Capítulo 8: Misión cumplida

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Llamé desesperada a Caleb, los papeles de la convocatoria temblaban en mis manos.

Mi madre, al verme tan nerviosa, preguntó qué me pasaba, y antes de que le contestara, mientras llamaba a Caleb, observó el sobre de la convocatoria.

—Al fin, corazón, esto hay que celebrarlo —. Estoy harta, sabía que diría eso.

—Madre, por favor, estoy en una llamada.

—Claro, hija, después hablamos.

Me dirigí a mi habitación para hablar tranquila, y en el momento en que Caleb contestó, rompí en llanto.

—Nos implantarán, Caleb, nos borrarán, dejaremos de existir, ya no seremos nosotros—dije entre sollozos que ya no quería contener.

—Cálmate, algo haremos. Si es necesario, escaparemos, pero no nos implantaremos. No te preocupes.

—Está bien —conteste, esforzándome por controlar mis emociones que me azotaban el pecho —Confío en ti, saldremos juntos de esto.

—Sí, así será, no te desesperes. Si quieres, para que estés más tranquila, organicémonos y nos vamos. Cuando tengamos todo listo, aunque sea al desierto. El grupo nos ayudará.

—Está bien, prepararé a mi madre y la asistente para que yo no esté y te aviso.

Sin embargo, en la madrugada del día siguiente, una ambulancia, custodiada por guardias armados, se detuvo frente a mi casa.

Los convocados para implantación éramos tratados como prisioneros, porque, tras el ataque, algunos se resistieron a que los implantaran.

Parece que nuestra subversión despertó un anhelo reprimido de rebelión en la población que aún no tenía los paradigmas, y el gobierno se puso más duro.

No me dieron oportunidad ni de escapar por la puerta de atrás, también custodiada. Me llevaron así, como estaba en pijama.

Cuando me di cuenta, ya estaba entre el grupo de los que recibiríamos la programación.

Mi desesperación era total. Las gotas de sudor frío me caían por la frente. Las manos me temblaban tanto que me las metí debajo de los brazos para que no se notara tanto el pavor que tenía. Era un animal llevado al degüello, pero plenamente consciente del fin de mi existencia como individuo único e irrepetible.

Buscaba a Caleb. Por un lado, quería consolarme teniéndolo cerca, pero por otro, tenía la esperanza de que él hubiera podido escapar.

El amplio recibidor del complejo no tenía calefacción; seguramente algunos servicios se dañaron durante nuestro ataque. Los dientes me rechinaban, debido al poco abrigo que me ofrecía mi pijama. Esto parecía aumentar mi sensación de desamparo y angustia.
Los enormes ventanales dejaban ver la noche cerrada ahí afuera. Pensé en correr hacia ellos para tratar de escapar, pero los guardias armados ante cada posible salida me recordaron la cruda realidad.

No había a dónde huir. Estaba atrapada en esta pesadilla.

Los altavoces daban instrucciones y explicaban la situación, los nombres de los siguientes en pasar por las máquinas de programación, resonaban como sentencias.
Me estremecía viendo cómo se los llevaban por los pasillos, como ganado resignado. Sus miradas vacías me traspasaron. Pronto yo estaría como ellos.

Seguí frotando con más fuerza mis brazos, intentando en vano contener los temblores. No sabía si era por la helada temperatura o el pavor que crecía en mi pecho.

De pronto sentí algo cálido sobre mis hombros. Una chaqueta. Me sobresalté hasta que escuché su voz susurrando en mi oído, tan querida y familiar. Era Caleb.

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