Capítulo dos: El espacio suficiente

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La isla de Warren, en Florida solo tenía una escuela primaria, una secundaria, dos universidades, un hospital, diez restaurantes, seis bares, una plaza, una recién abierta biblioteca/café y el condominio de su abuela. Con tantos locales y tan pocas personas daba la impresión de ser un pueblo fantasma, y estando rodeada únicamente de agua estaba a punto de serlo. Con su curiosa naturaleza, quería saber lo más que podía del pueblo y el mejor lugar para eso era la biblioteca.
Ya había pasado una semana desde su llegada y por fin podía salir, únicamente con Diana, con la que a este punto ya había compartido su vida entera desayunando en los balcones. En cuanto salió del departamento se encontró con Diana, también lista para salir y esperándola en su puerta, un abrazo después y estaban paseando por la isla.

Las calles, como todo en Warren eran pequeñas, en más o menos diez minutos caminando podías estar en el centro, dónde estaban los locales con más entretenimiento, pero las muchachas se dirigían hasta el sur de la ciudad, no muy lejos de sus apartamentos, pero algo alejado del centro. Murales coloridos, grafitis, vendedores ambulantes y la escasez de personas era suficiente para llamar su atención, parecía más entretenido pasear sin rumbo que ir a un establecimiento y la falta de lugares de ocio era compensada con aquel precioso e iluminado paisaje callejero. Menos de media hora caminando y llegaron a su destino. Aquella vieja y descolorida biblioteca daba un aire antiguo, a diferencia de la mayoría de la ciudad, que se mantenía a la par del mundo con la tecnología. La fachada era muy simple: una puerta doble de vidrio entre dos ventanales plagados de posters y una nota escrita a mano.

“Se solicita asistente de bibliotecario desde los 17 años, horario y salario discutible. Por favor ☹”

“Curioso”, pensó. ¿La oferta le interesaba? Sí, además de que podría pasar más tiempo en la biblioteca y no tenía nada que perder. Tomó la nota del ventanal y entraron, un “ding” un tanto peculiar las recibió desde la campana por encima de la puerta, mientras que un joven alto y un moño desordenado sobre la cabeza ordenaba detrás del mostrador.  Aunque carente de clientes, el local estaba completamente abastecido de libros en estanterías que llegaban hasta el techo. Los papeles iban y venían en las manos del dueño, quien parecía no percatarse en lo absoluto de la presencia de las amigas.

—¡Hola!, quisiera saber si el puesto de ayudante sigue disponible—. Llamó su atención con una sonrisa en la cara. Enganchó su brazo con el de Diana para calmar su nerviosismo, pero el constante movimiento de la pierna de su amiga no la ayudaba a calmarse.

—Creí que solo veníamos a leer sobre este hueco.

—Decisión de último minuto, ahora sush.

—No me shushees, ¿crees que sea una buena idea?

—Te shuseo porque quiero, y sí, no creo que nada pase.

—El tipo ni siquiera nos presta atención.

—Seguro está ocupado, dale un momento.

Minutos pasaban y el encargado parecía no darse cuenta de su presencia aun pasando por su lado, Diana, de corta de paciencia, se estaba empezando a molestar. El joven paseaba por la tienda con una lista en las manos y un carrito con decenas de libros, enciclopedias, diccionarios, revistas y cualquier cosa parecida a un libro que fuera legible.

—Al principio era divertido, ahora es ridículo. ¡Disculpa, pero esta chica necesita un trabajo! —. Vociferó soltando a Ellie, con una mano fuertemente cerrada en un puño golpeando la barra de café.

El pobre encargado casi suelta la pila de libros que llevaba encima. Parecía un poco perdido y sin conciencia de la situación, como si la presencia de las jóvenes fuera algo simplemente desconocido para él—. ¡CLIENTAS, POR FIN! Santo Dios, creí que nunca vería algo más que una persona en busca de café por aquí. Mucho gusto, soy Morgan, dueño y encargado del lugar, ¿en qué las puedo ayudar?, ¿café, libros?, ¿de qué tipo?

Sonrisa amplia y amigable, ojos azules, un marcado acento británico, cabello largo, rizado y claro en un moño desarreglado con un lapicero apenas manteniéndolo erguido, “M. Gardener” se leía en su gafete y aunque de aspecto poco cuidado conservaba un buen porte. Se veía joven, pero mucho mayor que la joven, ¿qué hacía un tipo así viviendo en una isla tan vacía?

—Mucho gusto, soy Ellie Dawson y ella es Diana, vimos tu anuncio sobre necesitar un asistente. Creo que mi intención es algo obvia—. Después de un apretón y una invitación a sentarse, la entrevista comenzó.

—Y dime, Ellie, ¿cuántos años tienes?

—Cumplí 18 en marzo.

—Así que aries, bien, bien. ¿Vives sola?

—Con mi familia, estamos de vacaciones.

—Perfecto, ¿qué días estás disponible y cuánto quieres que te pague?

—Uh, de lunes a viernes y no tengo idea de cuánto pedir para que no suene descarado o que no valoro mi trabajo.

—¿Verdad qué decidir un sueldo es difícil?, ok, ok, ¿qué te parecen 45 semanales?

—Me parece muy bien, muchísimas gracias.

—Y una última cosa, necesito tu número para contactarte en caso de cualquier cosa, ¿ok?

—Bien, déjame anotarlo.

Unas conversaciones, un paseo por el local y la ojeada a varios libros después y Ellie, Diana y dos iced americanos salían del local, la castaña con un trabajo de 10 a 3 y descuentos en café por todo el verano.

—Te dije que sería buena idea, D.

—Para ti, te la pasaste hablando de libros.

—Bien, bien, la próxima vez iremos a dónde tú quieras.

—No me des tanta libertad, la última vez que me dejaron elegir a mí terminamos en un ferry de camino a Cuba.

—Ay, y no invitas.

Se desató un ataque de risa entre las amigas, hasta el punto de casi derramar sus bebidas.

Las calles ya estaban frías y aún más solitarias que de costumbre, la brisa helada contrastaba con el calor de la tarde, la entrevista tomó más tiempo del esperado y Ellie se interesó demasiado en la historia de la isla, al parecer de Diana. Paso a paso el día se convertía en noche, dejando un rastro naranja en el cielo que alguna vez fue celeste, los mismos grafitis, puestos y mucha menos gente pasaban por sus ojos, el condominio quedaba cada vez más cerca y Ellie deseaba que ese día no acabara, era de los pocos días en los que no deseaba estar de vuelta en Georgia, aunque a diferencia de su ciudad natal Florida tenía a Diana, su trabajo y quién sabe qué cosas más que a Ellie le importaban, Warren era una oportunidad para que, aunque sean unos pocos meses, ella pudiera disfrutar. Augusta carecía de amigas y de historias por descubrir, “Ojalá fusionar ambas ciudades”, se le cruzó por la mente. Sin darse cuenta, ya habían llegado a su vivienda, tan verde y descolorida como siempre.

Cada vez que entraban al edificio era como verlo por primera vez, de nuevo.

Entre olas y casas abandonadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora