Capítulo 5

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                      Caricias de vela                     

Los recientes días han representado un reto emocional para Asia, a pesar de los encuentros repetidos con Gisel en la estancia destinada para los huéspedes, ha mantenido una fachada de desconocimiento, comportándose como si nunca hubiera cruzado palabras con ella, esperando que su amiga estuviese preparada para verla a la cara sin sentir tanta vergüenza.

—Asia, ¿has visto a Gisel? —preguntó Hernán con urgencia.

—No, hace tiempo que no me la cruzo. ¿Ocurre algo?

—Su padre ha preguntado por ella. Está demasiado preocupado y angustiado, parece que necesita verla. Llevo un año protegiéndola de ciertas verdades, pero es desgarrador ser testigo del dolor de ese señor.

—La verdad es que, no estoy segura de su paradero —mintió con su voz vacilante.

—Si la ves, por favor, transmítele mi dilema y la urgencia de su padre.

—Puedes contar con ello —prometió Asia.

—Y Asia, no me borres de tu memoria, te lo pido por favor —dejó escapar Hernán.

—¿A qué viene eso? —Asia frunció el ceño, desconcertada.

—Parto mañana, al alba. Hay asuntos que debo atender lejos de aquí. La villa y yo nos despediremos con el primer rayo de luz.

—Pero, ¿a dónde vas?

—Eso no puedo revelarlo. Pero volveré. Hay batallas que aún necesito librar —declaró con solidez, no sin antes permitirse una mirada tierna al colgante que se mecía en el cuello de Asia. —Veo que guardas cariño al obsequio que te hice.

—No es solo cariño, aprecio este colgante más que a ninguna joya de oro —confesó Asia, justo antes de sentir los labios de Hernán robar un breve, pero significativo beso.

—Comienzas a hacer de esto un hábito —señaló Asia, justo cuando Hernán estaba por partir, con una sonrisa jugando en sus labios ocultando las preocupaciones que llevaba consigo.

Atraída por un impulso magnético, Asia se lanzó velozmente hacia él, provocando que Hernán girara con sorpresa, atrevidamente, ella se adueñó de sus labios en un beso arrebatador, que parecía haber estado incubándose en secreto, esperando aquel preciso instante para desbordarse, las caricias hacían vibrar sus cuerpo, era algo desenfrenado, el deseo los corrompía, Hernán abrió la habitación de huéspedes que estaba cerca y cayeron juntos a la cama en un beso, el se levantó y aseguró la puerta para luego ambos deshacerse de sus prendas, dejándose llevar por el placer y la pasión que desfogaban sus desnudos y vaporosos cuerpos rebosados de deseo el uno por el otro, piel por piel, entre un enredo de piernas y fragancias que se destilaban en aquellas sabanas blancas de algodón, quedo el legible sello del amor en su mas pura expresión carnal.

Ya era de noche, la oscuridad de la habitación parecía compactarse con la espera, y cada segundo que Asia pasaba en vela contando las estrellas hasta el alba era un tormento, sus ojos buscaban el primer atisbo de luz, el preludio del día que no podía dejar llegar sin actuar. Debía encontrarlo, detenerlo, no obstante, la fatiga del insomnio venció su determinación, dejándola en un sueño abrupto y rebelde.

Se había quedado dormida una hora más, sus pies, en un frenesí, la llevaron directo a los establos del palacio, allí encontró, a Arrow, su fiel andaluz, cuyo pelaje blanco moteado de negro, bajo una crin de nieve parecía reflejar los contrastes enrabiados de la propia vida. Con la agilidad de un lustrado jinete, ensilló y montó al melenudo corcel, quien partió a galope veloz con euforia retenida.

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