III

0 0 0
                                    


Anoche habíamos tenido una discusión demasiado grande con mi padre, se había enterado de mi ausencia en a fiesta de la primavera. Demasiado tarde.. la verdad. Creí que me salvaría ya que no me había hecho llamar durante los cuatro días posteriores a aquella celebración abrumadora y sin sentido alguno para mí. Pero estaba equivocado. Mi madre no había logrado detener los golpes esta vez, y quería devolverle los golpes el doble de fuertes, quería dejarle una marca que durara más que la que me había dejado en el rostro que pintaba mi mejilla de rosado, picaba, dolía.

Mientras caminaba por los oscuros pasillos del castillo, el dolor físico de los golpes seguía resonando en mi cuerpo. Sentía una mezcla de ira y angustia que se revolvía dentro de mí, alimentando mi determinación de no dejarme someter por la violencia de mi padre. Cosa que no lograría. La discusión con él había sido desgarradora. Sus palabras llenas de enojo y desprecio habían herido mi orgullo y habían borrado aquella felicidad en mi corazón que había aflorado en aquella tarde con el chico de ojos azul plata.. Me había rebelado contra la idea de asistir a una fiesta que no tenía ningún significado para mí, y mi padre no había aceptado mi negativa y por eso la violencia se había desatado nuevamente detrás de la puerta de la vieja oficina de mi padre a la que trataba de no llegar, porque sabia muy bien lo que me esperaban dentro de esas cuatro paredes de piedra.

En aquellos pasillos alumbrados por lámparas de cera y antorchas pegadas a las paredes, solo se escuchaban mis pasos retumbando y el ruido de una especie de silbido y el crepitar de las llamas. Ese silencio tan cómodo me indicaba que era el momento perfecto para escaparme a sentir el viento golpear mi rostro, y quizás.. a tomar unas cuantas cervezas.

Mis pasos agiles y rápidos no se demoraron mucho en llegar hasta el establo, tampoco en salir al trote con Cosmo hacia dentro de la arboleda y luego al camino de tierra. El olor húmedo de la noche inundaba mis pulmones. Era un aroma muy común en estas épocas cuando llovía, el castillo se llenaba de ese conocido perfume viejo y húmedo que me encantaba, o.. quizás estaba acostumbrado y lo había pintado como un buen gusto. Pero el olor al césped mojado por la llovizna.. era lo mejor en el mundo. El aire fresco golpeaba mi rostro aliviando levemente aquel calor molesto en mi mejilla izquierda.

Mi padre era un hombre robusto, de manos grandes y dedos gruesos, bien fornido y musculoso, viejo, tenía ojos celestes hielo y una mirada que te penetraba el alma, una como si no tuviera vida, como si en realidad su corazón bombeara odio y frialdad en vez de sangre. De niño me daba miedo.. en cambio, mi madre, era una mujer demasiado agraciada y muy.. frágil. Para no decir más. Demasiado joven como para tener tres hijos. Su cabello era negro como el mío, y sus ojos dorados, era el único de mis tres hermanos que se parecía a ella en cuanto a aspecto. Pero por más que se vea inocente, por dentro es alguien que no temería en lastimas o incluso matar por lo que quiere. Pero usa su aspecto de mujer indefensa como una máscara, porque sé bien que siempre lleva una daga en el muslo como yo, solo que a comparación de ella, se podía ver.

Pase por debajo del arco del pueblo mientras acomodaba mi capucha en mi cabeza. No había mucha gente, y eso no me sorprendía. Eran pasadas las once de la noche, a estas horas la gente duerme para luego levantarse a comenzar su trabajo laboral. Pero sin embargo, habían grupos de amigos caminando mientras hablaban entre risas, algunos amantes de la bella luna en el cielo, que como yo, buscan una forma de deshacerse de sus problemas con el exterior y, claramente, ebrios. La luna.. ella iluminaba el cielo nocturno con una gracia única y encantadora, sus rayos plateados bañando las calles desiertas de una belleza mística. Me detuve un momento para admirarla, dejando que su tranquilidad me envolviera. La luna siempre había sido mi confidente, mi cómplice en las noches solitarias y llenas de preocupaciones.

Una de las pocas luces que iluminaban las calles era el de la taberna, el pequeño bar de la esquina que había sido mi acompañante de barias noches de bebida.. incluso me hice amigo del barman. Hablaba siempre con él, y.. me cae bien.. no es que me haya hecho su amigo para que me de bebidas gratis.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jan 21 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Lagrimas de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora