Marcus McLavert desmontó a Furia, su enorme corcel negro y miró el océano que se extendía a los pies del acantilado. Ya habían pasado dos años desde que abandonó la casa de su hermano en Londres para volver a su amaba Escocia.
¡Qué largo se le había hecho ese tiempo!
Y no era porque echara de menos a su hermano, después de todo había pasado parte de su vida alejado de él.
“Ven a mí” le susurró al viento.
Jamás pensó que unas palabras pudieran encerrar tanto dolor.
En alguna parte había una mujer nacida para él. La certeza de esas palabras era tan palpable como su impotencia y su impaciencia.
“Cuando alguno de tus hijos cruce la línea del odio a los mortales, haré nacer cuatro mujeres. Con ellas, tus hijos conocerán el dolor físico que se siente cuando un corazón se rompe. Conocerán el dolor del alma provocado por la angustia. Conocerán el dolor de la necesidad. Y odiaran la inmortalidad que les has dado.”
Había repetido aquellas palabras una infinidad de veces y las habían analizado otras tantas. Una maldición lanzada sobre él y sus hermanos. Una maldición que les aseguraba dolor y angustia y que había cambiado sus vidas desde aquel momento.
Marcus suspiró, la maldición tenía final feliz. Su hermano Lucien, estaba felizmente casado. Thara era una de esas cuatro mujeres anunciadas por la diosa y si bien todo había empezado como auguraba, con dolor y sufrimiento, ahora les esperaba toda una eternidad de amor.
Apretó los puños, quería esa felicidad para él. Pero la maldición también les aseguraba que nada podía hacer por hallar a esa mujer, que llegado el momento, ella le encontraría. Thara había encontrado a Lucien, en contra de todas las leyes de la lógica, ella se abrió paso hasta la mente de Lucien aún a pesar de ser tanta la distancia física entre ellos.
“Búscame…” imploró Marcus.
Furia que se había alejado pastando, giró la cabeza para mirarlo, como si hubiera entendido las palabras, Marcus ni siquiera se percató de la atención que le prestaba su caballo, y el corcel de guerra siguió mordisqueando la hierba.
Nada podía hacer él por acelerar el encuentro y eso era lo que lo consumía. Hacía más de un siglo que había dejado de tener sentimientos tan profundos. Con el paso de los años, su corazón se había petrificado y sin embargo ahora, albergaba tanta ansiedad, tanta desesperación que hasta asfixiaba y le consumía. Llevaba unos meses fuera de sí, irascible e intratable, había llegado a obsesionarse tanto con ella que ya ocupaba todo su tiempo.
Por eso estaba allí aquella tarde. Se había enfrascado tan acaloradamente en una discusión con Jamie, su mejor amigo, que hasta le empujó con la mente, cosa que él no había hecho en su larga vida. Jamás había usado su magia contra un compañero, pero aquella noche no pudo controlarse, como tampoco había podido hacerlo en los últimos meses. Jamie se lo recordaba cuando le atacó.
No esperó la reacción de su amigo, salió del hall y le dejó allí, tendido en el suelo. Nadie en el salón había visto lo ocurrido, estaban demasiado ocupados con la fiesta que se celebraba como para prestar atención a una discusión entre ellos; algo que ya se había vuelto cotidiano.
Marcus estiró los brazos al viento que se levantaba del mar y acariciaba su rostro. Le daba la bienvenida mientras recogía la energía que el océano le transmitía.
Esa había sido una de las cosas que más había echado de menos cuando estuvo con su hermano, su mar del norte. La magia que se respiraba en aquellas aguas, la inmensa magia que le transmitía.
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Nacida para amarte
Romance"Nacida para amarte”, palabras arrancadas de una maldición que le auguraba dolor y angustia. Sin embargo, Marcus McLavert estaba ansioso por encontrar a la mujer nacida para él. Morganne lleva toda la vida soñando con un hombre al que esta unida p...