Nuevo sendero

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THAIS

En la recepción quedan cuatro mujeres que esperan su turno para entrar a sus masajes. Una de ellas tiene agendado un masaje reductivo. A mi percepción luce espectacular, con una cintura marcada que resalta sus curvas. A veces me dan ganas de abrir mi boca y decirles: "Lucen espectaculares, salgan de aquí". Pero no soy nadie para dar mi opinión. Si ellas se van a sentir más seguras con ese cambio, quién soy yo para abrir mi boca y dar una opinión que nadie me pidió sobre un cuerpo que no es el mío

En pocos días, cumpliré 7 meses en este empleo que, aunque no es el de mis sueños, ayuda a pagar las cuentas. El trabajo de mis sueños está almacenado en la vieja computadora de mi departamento. La meta es algún día publicar mi primer libro. Aun no tiene título, pero ya estoy planificando y trabajando para convertirlo en realidad.

—Señora Nuria, puede pasar. La cosmetóloga ha terminado. Puede dejar sus cosas en el casillero que se le ha asignado. En la llave viene el número y la letra. Si puede colocar sus anillos y pulseras dentro —Levanto la bolsa pequeña de manta y la dejo sobre el mostrador junto con el kit de ropa desechable y la llave de su casillero—, facilitaría el trabajo de la cosmetóloga. ¡Disfrute su masaje!

En cuanto la veo desaparecer al dar la vuelta, deseo un masaje relajante. Ojalá tuviera un par de manos extra para masajearme, por el momento las lecciones que me ha dado Lexi, una de las cosmetólogas que me ha estado preparando, me han servido para relajar mis músculos después de un día intenso de trabajo.

Hace un mes Lexi le comentó a Stella, la dueña del Spa, que tengo potencial para dar masajes y "subir de puesto". Tras una prueba conjunta, Stella decidió apoyar mis lecciones adicionales. Otras cosmetólogas no estuvieron de acuerdo, en específico Andrea. Parece odiarme desde que llegué, mi sola presencia la irrita.

—No te pagan por mirar al vacío, hay trabajo que hacer. —Andrea me truena los dedos—. Haz pasar a la siguiente, mis manos están preparadas para moldear cuerpos como la artista que soy.

Masajea sus manos con el aceite de lavanda. No la odio; no creo odiar a alguien, pero ella se acerca cada día más a ese peligroso límite. No discuto, hago pasar a la siguiente chica.

—Recuerda que hoy salgo temprano, nuestras lecciones son para mañana con horario doble —Me avisa Lexi.

—¿Acaso me estás cambiando por una cita? —bromeo sabiendo la respuesta.

—Por supuesto, tú no me darás la noche de pasión que compense el sufrimiento de mi última epilación. —Me guiña un ojo.

—Demasiada información.

Recuerdo la primera vez que mencionó la palabra "epilar". Se me hizo raro que no dijera "depilar" como el resto del mundo. Pronto descubrí que epilar es arrancar el vello de raíz y depilar es quitar el vello con navajas o cremas por encima de la piel.

—No me digas que nunca te has...

—No termines esa oración —la interrumpo.

Ciertamente nunca me he epilado, soy demasiado miedosa, alguna vez recurrí a la depilación con un rastrillo y nunca más me han dado ganas de volverlo a intentar. Además, la inexistencia de mi vida amorosa no requiere que mantenga esa área despejada para ningún aterrizaje.

—Bueno, si alguna vez lo requieres, sabes que puedo ofrecerme.

—¿Esa no es Andrea acercándose a venderle a esa señora una crema relajante?

Bingo, por suerte su aparición me quitó de encima una conversación vergonzosa.

—Esto no se queda así. No te molestes, Andreita, ya la estoy atendiendo.

Corre a ponerse a lado de la señora para llevarla a su cabina y concretar la venta. Si algo tiene Lexi es una habilidad para vender, podría venderle mi alma sin darme cuenta.

Después de un largo día, regreso a casa donde la tranquilidad me rodea. Mi atención se posa en las pocas cajas que adornan la sala de estar, indicando que en pocos días mi compañera de chismes y películas nocturnas está a punto de dar el siguiente paso en su vida.

Se enamoró de un chico llamado Dave, llevaban saliendo alrededor de un año cuando hace unas semanas le propuso matrimonio.

El aroma de las cajas de cartón se mezcla con el perfume de algodón de azúcar que Aby suele utilizar. Al final del pasillo veo la silueta de mi amiga, tiene bastante energía a pesar de haber empacado caja tras caja. En cuanto despega la mirada de ellas su rostro muestra tristeza.

—¡Hola! ¿Cómo estuvo el trabajo? —pregunta tratando de mantener un tono alegre.

—Bien. ¿Cómo va la mudanza?

Suelta un suspiro.

—Excelente, pero es tan extraño —Mira las cajas—. Estoy emocionada por mudarme con Dave. Pero me duele abandonar este lugar, me duele dejarte a ti y a nuestras noches de películas, chismes y risas.

La nostalgia me sumerge en el recuerdo de cuando la conocí. Ella también estaba buscando una roomie. Una de sus amigas, que ahora es una desconocida, le habló sobre el anuncio que coloqué en internet. Después de la entrevista, donde platicamos para asegurarnos de que podríamos llevarnos bien, me sorprendió encontrar a alguien con los mismos gustos peculiares, como colocar cátsup a las palomitas.

—Estoy haciendo lo correcto ¿verdad? —musita en tono inseguro.

Su pregunta me devuelve a la realidad.

—Encontraste a uno de los pocos hombres decentes que quedan en la ciudad. Además, recuerda que pasó mi exhaustivo interrogatorio. Creo que la pregunta 4 sobre tener 8 hijos debió asustarlo y no lo hizo.

Las dos nos reímos mientras compartimos un abrazo cálido.

—Gracias por darme un hogar, una amistad y recuerdos. En cuanto acabe la mudanza tienes que venir a visitarme para tener nuestra noche de chicas.

—Claro, es muy posible que pueda hacerte un masaje relajante —suelto la noticia.

—Con que eso era lo que no me habías contado.

—No quería contarte hasta que no estuviera segura de obtener el puesto. Lexi me ha dado lecciones para aprender los masajes y pasar el examen. Tengo la teoría y gran parte de la práctica.

—Lo vas a lograr, siempre cumples lo que te propones. Así como lo estás haciendo con ese libro que ya deseo tener en mi nuevo librero.

Sus palabras me dan la motivación necesaria para retomar la historia que había pausado. Me siento un poco culpable por no contarle sobre ese hombre.

—Si ya salgo —dice Aby al teléfono—. Dave esta abajo en la camioneta. Te manda saludos. Mañana venimos por estas cajas —Me abraza y antes de salir grita—. Te quiero.

Aby se va y a pesar de su entusiasmo por el nuevo capítulo en su vida, una punzada de nostalgia comienza a extenderse en mi pecho. Miro las cajas y me doy cuenta que mi vida comienza a parecer estancada en comparación con la suya. La sensación de no avanzar, de quedarme atrás mientras otros progresan, me invade.

Me consuelo diciéndome que voy en mi propio camino y a mi propio ritmo. Pronto estaré en donde hoy lo anhelo.


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¿A primera mordida?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora