Capítulo 17

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                 Oscuridad de miel                       

Abraham Turner, envuelto en una nube de acusaciones, había sido señalado responsable por el fallecimiento de la reina, mientras tanto, Jacobo se mostraba frío como el hielo ayudando a distorsionar las riendas de la investigación y los entresijos de la legalidad, intentando blanquear las sombras que manchaban el linaje real y la reputación de su hermana mayor, buscaba redefinir la justicia, anhelando que aquellos verdaderos artífices del mal enfrentaran su merecido castigo.

El día del juicio, Abraham fue conducido a la horca en un teatro público de desgracia y rectitud, Jacobo presenciaba con una serenidad perturbadora, entre el conglomerado, Asia y Emilie compartían la perplejidad horrorizadas por la sonrisa macabra del joven príncipe.
Emilie, lo único que lamentaba era la pena que consumía a sus padres, respecto a su hermano, ninguna fibra de cariño se mantenía, el odio había echado raíces profundas alimentadas por años de abusos insidiosos. En esta ocasión, su resolución la llevó a testificar el acto, cobrando valor al flanco de Asia.

Emilie se encontraba en el umbral de una era definitoria. Su matrimonio con Jacobo la posicionaba como la próxima reina, estaba dispuesta a forjarse en una mujer de inquebrantable fortaleza y audacia, superando a la persona que una vez fue.

Finalmente la red de contactos y personas de la nobleza lograron que Tuenner fuera liberado, para suerte de Gisel ya no tenía que sufrir la muerte del hombre despreciable al que ama ciegamente.
Hernán y Asia iban secretamente al jardín, reinaba un silencio contemplativo entre ellos roto solo al alcanzar un rincón escondido, con el suelo repleto de hojas y rodeados por los rosales

—Hernán, no era mi deseo —comenzó Asia, pero sus palabras se perdieron en el beso apasionado de Hernán.

—Te he extrañado a un grado insoportable, busqué tu rostro en cada alba, pensaba que nunca más te volvería a ver, sostenía la amarga idea en mi cabeza, acabaría con mi vida —confesó con fervor.

—Hernán, en aquellos días en la torre, fuiste mi guardián — admitió.

—¿Fuiste tú entonces?, ¿Eres la descendencia secreta del rey? —inquirió Hernán con esperanzada incredulidad

—No, descarta ese pensamiento, se trata de otro destino, no el mío —zanjó en la intimidad de la arboleda.

—¿Estás al tanto de ello? —preguntó Asia.

—Sí, sígueme —respondió Hernán, tomando su mano con delicadeza. Juntos, se aventuraron hacia la solitaria torre. Las escaleras crujían bajo sus pies, fueron recibidos por el polvo y el desorden que el olvido había creado.
Allí, bajo un manto empolvado, Hernán desveló el rostro de la pintura, revelando los trazos de Francisco en su juventud.

—¿Es acaso Jacobo? —preguntó Asia confundida por el parecido

—No, es el rey en sus años mozos —aclaró Hernán—. Y aquí —continuó al descubrir una segunda obra en la cual la imagen de una dama se asomaba con elegancia.

Asia contuvo la respiración —Se puede confundir con mi reflejo —musitó con autorreconocimiento

—Creo que esa semejanza fue la que convenció al rey de tu posible linaje real —concluyó Hernán, con especulación.

—¿Cómo es posible? —afirmó Asia.

—¿Estás segura que no es tu madre? —preguntó el caballero aún pensando en la posibilidad.

—No, claro que no.
Asia veía los objetos en la habitación con asombro —pero, ¿cómo llegaron todas estas cosas aquí?, yo nunca las vi antes —expresó con sorpresa.

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