33- 17 de junio

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Evan

Mi mente perdida, soñando cosas extrañas.

Mis ojos cerrados sin mover ni un pelo, desperté.

Los parpados se abrieron por el reflejo del sol, saliendo por la ventana.

La observé tapando con mi mano los rayos radiantes apuntando a mi cara.

Me senté en el colchón.

Toqué mi espalda descubierta, estremeciendo mi columna.

Lancé un quejido.

Peiné mi cabello, sin ver al pelinegro acostado profundamente.

Mis ojos perdidos pestañaban tratando de recordar algo.

Observé mis piernas descubiertas al igual que mis muslos.

Llegando a ver mi genital.

Fruncí el ceño sin preocuparme tanto, manteniendo mi vista agachada.

Mi mente que antes era borrosa, se arregló, recordando el rostro de Tomas gimiendo.

La sorpresa llegó a mis ojos.

Lancé un suspiro, lamentándome por todo.

Por qué no me detuve?

Mi excitación en aquel momento era demasiada.

Incluso cada cosa que decía venía por si sola, desde lo más profundo de mí.

Observé a Tomas tirado, desnudo, su cuerpo lleno de marcas y chupones.

Me rasqué mi cabeza, angustiándome por él.

Por dios, con solo verlo podía reconocer lo mal que estuve.

—Maldita sea.—Maldecí, con voz grave recién levantada.

Él se dejó, pero sin embargo me sentía culpable.

—Woof, woof.—El ladrido agudo de Kiwi, apareció de repente.


—Shh.—Siseé con enojo.

No quería que Tomas se despertara, ya demasiado sufrió conmigo.


El chico movió todo su torso acostado, lanzando un quejido.

Sus ojos cerrados que miraban a la pared, ahora me miraban sin abrirse.

—Woof, woof, woof.—Los ladridos de Kiwi me alteraron.

—Cállate.—Susurré casi gritando.

Tomas abrió sus ojos lentamente.

Resoplé observando serio a Kiwi.

El chico al darse cuenta de la desnudez, se tapó inmediatamente con las sábanas blancas.

Su cuerpo tenso entró en calor, dando suspiros.

—Lo siento.—Toqué mi cabeza, estresado.

El pelinegro tragó saliva.—Por qué?—Sus manos agarrando la sábana, cubriéndolo.

—Fui demasiado rudo. Además no creía que estabas tan preparado para esto, sin embargo
tuvimos sexo.—Lo veía fijo.

El chico se acercó lentamente hacia mí, sosteniendo la sábana.

Trató de mirarme con sus ojos marrón claro, pero su vista se desviaba.
—Me g-gustó lo r-rudo que
fu-fuiste—Tocó mi hombro, con su rostro enrojecido.

Quedé en silencio, contemplándolo.

Lo que dijo me alivió.

Me sentí bien al saber que él lo disfrutó, me causó cierta felicidad.

¿Un amigo más? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora