Han pasado un par de días desde el momento que el guerrero Torsten declaró estas tierras como parte de la gran colonia vikinga.
La llegada a estas islas, en parte, significó la manera en la que ellos tienen la posibilidad de viajar a muchas tierras la cual cualquier otro negaría alcanzarlos. En gran parte, a lo largo de los tres siglos del resurgimiento vikingo, pudieron expandir sus fronteras por los océanos que había en el mundo. Han pasado por un par de culturas a lo largo del camino, encontrándose con que eran humanos como ellos; pero sus diferencias en el lenguaje eran la barrera principal que se levantaba al mantener contacto con ellos. Los vikingos, hambrientos por la avaricia y el poder, no pensaron en otra cosa que saquear todo objeto que reluzca como oro.
Al llegar a estas islas húmedas, lo primero que presenciaron fue lo rico que era la naturaleza. No eran bosques; eran junglas que se extendían al más allá. La expresión de este bioma, en parte, fue el punto de interés de los vikingos en embarcarse y husmear el corazón de la madre naturaleza. Para su sorpresa, encontraron otro pueblo que habitaba en estos lugares, así que era fácil deducir que acudieron a la violencia para tomar posesión de estas tierras.
Torsten Vikernes exploró la gran ciudad azteca la cual se asentaron. Estudió con su mirada la gran pirámide gris que se levantaba frente a sus ojos y de cierta forma creía que, al escalarlo, él se encontraría con muchas reliquias de los otros dioses que veneraban. Más adelante, el guerrero mandó a un montón de sus súbditos a esclavizar a los nativos de este lugar y por otra parte aprendían con lo que se podía encontrar en estas tierras. Un grupo de vikingos regocijaba de lujuria por encontrar frutas dulces, algo que no era común en sus tierras, y por otra parte estaban sorprendidos de encontrar esas piedras que expresan otro tipo de colores, como la "surtastein" que era la obsidiana que se referían los vikingos, y la mítica "grœnnstein" del que tanto se hablaba.
Gerard despertó al día siguiente, dentro de una de las casas de los nativos. El hedor era completamente diferente a los sótanos de los barcos en los cuales navegaba. Si bien lo recibía la propia oscuridad como siempre, esta vez podía escuchar muchos murmullos allá afuera.
Al salir, los vikingos seguían en movimiento. Por los alrededores se oían los gemidos de dolor de los aztecas y en otra parte aún brindaban por la conquista. En general se sentía desorientado y lo más fácil era esperar a su compañero más cercano, a Drew, pero otra cosa lo tomó por desprevenido.
Adelantando pasos cerca de la zona de su nueva casa, presenció a un grupo de sus compañeros arrojando hachas contra los esclavos. Habían atado a tres de ellos pegados en un palo cada uno, y dos de ellos ya se encontraban muertos por las puñaladas certeras que recibían. El último, que estaba en la derecha de la figura del centro, aún se resistía del juego macabro. Este recibió un corte enterrado en su muslo derecho, y los vikingos, sumamente embriagados, buscaban asestarle a un punto más crudo y sangriento posible a ese esclavo.
—¡Que eres tonto tú! —uno de ellos le gritaba a su compañero— ¡Has pasado tres veces, y en esas tres veces fallaste! ¡No puedes ser más idiota!
—¡Que estoy haciendo lo mejor, hombre! —y le recrimina, furioso, aún con el hacha en sus manos— ¡No es mi culpa que tenga tan poca puntería en estos juegos!
Por supuesto, los que peleaban allí estaban borrachos. Eran completos adictos a la hidromiel que tomaban por tradición, y en parte Gerard sentía esa misma culpa, ya que era goloso por tomarlo a montones.
Él dio un paso, pero sus compañeros se dieron cuenta al instante de su presencia.
—¡Mira a quien tenemos! —el mismo hombre borracho que cargaba al otro se dio la vuelta— ¡Al goloso! ¡Anda! ¿no quieres divertirte un rato? —y este tambaleaba, el efecto del alcohol era muy fuerte en él.
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Corazón de Oro
General FictionEn medio de una extensa guerra, un joven vikingo llamado Gerard, incapaz de comprender del todo las acciones de sus compañeros, reflexiona sobre su verdadera naturaleza. Portada: El funeral de un vikingo, de Frank Dicksee