III

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Pov Santiago

El bullicio de la clase me atormentaba los oídos. Es un delirio trabajar con pendejos, y cada día que pasa me arrepiento por haber elegido esto. Aunque no tanto.

Ese tanto era debido a la nena que se sentaba junto a la ventana, que me prestaba atención, que me miraba y me miraba, incluso cuando no estaba hablando. Pareciera que solamente estábamos ella y yo en el aula, que los otros pajeros no existían.

Y aunque no quiero verla ni hablarle de más, se me es imposible. Hay algo en ese pelo castaño y esa mirada vacía que no me termina de cerrar, que necesita ser visto, analizado. Mis ojos conectaban con los suyos cada tanto, antes de que su tímida naturaleza la invadiera y sea solamente yo el que la esté observando.

Es callada, es quieta, es tranquila. No me cierra.

Se ve asustada, congelada, como si alguien la estuviera retando en su cabecita. Eso me hacía reír.

Se ve educada y respetuosa, obedeciendo mis palabras, haciendo las actividades, como pocos lo hacen acá. Pero los otros pocos no son nada a comparación de ella. Los otros son los otros, y no me importan.

Mientras mis dedos jugaban con la lapicera, y los terribles del fondo hacían sus boludeces con las chicas que le seguían la corriente, la miré a ella por un rato. Mirando a la ventana, la nariz y los cachetes rojos por el frío, calentando sus manos con las mangas del suéter.

A simple vista se nota como se está muriendo de la helada que hace.

A simple vista se nota su estado vacío y desgastado, y a mí se me quemaba la cabeza pensando en el por qué. No hablaba casi nada, se notaba que le gustaba el ruido y que el silencio la atormentaba.

Le dí una última mirada a la chica antes de rodar los ojos al escuchar la pregunta más pelotuda y de pendejo boludo que existe.

Algún día los voy a matar.

[...]

Cuando el tiempo pasó y por fin la clase terminó, la muchedumbre salió volando del aula hacia el patio, algunas chicas y chicos quedándose en sus bancos para no helarse afuera. Y entre esos pocos, estaba ella.

Sacó el celular y se recostó contra la ventana. Su mirada vagaba por la pantalla, mientras la mía se concentraba en su rostro suave, sus facciones cansadas y jóvenes.

Tragué saliva y me levanté de mi asiento. Los pocos que estaban con nosotros basaban su total atención en charlas y los celulares, así que no se iban a dar cuenta si me colocaba al lado de ella, si la miraba, si la notaba, a diferencia de la indiferencia de ellos.

Al llegar a su banco, carraspeé, tratando de hacerme escuchar. Ella levantó la mirada, y me dio una sutil, apenas percibida, sonrisa. Noté el suéter del colegio, y una campera abrigada, que seguro la mantenía calentita del frío exterior.

— ¿Usted siempre ha sido tan friolenta?

La nena soltó una risita suave, dejando el aparato en la mesa y enfocando sus ojos en los míos. Así me gusta.

— Desde chica, profe... -me dijo en un murmullo usualmente bajo- ¿Usted no?

Negué mi cabeza ante su pregunta, apoyándome sutilmente en el banco, pero sin invadir su espacio personal.

— No me llevo mal con el frío... -respondí tranquilo, mirando hacia la nada misma- Pero creo que prefiero el calor.

Ella alzó una ceja ante mis últimas palabras, parecía ofendida.

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⏰ Última actualización: Aug 24 ⏰

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