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Estaba en el patio del colegio, sentada y cagandome de frío. No había buzo ni campera que podía abrigarme del aire helado que pegaba contra mi rostro. Decidí levantarme e irme al aula. Me refugié en el calefactor del fondo, pegandome al calorcito y soltando un suspiro al sentirme cálida.

Tenía la nariz roja y todo el cuerpo frío. No podía creer el clima que estaba haciendo estos días.

Mientras pensaba en las tareas que tenia que terminar hoy, y la siesta que me iba a pegar, sentí como la puerta del aula se abría, y ahí lo ví.

— Buen día, profe. -lo saludé desde el fondo, dándole una sonrisa leve.

El profe de matemática, Santiago Caputo, era un bombón, y todo el colegio opinaba lo mismo. Las profesoras se le tiraban encima siempre, incluso las casadas. Muchas no entendían como él seguía soltero, algunas llegaron a la conclusión que sus seriedad y terquedad podía alterar a otras mujeres y de esa manera seguía sin nadie a su lado.

— Buen día, señorita. -contestó con su típica voz grave, colocando su maletin a un lado del escritorio.

En estos días donde el frío ganaba la batalla y yo permanecía en el aula, siempre nos encontrabamos los dos solos unos minutos antes de que toque el timbre para la clase. Solo el clásico "Buen dia, profe" "Buen día, señorita" y nada más. Pero hoy fue un poco diferente, solo un poquito.

— Me parece que usted es muy friolenta, ¿no, señorita? -comentó el castaño, mientras se sentaba y prendía la computadora del aula.

— Un poco mucho... -respondí en un murmullo suave, poniéndome un poquito nerviosa- ¿Usted no?

Él solamente tenía de abrigo un saco y un suéter negro abajo, con pantalones de vestir del mismo color. En mi opinión, andaba en bolas.

— Verdaderamente no. Dentro de todo, el ambiente es cálido. -dijo sin más, dirigiendo su total atención a la máquina del escritorio.

Otra vez el aula se quedó en silencio, con leves murmullos de las clases de alrededor o de los alumnos que hacían disturbios por el pasillo.

Lo miré otra vez, deteniendo mis ojos en sus facciones marcadas y serias. Nunca soltaba una risa, ni una ligera sonrisita. Tenía siempre una cara de orto, que a veces me enamoraba y en otras me molestaba. No podes ser tan mala onda, viejo. Será la crisis de los treinta.

Y aún así, esa expresión de mierda enamoraba a cualquier mujer que pasaba por su lado. Pero no solamente era lo físico, sino lo intelectual. Era tan inteligente, y tenía una forma especial de explicar las cosas. Y eso que a matemáticas le cuesta a muchos, pero él se esfuerza para enseñar y que todos comprendan la materia. Era un excelente profesor.

Dejé de pensar en él al oír el sonido del timbre, indicando que el recreo ya terminó. Lentamente, todos volvieron del patio, sentandose en sus bancos y haciendo barullo como siempre.

Me dirigí a mi asiento, sacando el cuaderno de matemática. El profesor se levantó de la silla y empezó a dar la clase, como todos los días.

El aula entera se quedó en silencio al escuchar su voz imponente. Prestando total atención a lo que decía, aunque muchos no entendían. Qué hombre magnético.

[...]

Dos horas con él era realmente un delirio, aunque no lo crean. Pero no es él, sino matemática. Los cálculos atormentan mi cabeza, y me hacen confundir tanto que después no me acuerdo como hacer 3 por 4.

Me levanté de mi banco, suspirando. No entendí casi nada de la clase, mi cabeza estaba en otro mundo, en casa.

Sin darme cuenta, nos quedamos los dos solos. Mis compañeros habían salido disparando al recreo, sin aguantar un minuto más allí dentro.

teacher's pet | santiago caputoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora