Epilogo: En tiempos de Calma

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Tras la muerte de mi querido esposo, los únicos momentos de paz, felicidad y quietud que tenía eran los que pasaba junto a mi ventana. Solo el ver las verdes praderas que se extendían a kilómetros de mi casa me daba ese sentido de serenidad. Estaba segura de que en este tranquilo lugar es donde quería terminar mis días. Me imaginaba sentada en esta misma silla, tejiendo un bello suéter para uno de mis muchos gatos, sintiendo la brisa y comenzando a quedarme lentamente dormida, sintiendo la calidez del sol y, entonces, simplemente volviendo a ver esos ojos marrones que tanto añoraba. La vida sin él, después de todo este tiempo, se sentía vacía.

Hoy, más que nunca, se sentía tan vacío. Hoy era mi cumpleaños. Mis dos hijas aparcaban junto a la entrada mientras las veía desde mi ventana. Ahí estaban también mis tres adorables nietos, seguramente impacientes para escuchar más historias de su abuelo, el héroe de guerra. Nunca se cansaban de escuchar las historias del abuelo. Él era el mejor contando historias. ¿Pero quién las contaría ahora? Yo no era la mejor endulzando la realidad; nunca pude ser como él y reponerme del todo de la guerra.

La puerta se abrió de par en par, y tres pequeños aparecieron gritando: "¡Abuela, abuela!" Corrieron hacia mí para abrazarme al unísono. Su calidez era tan reconfortante como los rayos del sol. Seguido de ellos, mis hijas y sus adorables esposos entraron dejando un par de bolsas de regalo y comida en la mesa. La más joven de ellas se apresuró a abrazarme.

—Mamá —dijo entre llantos—, ¿cómo estás?

Acaricié su cara. Ella siempre se preocupaba de que su vieja estuviera sola, insistiendo constantemente en que me mudara con ella a la ciudad, pero en cada ocasión me había negado.

—Estoy bien, mi niña —le dije mientras le sonreía.

Me levanté trabajosamente de mi silla. Los años ya estaban haciendo sus estragos y ya no era tan fácil andar. Algunas cicatrices de la guerra de vez en cuando dolían, o tal vez solo era la edad. Mi yerno se apresuró a ayudarme. Le hice un ademán; aún podía hacerlo sola. Él me sonrió. Me alegraba ver que mis hijas tenían la misma suerte al encontrar un hombre tan maravilloso como el mío.

Me senté en una de las sillas del comedor. Mi hija mayor estaba distribuyendo un par de platos en la mesa mientras su marido sacaba hogazas de pan y unas ollas de sus bolsas.

—Huele delicioso —murmuré.

—Joana insistió en hacer tu comida preferida.

Sonreí mientras seguía viendo a mi hija arreglando la mesa y colocando los cubiertos. Comimos y celebramos con una enorme tarta de mango. Tras terminar, me coloqué nuevamente en mi silla frente a la ventana. El abuelo solía colocarse ahí después de cada comida para disfrutar de un cigarro, finalmente un viejo hábito que terminó matándolo. Lo había adquirido tras la guerra. Sonreí al recordar su serena mirada.

—Abuela —gimoteó la más pequeña de mis nietas, una hermosa niña de cinco años con mejillas sonrosadas y cabellos dorados que brillaban con el sol. Colocó su cabeza en mis piernas y me miró de una forma tierna—, ¿nos vas a contar más historias del abuelo?

Alejandra, mi hija más pequeña, corrió a tomar a Susy entre sus brazos.

—No debemos molestar a la abuela. A ella no le gusta contar historias —me sonrió levemente preocupada; siempre se preocupaba de más—. Ve a jugar con tus primos en el jardín.

Martha, la muchacha que me ayudaba, se ofreció a cuidar a los niños mientras mis hijas se sentaban a mi alrededor.

—Hoy quiero contarles la historia de mi vida, no solo de cómo conocí a su padre. Él siempre la adornaba y hacía lucir todo hermoso, pero no fue así. Tuvimos una vida muy dura en el transcurso de la guerra.

—Mamá nunca cuenta historias —comentó Joana a su marido—. Quiero escuchar lo que tiene que decir —me sonrió con los ojos llenos de lágrimas, seguramente recordando a su padre.

—Si esta es una historia larga, tendré que ponerme más cómoda —rió Alejandra, quien dificultosamente se acomodaba en uno de los sillones a sus casi nueve meses de embarazo.

—Voy a contarles la historia de cómo perdí y recuperé a su padre en múltiples ocasiones, y de cómo la guerra no pudo separar nuestro destino. Pongan mucha atención, porque esta será la única vez que se los cuente. Los recuerdos ya están algo borrosos en mi mente.

Tras la caida del SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora