CAPITULO 4. El reto estaba en el aire

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—Muy bien, tengo todo listo y preparado. Tu estarás aquí... al parecer, muriendo de ansiedad—Susan me miró con preocupación y tocó mi frente con el dorso de su mano—, y mi primo Roger entregará la rosa para Peyton, la segunda rosa, él no caerá en pánico por si alguien de su muy atractiva familia aparece.

Asentí con mi corazón martillando a mil por horas. Estábamos sentadas en un pequeño café que quedaba relativamente cerca del edificio de Peyton, uno que visitaba con relativa frecuencia; desde acá podría ver desde una distancia segura para no ser descubierta, ni siquiera para ser considerada sospechosa, el edificio donde vivía Peyton, por eso me gustaba tanto el sitio, y también por los pasteles que vendían.

Pero hoy, era mi base de operaciones, porque podría ver el momento en que Rogelio entrase al edificio con la rosa y el momento en que saldría sin ella. ¿Por qué no habíamos pensado esta opción la primera vez? No lo sabía.

El primo de Susan tenía 12 años, pero aparentaba la suficiente edad para que fuese creíble que trabajase de repartidor, pero no la suficiente para que sus papás lo dejasen salir solo, así que cuando terminase de entregar la rosa, Susan lo acompañaría hasta la parada donde sus papás lo pasarían a buscar y luego ella se encontraría conmigo en mi base de operaciones.

El plan se desarrolló tal como lo planeamos. Vi a la distancia como Rogelio entraba con la rosa en el edificio y luego como salía de él con las manos vacías, pero esta vez la rosa no se entregó sola, iba con la segunda parte de un plan que Susan me había convencido de hacer.

Peyton dijo que le hubiese gustado un número de teléfono a donde pudiese hablarme, así que Susan inmediatamente se acordó del viejo teléfono de su papá, un aparato que conservaba más por un valor simbólico que por funcionabilidad porque tenía poca capacidad para soportar las pesadas aplicaciones de moda, así que a duras penas tenía una app de mensajería instalada.

Así que a la rosa de hoy la acompañé con una nota que llevaba escrito el viejo número de teléfono del papá de Susan, y nada más.

Susan quería agregar mi inicial, un corazón, un mensaje más largo, pero me rehusé, había despertado su curiosidad sin dar información alguna, esperaba que el misterio de solo un número lo impulsara a escribirme.

Cuando Rogelio y Susan se perdieron de mi vista, respiré profundo, satisfecha y expectante. Ahora solo debía esperar que Peyton recibiese la rosa y que me escribiera. Sorbí de la malteada que había ordenado, cuando un aroma muy familiar me dejó nuevamente congelada en mi sitio. Era un perfume que conocía muy bien, la fragancia de Diesel para hombre. Un día fui con Andrea y Susan a la perfumería y me ayudaron a probar todos los olores hasta que dos horas después logré por fin ponerle nombre a ese perfume que tanto me encantaba de Peyton.

Por eso me paralicé.

—¡Hola Karim! ¿Está ocupado este asiento o esperas a alguien? —me preguntó Peyton Blake, si, el mismo Peyton Blake al que le acababa de enviar una rosa.

A duras penas negué con la cabeza y creí que me desmayaría cuando dijo mi nombre, sonrió y se sentó frente a mí.

—Este sitio prepara los mejores Pie de Limón de la ciudad, pero no había más puestos. ¿Estás bien? Estás un poco pálida.

¿Pálida? Gracias a Dios aún respiro, muerta es como debería estar.

—Son especialistas en dulces—respondí con dificultad, tragando el sorbo de malteada que aún tenía dentro de mi boca.

El mesonero entregó el pedido de Peyton en nuestra mesa y se alejó.

Nuestra mesa. Hasta eso se escuchaba bonito.

Karim y PeytonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora