Capítulo 1.

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"La tierra tiembla ante tu paso, el cielo se abre ante tu presencia altiva. Hijo del viento, que se estremece al oír tu llamado y no hay nada que pueda vencerte y no hay nada que pueda doblegar tu espíritu. Tú eres libertad".



Soy Fire Ash, tengo quince años, sigo respirando...

Y un día la vi. La vi y tuve la respuesta a todas las preguntas, la vi y supe que la vida que llevé era la única manera de llegar a ella. Un día la vi y sentí... sentí todo. Estaba ahí parada, era una niña de unos catorce años que me miraba con curiosidad, tronaba sus dedos nerviosa y me mostraba sus dientes blancos con una sonrisa. Estaba acompañada de unas personas, un hombre y una mujer, y tenía sus hombros encorvados, era pequeña. Había duda en sus ojos, una duda que me decía que buscaba a alguien más.

Yo estaba ahí, como siempre, como cada mañana esperando que pase un día más y deseando ser invisible. Deseando que un día de verdad ya no despertara, que tal vez los calmantes que me daban después de mi trabajo hicieran un efecto adverso y de repente, me mataran. Estaba cansado, casi quince años llevaba siendo un esclavo de los humanos. Quince años en donde fui deshecho de quienes pensaron que mis manos torcidas eran un defecto para correr y me golpearan hasta el cansancio para que alcanzara el tiempo que querían, donde fui usado por una muchacha que aunque supiera de la equitación, no sabía nada de mí. Donde fui usado para llevar caballos jóvenes, briosos que me obligaban a desequilibrar mi fuerza y apenas podía levantar mis patas traseras del entumecimiento.

Grité durante años pero nunca nadie me escuchó. Nunca nadie tuvo piedad de mí, nunca nadie pensó en mí, nunca tomaron en cuenta mi dolor y mientras arruinaban mi cuerpo, yo endurecía mi espíritu, mi genio y mi corazón. Ya era un caballo viejo para muchas cosas, un caballo que tenía el mote de peligroso en el Hipódromo donde vivía en ese entonces. Fue más fácil llamarme peligroso para los humanos que pensar en que, tal vez, no estaba siendo agresivo sino que estaba defendiéndome. Estaba intentando salvar mi vida, luchando por mi integridad, por mí porque nadie luchó por mí.

Esa mañana hacía frío, caía una llovizna que te calaba los huesos. Me recordaba al día en que nací, solo ese día fue bueno porque mi madre murió después dejándome completamente solo. La soledad siempre fue mi compañera, he aprendido a vivir en ella porque en esos momentos era cuando nadie merodeaba a mi alrededor y podía descansar. Esa soledad también me fue haciendo reacio, la soledad y los humanos. Ser caballo en esta tierra era ser un esclavo.

Conocí los golpes antes que una caricia, la obligación antes que la tranquilidad de poder crecer pastoreando con una manada de caballos. Conocí los gritos antes que una voz suave y el desprecio antes que el cariño. Fui exigido desde muy joven para correr, mi cuerpo era un gran mapa de cicatrices que se veían cuando mi pelo quedaba corto por la temporada de verano. Que todavía duelen cuando las recuerdo, queman. Quizás mi cruz fue nacer siendo un pura sangre, o nacer siendo un caballo.

O nacer...

La persona que me montaba para trabajar era un anciano, tenía respeto por él porque aunque los humanos no me agradaban, yo no era un monstruo y no atentaba contra sus vidas a menos que fuera realmente necesario. Si actuaba en consecuencia, si me quejaba por dar tantas vueltas en las pistas recibiría un castigo a cambio, nunca comprensión. Prefería tolerar, ya no quería golpes.

Me gustaba la lluvia. Dicen por ahí que cuando llueve, uno ya no llora solo. Me gustaba sentirla en el cuerpo aunque me congelara en invierno. El frío de mi dolor era más poderoso que el frío de la estación y la lluvia, de alguna manera me hacía sentir que barría las marcas que dejaban en mí, la sensación de sucio y usado que me quedaba cada vez que alguien bajaba de mi lomo. Sucia y usada mi alma.

Aunque no era dueño ni de mí mismo, al menos podía darme el lujo de sentir la lluvia todavía y la lluvia también la trajo a ella.

- Ese es el caballo. - escuché decir al tipo de turno al que pertenecía. Había pasado ya por tantas personas que ni siquiera recuerdo sus nombres. O quizás no quiera recordarlos... Yo estaba colgado de una soga a una argolla en la pared, con la cabeza baja, una montura lo suficientemente apretada a mi cuerpo como para sentir que mis pulmones no se expandían del todo al respirar y un hartazgo terrible. No quería levantar la vista, seguro serían otras personas más que pasarían de largo o que me comprarían como objeto de supermercado con fecha de caducidad.

- Es alto, muy grande para ella.- expresó la mujer.

- Sí pero es bueno, muy tranquilo y sirve.-

Sirve ...

De eso se trata la vida de un caballo, de servir o no servir ante las necesidades humanas. No importan tus sentimientos, no importa que te duela la carne y que tengas la piel tan sensible que hasta sientas una mosca posada. Ellos siempre dirán que es gruesa y que no duele el golpe. Siempre dirán que somos resistentes, que podemos hacer lo que sea que se les ocurra y no podemos temer, tampoco podemos expresarnos. Ni siquiera para defender nuestra vida. Nuestra vida no es nuestra.

Y no, yo no era tranquilo...

- Aruna, míralo. Si te gusta, lo compramos. Ya me está molestando tu indecisión, además es barato. - habló el hombre que a juzgar por su apariencia, era bastante prepotente.

Barato... me reí en mi interior. Todos tenemos un precio, a medida que los años nos pasan por encima y las lesiones nos marcan, vamos convirtiéndonos en baratos. Si no somos útiles, somos baratos y si ni siendo baratos nos compran, somos comida.

De reojo, sin moverme, pude observar a la niña acercarse con mucha cautela. No dejaba de tronar sus dedos.

- Hola - me saludó en un susurro mientras apoyaba su pequeña mano en mi cuello.- No me gusta que tengas el pelo corto pero mi pelo tampoco es lindo.- dijo con una risa muy suave. Su comentario llamó mi atención pero no me moví. Estaba tenso, esperando que se alejara, deseando que se alejara y no se instalara en mi mente ese pensamiento. Ese pensamiento que me decía que tal vez, algún día alguien me liberaría y jamás sucederá. - Soy Aruna. - continuaba con sus caricias, comenzaban a sentirse bien.- te diré la verdad, he soñado desde muy pequeña con un caballo negro de villano o uno blanco de princesa, muy diferentes a ti...-

Todos deseaban siempre un caballo diferente a mí. Yo era el demonio hecho carne y hueso para las personas en ese lugar y me asombraba demasiado que estuvieran asegurando que sería una buena elección para una niña que seguro no sabía nada sobre nosotros.

- ¿Y? ¿Has decidido ya? - cuestionaba elevando la voz el hombre que la acompañaba. Sentí como de golpe su respiración se entrecortaba y un miedo extraño salía de sus poros. Sin darse cuenta presionó mi cuello más fuerte, estaba nerviosa.

- Yo... - la vi como comenzaba a alejarse y hubo algo dentro mío que hizo que actuara sin pensar. Rasqué el suelo con mi mano para llamarla, volteó sorprendida y en ese mismo instante nos miramos a los ojos.

Esa niña...

Sus mirada estaba rota, no tenía brillo para nada y pude percibir que dentro de ella habitaba una oscuridad enorme. Ella estaba rota y eso es algo que los caballos reconocemos muy bien, sabemos perfectamente cuando un humano no está en sus cabales, cuando está muy herido o incluso cuando está bien pero más cuando su alma está hecha pedazos. Como la de ella.

Acortó su distancia hacia mí y me abrazó con fuerza, sentí su abrazo como una necesidad de meterse debajo de mi piel, de desaparecer de la vista de las personas que estaban ahí y me habló...

- Yo te prometo que haré todo para que seas feliz.- y lloró...

Esa promesa fue el principio de nuestra historia. 

Memorias de un caballoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora