—Nieve. —Me arrodillé y agarré al perro—. ¿Qué te pasa, perrito?
Tan pronto como lo aparté de la puerta, Nieve perdió todo su interés por ella y
corrió a husmear en otra esquina. ¡Qué poco había durado su atención! Ésa, supongo,
es la diferencia entre los perros y las personas.La lluvia continuaba cayendo a cántaros, haciendo un estrépito constante sobre
nuestras cabezas. Oía el silbido de la brisa al dar la vuelta a la esquina de la casa. Era una auténtica tormenta de primavera.La puerta tenía un cerrojo herrumbroso a media altura, que no nos costó quitar, y
la pieza de madera torcida comenzó a abrirse incluso antes de que tirásemos de ella.Las bisagras rechinaban a medida que la puerta giraba hacia mí, dejando al
descubierto una negrura total al otro lado. Antes de que hubiera abierto la mitad de la puerta, Zurdi se escurrió por debajo de
mí y se introdujo en el cuarto oscuro.—¡Un cadáver! —gritó.
—¡Noooo! —exclamaron al unísono April y Erin, aterrorizadas. Pero yo ya conocía las bromitas de mi hermano.
—No está mal, Zurdi —le dije, y lo seguí a través del vano de la puerta.
Naturalmente, sólo pretendía fastidiar.
Me encontré en un cuarto pequeño y sin ventanas. La única iluminación procedía
de la luz amarillenta que emitía la lámpara colgada en el centro del ático, detrás de nosotros.—Abre bien la puerta para que entre la luz —le pedí a Erin—. Aquí dentro no se
ve nada.Erin terminó de abrir la puerta y puso un cartón para que no se cerrara. Después,
ella y April entraron también en el cuarto donde estábamos Zurdi y yo.—Es demasiado grande para ser una despensa —observó Erin con una voz aún
más chillona que de costumbre—. ¿Qué será?—Sencillamente un cuarto, creo —dije mientras esperaba que mis ojos se
adaptaran a la penumbra.Avancé otro paso y, al tiempo que lo hacía, una figura negra se acercó a mí. Grité y salté hacia atrás.
La otra persona me imitó.—Es un espejo, imbécil —me dijo Zurdi y se echó a reír.
Al momento los cuatro estábamos riéndonos con una risa nerviosa y estridente.
Pues sí, lo que teníamos delante de nosotros no era más que un espejo. Lo
distinguía con claridad, gracias a la luz amarillenta que se filtraba dentro del cuarto.El espejo era rectangular, grande, unos sesenta centímetros más alto que yo, y con
un marco de madera oscura. Se apoyaba en una base también de madera.Me acerqué y mi reflejo se movió hacia a mí para saludarme. Me sorprendí de
que mi imagen fuera tan nítida. No había polvo en el vidrio, a pesar de que nadie
había estado allí en muchos años. Me planté enfrente para mirarme el pelo.
Para eso son los espejos, ¿o no?—¿Quién pondría un espejo solo, sin nada más, en un cuarto? —preguntó Erin.
Podía observar su imagen oscura en el espejo, como a un metro detrás de mí.
—A lo mejor se trata de un mueble valioso o de algo por el estilo —contesté
mientras buscaba un peine en el bolsillo del pantalón—. Como una antigüedad.—¿Tus padres lo pusieron aquí? —preguntó Erin.
—No sé —respondí—. Tal vez perteneciera a mis abuelos. La verdad, no lo sé.
Me pasé el peine por el pelo varias veces.
—¿Nos vamos? Esto no es muy emocionante —dijo April. Se había quedado en
medio de la puerta, sin atreverse a entrar más.—Quizá sea un espejo de feria —dijo Zurdi, empujándome a un lado para hacer
muecas frente al espejo, a pocos centímetros del vidrio—. Ustedes no los han visto, pero están en los parques de atracciones y cuando uno se mira en ellos parece como si tuviera el cuerpo con forma de huevo.—Tú ya tienes forma de huevo —le dije riéndome, mientras lo empujaba a un
lado—. Al menos tu cabeza.—Y tú eres un huevo podrido —me replicó—. Hueles mal.
Me miré en el espejo. Me veía normal, sin ninguna deformación.
—April, entra —le pedí—. No dejas que pase la luz.
—¿Por qué no nos vamos, mejor? —imploró. De mala gana se movió dando unos pequeños pasos hacia dentro—. ¿A quién le puede importar un espejo viejo?
—Mira —le dije señalando. Me acababa de dar cuenta de que había una lámpara en la parte superior del espejo. Tenía forma ovalada.
Estaba hecha de bronce o de
algún otro metal. La bombilla era larga y estrecha, casi como un tubo fluorescente,
pero más corta. La miré detenidamente, tratando de adivinar cómo funcionaba.—¿Por dónde se encenderá?
—Hay una cadena —dijo Erin acercándose a mí.
Así era. Una cadena delgada colgaba del lado derecho de la lámpara, hasta unos
treinta centímetros por debajo del borde superior del espejo.—¿Funcionará? —pregunté.
—Seguramente la bombilla estará fundida —comentó Zurdi. Este Zurdi siempre
tan optimista.—Hay una sola forma de saberlo —dije. Me puse de puntillas y extendí el brazo
hacia arriba para alcanzar la cadena.—Ten cuidado —me advirtió April.
—¿Por qué? No es más que una lámpara —le dije.
Esas palabras se harían famosas.
Me estiré para alcanzar la cadena. No pude. Lo intenté de nuevo y, al segundo
intento, la alcancé y tiré de ella.La lámpara se encendió con un fulgor deslumbrante. Después disminuyó la
intensidad de la luz y se convirtió en una iluminación normal. La luz, muy blanca, se
reflejaba en el espejo.—Así está mejor —exclamé—. Ilumina todo el cuarto. Cuánto brilla, ¿verdad?
Nadie respondió.
—Cuánto brilla, ¿verdad?
Mis compañeros continuaban en silencio. Me volví y me sorprendí al descubrir una expresión de horror en las tres caras.
—¿Max? —sollozaba Zurdi, mirando hacia mí fijamente, con los ojos prácticamente fuera de las órbitas.
—Max, ¿dónde estás? —lloraba Erin. Se volvió hacia April—. ¿Adónde se ha
ido?—Estoy aquí —les contesté—. No me he movido.
—¡Pero es que no podemos verte! —dijo April hecha un mar de lágrimas.
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¡Invisibles!
HorrorEl día de su cumpleaños, Max encuentra en el ático de su casa una especie de espejo mágico. Éste puede convertirlo en invisible. A partir de ese momento, Max y sus amigos empiezan a practicar el juego del escondite. Pero Max se da cuenta de que está...