Cap I

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Tierras Altas, Escocia, 1470

Los gritos despertaron a la anciana, aunque ya no la asustaban como antes. Casi podía decir que se había acostumbrado a ellos.  Aquella noche, la luna iluminaba la estancia lo suficiente como para no tener que encender la vela que cada noche dejaba sobre la mesilla de noche, sabiendo de antemano que la necesitaría.

Se acercó a la cama que había en el otro extremo de la cabaña y se sentó junto a la almohada.

—                Anna, despierta pequeña —pronunció casi en un susurro mientras apartaba los cabellos mojados que se habían pegado a su rostro por culpa de aquel sudor frio que la envolvía—. Anna, ni niña. Es solo un sueño.

Un sueño que ya no solo atormentaba a su hija sino también a ella.

La anciana observó el delicado cuerpo agitarse bajo las mantas. A su mente acudieron los recuerdos de las veces que se había acurrucado a su lado en la noche cuando su pequeña hija se acostaba a su lado.

Un nuevo grito escapó de su garganta antes de abrir los ojos de golpe.

—                Todo ha pasado —consoló a su hija—. Por esta noche  —se dijo.

Anna miró a la anciana que le hablaba antes de abrazarla llorando.

—                Mae, ese hombre me quiere llevar —sollozó la muchacha.

—                ¿Por qué eso te produce tanto miedo? —preguntó la anciana—. ¿Acaso te golpea? ¿te amenaza? 

Anna negaba con la cabeza  apoyada en el pecho de su madre. Habían hablado del tema muchas veces y algunas ni siquiera ella era capaz de decir porque ese hombre que aparecía en sus sueños le producía tanto terror.

Hacía años que soñaba con ese hombre. Casi había crecido con ese sueño. Al principio solo  era alguien que le daba la mano y la subía a un corcel negro para después  galopar. Con el paso de los años, fue dándole cuerpo a esa mano hasta formar a un hombre. En uno de sus sueños surgió del agua y le tendió la mano. Una mano que ella no pudo llegar a agarrar pues sus pies se había quedado paralizados ante la hermosura de aquel cuerpo masculino. Fue la primera vez que despertaba agitada  por aquellos sueños. Entonces, no pudo decirle a su madre que era lo que le había  perturbado tanto, quizás por el simple hecho de que tampoco lo sabía. Sin embargo su cuerpo se había estremecido ante aquel hombre.

Durante días había esperado que  surgiera  su Adonis particular en el único lago que había en los alrededores de su cabaña. Había pasado los  días enteros sentada en la orilla, más nadie emergió de aquellas aguas.

 Tuvo que conformarse con verlo en sus sueños, pero desde entonces sus sueños se estaban volviendo cada vez más profundos, más intensos, hasta llegar a darle miedo soñar con él.

—Ese hombre  viene a llevarme. Me dice que soy suya y nadie podrá evitar que me lleve.

—                Anna, creo que es hora de que hablemos de lo que ese sueño puede significar. 

—                Mae …  —no iba a servir de nada rogarle a su madre, ambas sabían que tenía razón

—                Anna, no vas a escapar de ello —la interrumpió la anciana—. Nunca te he ocultado nada. Desde siempre te he contado lo especial que eres y que un día algo ocurrirá en tu vida, algo muy importante. Tal vez esté llegando el momento.

—                Mae, no es momento para cuentos de hadas.

—                Anna, nunca fueron cuentos. Naciste en el mar, hija de un ser mágico del mar, que por una razón que desconozco te entregó a mí para que te criara en la tierra firme, lejos del mar.

—                Pero Mae…

—                Te he querido como una madre, aunque no te parí. Lo cual quizás me hizo quererte más. Llegaste a mí como un regalo del cielo, cuando ya había perdido las esperanzas de ser madre. Pero no podemos negar tu destino, pues ya está escrito en las estrellas, que eres digna de algo importante.

—                Ese hombre de mis sueños, ¿tiene algo que ver?

—                Eso no me fue revelado. No sé qué es lo que te espera. Quizás tu verdadera madre lo sepa.

—                ¿La has visto?

—                No desde aquella noche, pero siempre he querido creer que ella nos veía. Creo que ha llegado el momento de que adelantemos nuestra visita al mar.

Mae había llevado a Anna al mar el mismo día cada año. Como una excursión, habían salido entre la oscuridad de la noche. Durante los primeros años, Mae había bajado con la niña hasta la orilla del agua, por la  misma senda que casi las ve morir. Después, encendían varias antorchas y se sentaban en la arena durante unas horas. Y luego reemprendían la vuelta. Nunca vieron a nadie acercarse a ella, pero Mae sabía que a lo lejos, ella las miraba. O tal vez solo fuese su imaginación. Quería creer que hacía feliz a esa mujer trayéndole a su hija una vez al año, como si celebrasen su cumpleaños y ese fuese su regalo. Un regalo que solo podía ver y jamás tocar. Pero así, podría ver como crecía su hija.

—                Al mar, como cada año. No íbamos por conchas y algas, ¿verdad?

—                Te recogí esa misma noche hace ya casi diecisiete años y he querido que ella te viera crecer como lo estaba haciendo yo. Le prometí que no me olvidaría de ella. No puede salir del agua pero te ve. Sé que te ve y se pone muy feliz. – le decía Mae.

Así, la niña le contaba al viento, a la oscuridad y al agua, lo que le había acontecido durante ese año. En los últimos siete años, Anna bajaba sola a la orilla y Mae permanecía en lo alto del acantilado, sus piernas no aguantaban mucho más que la larga caminata. Incluso habían hablado de que la próxima vez, Anna iría sola, cosa que a la anciana Mae no le hacía mucha gracia.   

—                Tan solo faltan unos meses para mi cumpleaños, podemos esperar hasta  entonces. No hay porqué adelantarlo. Además… quién nos asegura que mi madre estará allí antes.

—                Está bien, esperaremos.

Nacida para amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora