plan perfecto para finalmente vencer a Zeus. Este plan sólo se podrá llevar acabo con ayuda de su hija. La cual tendrá que buscar la debilidad del primogénito de dicho...