3. LA CHICA

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Al siguiente día Camille se despertó por un murmullo de chiquillos, quienes curiosos miraban descaradamente el rostro de la muchacha. Camille, al darse cuenta de esto se sobresaltó y se tapó completamente con la cobija. Entonces se escuchó la puerta y unos pasos pesados junto con una voz muy anciana pero tranquila.

–¿Pero qué hacen, pequeños?, es de mala educación mirar así a la gente, y más aún cuando se está en un lugar tan privado como la propia habitación. Salgan ahora por favor.

Un montón de pasitos salieron corriendo de la habitación cerrando la puerta tras de sí. Camille sintió una mano frágil acariciando su cabeza sobre la cobija que la cubría.

–Buenos días, es hora de levantarse. Puedes llamarme Hermana Rose. Les dije a los demás que vendría por ti, pero si no vas en un instante, vendrá la Hermana Danielle.

Camille se descubrió el rostro y se encontró con la cara anciana de una mujer bajita y ligeramente encorvada que la miraba con un par de ojos verdes a través de unas gafas de gran aumento que la hacían ver muy graciosa. La mujer se llevó una mano al pecho por la impresión del rostro de la chica, reacción a la cual Camille se empezaba a acostumbrar.

–Ejem... Está bien, debemos ser puntuales. Vístete por favor para llevarte al comedor antes de que acabe la hora del desayuno.

La Hermana Rose salió de la habitación dejando sola a la chica, quien se tomó un momento para despertar por completo y vestirse con el feo vestido marrón que le dieron. Al salir de la habitación pudo ver por fin cómo era aquel lugar cubierto por la brillante luz de la mañana.

Al salir por la puerta y mirar al lado derecho, podía observar el largo pasillo por el que la noche anterior la Hermana Danielle la guió para llegar al cuarto, notó que muchas de las pinturas eran figuras religiosas. Del lado izquierdo se encontraba una sala de estar con sillones y sillas de colchones rojos y cafés reunidos alrededor de una chimenea de piedra apagada y muchos estantes tan altos que solo con una escalera se podía llegar a ellos en los que había figurillas de porcelana, también había grandes ventanales como en el resto de la inmensa casa cuyas cortinas rojas estaban descorridas en ese momento, dejando ver un bello paisaje verde.

La Hermana Rose la estaba esperando al final del pasillo con una pequeña sonrisa en su arrugado rostro.

– Eres curiosa. Eso es una cualidad, recuerda.

La Hermana le ofreció una mano para que Camille la tomara y ese simple gesto conmovió a la chica de tal manera que sonrió genuinamente por primera vez en un par de días.

Camille siguió a la Hermana Rose atravesando el saloncito con la doble escalera y entrando a las puertas dobles que la chica había observado la noche anterior. Al entrar la muchacha observó dos largas mesas de madera oscura para sesenta personas ocupadas por al menos quince niños repartidos en pequeños grupos hablando de manera monótona sobre nada en específico. La habitación era estremecedoramente grande y muy alta, lo que hacía sentir terriblemente pequeña a Camille. Como en el resto de la mansión había grandes ventanales con cortinas rojas descorridas. En el extremo derecho de la habitación había unas puertas las cuales estaban abiertas y daban al exterior y del lado izquierdo había una barra en la cual niños se servían su comida de grandes ollas con grandes cucharones, la Hermana Danielle se encontraba vigilando todo. La Hermana Rose llevó a Camille a la barra y le dio un plato y una cuchara, la chica se sirvió alguna clase de avena que olía muy mal pero que según la Hermana Danielle era muy benéfica para la salúd.

Caminó frente a las mesas y evitó a toda costa las miradas de los chicos, quienes sin duda la estaban mirando. Se sentó en el extremo de la mesa más alejado de los otros y más cerca de la puerta. Entonces reparó en que alguien más se sentaba frente a ella: una chica muy bella, de cabellos largos, rizados y rojos como el fuego, piel blanca cubierta en su totalidad por muchas pecas y lunares, unos labios rosados deformados en una hermosa sonrisa cuyos blancos dientes estaban completamente alineados, solo había una cosa extraña en ella, esos bellos y brillantes ojos azul cielo estaban perdidos en el horizonte y no estaban prestando atención a la horripilante apariencia de Camille.

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