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—"La cúspide de la realización  de la belleza es la vulnerabilidad masculina" — dice la profesora, licenciada en Filología hispánica y divorciada hace trece años tras descubrir los múltiples engaños por parte de su ahora ex marido.

Observo mi bolígrafo. Tinta azul, rayado por un costado y mordisqueado en la punta.

—"No importa de quién venga; si es un manso acróbata, si es un escultor melancólico, si es un malhumorado contable... Ver a un hombre de rodillas, con lágrimas derramadas y suplicando aferrado a nuestras piernas es una imagen por la que muchas de nosotras pagaría millones. ¿O me equivoco?"

Observo su postura mientras acomoda sus gafas rojas sobre su nariz. Está apoyada contra su escritorio, la falda de tubo llegándole justo por encima de sus rodillas.

Regia, como siempre. Mostrándose altiva frente a una clase llena de adolescentes hormonales que parecen no prestar atención a todo lo que dice.

Menos yo.

Mi uña remueve de un costado a otra la esquina de la hoja de papel en blanco que tengo en frente, en la que debería apuntar cada palabra que sale de los labios de mi profesora porque esto se trata de un dictado. Un simple y vano dictado de uno de los tantos párrafos que suelta la autora del libro que nos mandó a leer y que ninguno de mis compañeros leyó. Salvo yo, como siempre.

Un supuesto castigo infringido con el fin de hacernos recapacitar. Como clase, obviamente, porque hablando individualmente no tiene ni puñetera idea de que me ha pasado el mes entero intentando descifrar el por qué una mujer cuarentona no supera que su marido le haya sido infiel con su sobrina, a quien ella misma llevó a su casa pensando en poner a prueba la fidelidad de su esposo.

¿Extraño? Sí. ¿Maníatico? También. ¿Turbio? No especialmente, pero sí una verdadera condena tratar de entender a la protagonista.

Ahora, la clase permanece callada. Algunos escriben, otros pocos se muestran perdidos y cuchichean cada vez que la señora Shin se detiene. Unos cuantos han dejado de vacilar y se mantienen callados y con la vista en frente, como yo; sin hacer nada más que comprender cada línea que suelta la profesora por gusto propio. Porque deleita saborear con la lengua cada una de las frases que escapa de su boca, con alivio, con exasperación y conformidad. Con un claro tono de "amo los penes, pero ugh, como odio a quienes lo cargan".

Merodeo con los ojos por la clase. Tan solo han pasado unos pocos segundos en los que la señora Shin espera paciente a que cada uno de sus alumnos haya captado sus palabras. Y entonces los capturo. A los cuatro. Cada uno con la hoja en blanco por delante y el bolígrafo desparramado por la mesa. Como yo; sin hacer nada más que escuchar en silencio lo que suelta la profesora de Lengua.

Solo que, a diferencia de mí, ellos, ni por asomo, buscan deleitarse con los párrafos tan extensos de una mujer incomprendida en un mundo lleno de hombres que harían lo que sea por acabar con ella. Por supuesto que no.

Los cuatro, quitando a Jin de la lista, juguetean entre ellos con miradas compartidas cada vez que la señora Shin mueve sus piernas y muestra, cada vez más, un cachito de su tersa piel perfectamente perfecta. Ríen con los ojos, a ratos incluso vocalizan palabras que me cuesta pillar pero que facilmente puedo imaginar de qué tratan cuando uno de ellos, el segundo más imbécil, hace un gesto con su boca al chocar su lengua contra su mejilla y llevar en puño su mano cerca de ella. Todos ríen en silencio. Y, como es usual, la señora Shin no dice nada. Todos aquí sabemos que ella nunca diría nada, menos a ellos. Menos al cabecilla de ese grupo, en concreto.

Suspiro, y apoyo mi cabeza contra mi mano en la mesa.

—"¿Hace falta detenernos a pensar por un solo momento cuándo, realmente, nos hizo falta un hombre en nuestras vidas?—se detiene, sus ojos desafiantes pasean por la clase y se detienen en la esquina, al fondo del aula. A quien está sentado a mi lado en una mesa aparte— Si no es por la mera idealización de ellos que nos provoca placer y algo de alivio, entonces no sé porque la Tierra decidió cultivar la semilla que los trajo al mundo. Son inservibles, artefactos complementarios que ni complementan bien. Seres que pululan y nunca permanecen,— la mirada la mantiene fija a mi lado, a mi derecha. Pero no desvío mi mirada de ella cuando lentamente se acerca hacia mí pero sé que va con destino a quien lleva sentándose a mi lado desde inicios de curso. Cada año— como rosas llenas de espinas que con solo tocarlas no solo duele, sino que arde. Porque eso es lo único que saben hacer: lastimar. — pausa. Los tacones han dejado de resonar, está frente a mí y puedo oler perfectamente su perfume a frutos rojos, pero ella no me mira a mí. Mira a Jungkook—Y nunca piden perdón"

Silencio. El dictado ha acabado pero dudo que alguien se haya dado cuenta.

Alzo los ojos, justo a las gafas rojizas de la profesora que cierra su libro de golpe, con un estruendoso sonido provocado por el choque del lomo pesado contra las hojas. Su mirada ardiente, parece echar fuego y me pregunto si alguien, a parte de mí, lo percibe. Está fija en Jungkook, parada ante él pero parece que también delante de mí.

—Lo quiero ver en la sala de profesores después del recreo.—Espeta crispada. Por un momento, sus ojos se desvían hacia mí pero lleva su atención de nuevo a Jungkook — Es deleznable tener que aguantar una actitud tan desconcentrada, tan arrogante como la suya, ¿no le da vergüenza?

Jungkook se queda callado, sinceramente esperaba una respuesta suya, igual a las que siempre suelta cada vez que un maestro se exaspera por su carácter pasota en medio de las lecciones por exactamente lo mismo: No prestar atención, pero, ¿por qué la señora Shin se empeña en corregirlo solo a él? Si la mayoría estuvo con la hoja en blanco igual que él. Como yo.

Caigo en cuenta, creo yo que demasiado tarde, de lo que ocurre. Del por qué del enfado y el por qué la llamada de atención.

Jungkook, a diferencia de mí y de los demás alumnos que decidieron no seguir la clase de hoy, no solo estuvo con la mirada despegada de la señora Shin, sino que sus ojos, esas absorbentes gotas de rocío carbón, estuvieron pegados a mí. Su cuerpo, su mirada y su atención puesta en mí, como suele hacer. Como lleva haciendo desde que empezó el curso. Desde hace tres años atrás, incluso, que yo recuerde.

El problema no es que me observe, o que me mire, o que me note en clase, o que me estudie con sus ojos. El verdadero problema es que me clava dagas de un filo puntiagudo cada vez que sus orbes oscuros se topan con mi presencia. Jungkook no me sonríe, mi me habla, ni me mira con calma o quietud.

Jungkook me golpea con esos cuchillos que tiene por ojos con un rostro ilegible, gobernado completamente por las tinieblas cada que nota que sus arremetidas ni me van ni me vienen. Cada que se da cuenta de que la advertencia que me envía a través de su mirada no me afecta. Ya no me daña en absoluto.

Por eso se queda callado. La tormenta le viene encima, como siempre, y lo único que él hace es abrir un paraguas que me clava en el abdomen hasta hacerme desangrar.

Sigue girado en mi dirección, la señora Shin ha marchado y ahora toda la clase recoge sus libretas y estuches, preparados para salir.

Y yo, que tengo dos dedos de frente, continúo mirándolo a él. Perdida en la tenebrosidad de su mirada que no se me despega.

Y lo único que él hace a continuación es sonreír. No para mí, sino para él. Porque el triunfo lo ha vuelto a tener él, me ha sacado de mis casillas y a penas me he dado cuenta; el bolígrafo mordisqueado yace partido por la mitad cuando mi puño lo ha apretado tan pero tan fuerte que la tinta se ha esparcido por toda mi mesa.

Así que, como hace jodidamente siempre, él sonríe perniciosamente al ver en primera estancia el regadero que he creado en tan solo unos cuatro segundos. Tiempo récord para él, una terrible faena para mí que me llevará una hora y media como mínimo de remediar.

Sus amigos se le acercan, y aún así sus ojos no me abandonan. Ni cuando la vena en mi cuello se asoma ni cuando mis cejas se juntan tanto que temo haberlas vuelto a juntar como cuando tenía once años. Mis dientes rechinan por la fuerza que ejerzo en mi boca. Él ríe al darse cuenta de eso.

Mantén la jodida calma de una vez, me exijo a mí misma, cansada de verme otra vez humillada por su culpa. Pero él ríe. La perniciosidad no abandona sus labios.

Ríe cuando se levanta y me toma una hebra del cabello con un cuidado abrasador para, seguidamente, tirar de esa hebra y arrancarla de mi cabellera, qué original.

Ríe cuando me ve estupefacta porque eso ha dolido. Ríe cuando se gira. Ríe cuando se aleja de mí y se dirige hacia la salida.

Ríe, sabiendo que la profesora Shin tiene una extraña y perturbadora obsesión con él. Así como él la tiene conmigo.

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⏰ Última actualización: Feb 15 ⏰

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No Mercy || Lizkook +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora