StanXeno

113 9 1
                                    

Llegó como un regalo al príncipe heredero. Un cofre de madera de gran tamaño que al ser abierto mostraba imponente un huevo plateado protegido por nada más que paja y trozos de tela fina. Según la persona que dió el obsequio aquello era un huevo de dragón que estaba solo a meses de abrirse, los mitos y tradiciones dictaban que aquella persona qué el dragón vea primero luego de salir del cascarón, será la persona que al dragón jurara fidelidad hasta el final de sus días. Ese era el obsequio al joven príncipe en su décimo cumpleaños, el único hijo de la familia real; Xeno Wingfield.

Se tomó bastante en serio la tarea de cuidar ese huevo, había pedido libros y hasta asesoramiento de brujos sobre la gestación de dragones, el cofre se había mudado permanentemente a su habitación, cerca de la ventana para recibir la luz del sol y cubierto con más sábanas frondosas para mantener el calor. Le hablaba, le contaba historias que sus nanas le habían compartido con anterioridad. El huevo se había vuelto de forma inadvertida un amigo cercano del pequeño Xeno, no era extraño siendo hijo único con el agregado de tener que crecer lejos de otros niños de su edad para poder tomar en serio sus estudios como próximo monarca. Así que ese pequeño huevo era con el único que podía hablar y ser, bueno, ser un niño. Por tres meses fue así, hasta que finalmente la primera grieta se mostró en el cascarón.

—¡Se va a abrir! ¡Se va a abrir!—anunció casi gritando sin querer, se acercó al huevo tocando el cascarón por los lados. La grieta se extiende y se hace cada vez más grande, desde adentro algo se agitaba con ansiedad causando que la cáscara fuera cayendo a pequeños pedazos. La parte superior del huevo se alza como una tapa cayendo hacia atrás, de ese agujero recién abierto se va asomando poco a poco la cabecita de alguien, un niño… de piel escamosa plateada y ojos verdes, totalmente verdes, que miraban al heredero—¡Oh…! ¡Que elegante!

—Ele-gan-te…—Repitió cuál eco, impulsó su cuerpo hacia arriba para salir completamente del cascarón. Era como cualquier otro niño de su edad o tal vez un poco más joven, pero de piel escamada y plateada, además de una cola fina y delgada que emerge desde la parte baja de su espalda.

—¡Oh, cierto! Los dragones repiten todo lo que escuchan, debería presentarme—emocionado y ansioso, el niño tomó una sábana de seda que pone alrededor del pequeño cuerpo del dragón. Aunque no fuese un humano aún se aplicaban las mismas reglas, no podía estar desnudo y expuesto—¡Soy Xeno!

—Xe… no…

—¡Si, Xeno! Y tú eres mi dragón, ah, debería darte un nombre…—se dijo a sí mismo, meditando. Se llevó una mano a la barbilla y luego de pensarlo por un rato, sonrió—¡Stanley! ¿Te gusta?

—Stan… Stanley…

—¡Si, eres Stanley! ¡Y desde hoy seremos los mejores amigos!

El niño no dudó en envolver a su nuevo regalo entre sus brazos. Era un abrazo apretado pero suave al mismo tiempo, Stanley, en sus pocos minutos de existencia se dió el lujo de conocer que era el cariño. Que era una muestra de afecto, algo tan mundano como un abrazo maravillo a ese dragón por la sensación de calidez que invadió todo su ser. Era algo que no podía poner en palabras aún, por qué al tener solo minutos de haber nacido no tenía la forma ni la capacidad de nombrar aquella vorágine de sentimientos.

Pero más adelante, conforme conocía y apreciaba su entorno, recordaría ésto para dar por fin una explicación a ello: se sentía seguro, en paz por qué sabía que nadie iba a hacerle daño. Ese abrazo era lo primero que llegaba a su cabeza cuando pensaba en "un lugar seguro" dónde estar y dónde ser.

Stanley creció junto a Xeno. Aunque al ser una bestia fantástica, su crecimiento era sumamente más lento que el de un humano. Cuando Xeno tenía 15, Stanley apenas lucía como un niño de 10. Cuando Xeno cumplió los 18 y tomó el trono, Stanley aún no le alcanzaba ni a los hombros. Cuando Xeno llegó a los 25 años, es que por fin Stanley había dado el estirón, casi mejor dicho, por lo menos ahora el joven dragón llegaba a la altura de sus ojos. Para Stanley el tiempo era un concepto muy diferente al que tenía Xeno, para un humano el tiempo podía hacerse agua, escaparse como arena entre los dedos. Para una bestia, el tiempo era un factor que no formaba parte del entorno, claro, podían observar los cambios con el pasar de los días ¿Pero realmente importaba? Por qué Stanley se veía al espejo y seguía siendo el mismo, aún si pasaban mil amaneceres él seguía igual, a una criatura como él, algo como el tiempo sobraba.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jan 06 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

IDEAS SUELTAS (ONESHOTS, DR STONE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora