II

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Caminaba por el pasillo de mi casa, un par de vidrios rotos clavándose en mis pies, haciéndome estremecer levemente. Mi cabeza retumbaba una y otra vez, mis ojos abiertos. Parecía drogada.

Al llegar a la cocina, los gritos llenaron mi escuchar por completo. Las paredes manchadas, los insultos que iban y venían. Sentia que el piso temblaba debajo de mí. Trataba de sostenerme de la mesada, de las sillas, de algo. Los gritos de ellos dos hacían que mis piernas tambaleen, que toda la casa se mueva como un terremoto.

El cigarillo de ella quemaba el rostro de él, los ojos verdes del hombre se llenaban de furia mientras su boca se abría para soltar palabras hirientes. Su agarre fuerte en su remera no impedía que ella salte contra él, tan brava.

Yo permanecía en el mismo lugar, sintiendo como si unos ladrillos cayeran sobre mi cuerpo, haciéndome caer aún más hondo, pero con el poder de seguir viendo la escena que se desarrollaba delante de mi.

Mi voz no funcionaba en ese momento. No tenía mis piernas para caminar, mis manos para detenerlos, ni mis murmullos para cesar el ruido. Solamente estaba ahí, apreciando todo.

Mientas todo se derrumba en mi cuerpo, ví como ella se iba, con la cara sangrando, las lágrimas por el suelo. Él la echaba con sus exclamaciones, cerrando la puerta detrás de ella, para que no vuelva más.

Eso fue lo último que presencié, solamente mis ojos se podían percibir entre todo el desastre. Hasta que algo estampó mi rostro, dejándome totalmente inconsciente.

[...]

De repente me desperté, sentada en la cama jadeando. Miraba para todos lados, perdidisima y angustiada. Qué sueño de mierda.

Respiré suavemente, tratando de calmarme. Agarré el celular. 5:45 de la mañana. Quince minutos antes de mi alarma. Quince. Me quería matar.

Solté un bufido y grité contra la almohada. Ya estaba despierta, ¿para qué volverme a dormir? Así que me levanté y caminé directamente al baño, haciendo mis necesidades. Me miré al espejo. Mi cara parecía un dibujo de un nene de 4 años. Suspiré, y me salí del baño para ponerme el uniforme del colegio.

En veinte minutos ya estaba lista, caminando por el pasillo hacia la cocina. No había nadie, ni un ruido, solamente se escuchaba mi respiración. Papá no vino.

Me dijo que se iba al casino, y que volvía en un rato. Cuatro días pasaron, y no sé nada de él. Dejé de lado ese pensamiento, ya que total, esto pasaba siempre. Se iba unos días, a no sé dónde, y luego volvía como si nada. Pero esta vez me estaba preocupando.

Miré por la ventana, notando el cielo oscuro. Todavía era temprano, pero como soy media boluda y me gusta llegar a tiempo al colegio, salí de mi casa, cerrando todo con llave, caminando a la institución.

Mis pasos se escuchaban en la vereda helada y silenciosa de las calles, algunos autos pasando al lado mio. Iba pateando una piedrita, hasta que se me fue, y me dio paja buscarla.

En media hora ya estaba entrando a mi aula, dejando mi mochila en mi banco y sentándome, sacando el celular y empezando a ver Twitter. Sentí unos pasos en el aula, silenciosos, pero que conocía muy bien.

- Buenos días, señorita.

El mismo saludo de siempre, el mismo murmullo. Levanté mi vista, y ví como dejaba caer su maletin a un lado del escritorio. En vez de sentarse y esperar a los demás alumnos, decidió vagar por el aula, mirando unos bancos.

teacher's pet | santiago caputoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora