Huevo de oca

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Después de un inicio tan apoteósico en el mundo de las citas virtuales, no era de esperar mi vuelta a ellas en búsqueda de nuevos pretendientes, con el fin de... bueno, en este punto, todavía no tenía claro que esperaba encontrar, lo que sí tenía claro era lo que no me apetecía. No quería no conectar con una persona y acostarme con ella, salir de fiesta y enrollarme con un tío del cual no sabría ni su nombre al día siguiente. Lo que esperaba era llegar a tener un ínfimo vínculo con alguien que no te complicase más la vida, una persona con la que desconectar aunque fuese media hora durante tu fin de semana de la rutina cargada de trabajo y de las escuchas sobre las desgracias y adversidades de tus ochenta pacientes semanales (la vida de los ochenta no era un desastre, pero la de sesenta y cinco sí).

Y entonces apareció. Vamos a llamarle... J Random. Lo de Random, era porque él se catalogaba así mismo con ese apodo. Su definición de random era el ser aleatorio y el invocar sucesos extraños. En su perfil de Tinder parecía una persona dentro de lo que cabe normal. Le gustaba el deporte, bastante, sobre todo practicar calistenia, y también le apasionaban los animales (los gatos, para ser exactos, no sé qué ocurre con ellos en este mundillo). En sus fotos se resaltaba el verde botella de sus ojos, sus pestañas infinitas y la asimetría de su rostro. Esta vez, el que inició la conversación fue J Random, pero rápido la desviamos a WhatsApp para poder enviarnos audios (sí, Tinder no lo permite).

Para mí la voz de alguien es determinante a la hora de decidir si podría llegar a tener algo con esa persona. Los timbres demasiado agudos me horripilan, es algo que no soporto, además de la forma de expresarse uno mismo. Si habla de una forma agitada (como en el caso de J Random) o si por el contrario podría ser un triunfador en el mundo de las meditaciones guiadas, es algo a tener muy en cuenta.

Los audios dieron mucho de sí, tanto como para darme cuenta de que J Random y yo no tendríamos nunca nada. El chico era gracioso, nos reíamos mucho y realmente me parecía que tenía un atractivo. Pero la gente que percibes desbordada, emocionalmente hablando, genera en mí un rechazo instantáneo, puede que ligado al haber dado siempre con relaciones en las que el papel de la salvadora y cuidadora siempre ha estado encima de mis hombros.

Varias semanas hablando y diversas propuestas indecentes para vernos de la mano, coincidieron con un viaje a Londres que me ayudó a tener la excusa perfecta para poder retrasar ese posible encuentro, que, sinceramente, esperaba que se le olvidase y que la conversación se fuese enfriando hasta no saber nada más el uno del otro.

Dejar de hablarle de repente era algo que no me parecía correcto y al final, a una persona que ni siquiera conoces, tener que darle una explicación porque "la conversación no va a ningún sitio", tampoco estaba dentro de mis opciones. Pero, por si no fuese complicado el cierre etapa J Random, tuvo que llegar el diecisiete de noviembre para ponerlo todo patas arriba.

-(J Random) Estaba de puta madre volviendo del gimnasio y de repente mi padre me llama y... bueno, una movida familiar que te cagas. Mi madre condenó a mi padre a prisión hace tres semanas, ya te contaré, pero estoy en el medio de los dos y tengo la sensación de que esto no se acaba nunca.

-Joder, oye, sinceramente no sé qué decir, pero, ¿quieres que te llame?

-No te quiero molestar... Seguro que tienes cosas que hacer.

-No, que va, si quieres llámame.

-Joder y me acaba de enviar un audio mi ex.

-Pues escúchalo y si quieres después hablamos.

La llamada fue... incómoda. Me sentí como una teleoperada que pretende convencer a la otra persona de que se graduó en Psicología y que intenta tranquilizarla sabiendo con total seguridad que lo que le está aconsejando es con el fin de ayudar. Me sentía culpable. Una impostora. No sabía bien por qué J Random decidió contarme todas esas historias acerca de su vida familiar, el pasado con una ex que se intenta suicidar por la ruptura que tuvieron, el notar, que al otro lado de la línea, hay una persona desesperanzada, exhausta, pero que su cerebro no descansa ni estando bajo los efectos de un diazepam desde por la mañana. Yo intenté ofrecerle esa ayuda como hubiese hecho con cualquier persona en ese estado de sobreexaltación, porque a veces lo único que tranquiliza a uno mismo es decir en alto todos los pensamientos que te están atropellando una y otra vez, el bucle del que no das salido. Y él, en parte, me vio como la luz al final de su túnel. Un respiro de aire fresco para calmar toda esa incertidumbre. Y a mí me aliviaba que sintiese eso, pero me asfixiaba el tener que ser sincera y decirle que no podía aguantar más todo aquello, porque no podía ser lo que él quería, porque yo ya tenía mi mochila.

Lo que Tinder se llevóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora