Capítulo 3 - Dudando

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Luego de un tenso momento, todos lograron reunirse en la casa de Mauricio. Amara, visiblemente confundida y notando el estado inquieto de todos, pregunta:

Amara: —¿Qué está pasando? ¿Por qué traes armas, Ray? —mira a Raymundo con expresión asustada.

Raymundo: —Lo explicaré cuando estemos seguros —responde, sin dejar de mirar las ventanas, mientras comienza a colocar tablas y a empujar sillones para bloquear las puertas. Afuera, se escuchan gritos desgarradores y el sonido de mordiscos y forcejeos.

Roberto ayuda a Raymundo, asegurando cualquier entrada que pudiera ser vulnerable. Mientras tanto, en la cocina, Amara, Clara e Isabella racionan la comida, calculando para todas las personas presentes en la casa.

Clara: —Lo único que pude ver fue una enorme horda de personas intentando atacar a Valeria. Roberto la defendió y logró subirla a la camioneta, pero en las calles... fue horrible. Niñas pidiendo ayuda, niños implorando que los lleváramos... Roberto solo pensó en nosotras y nos trajo aquí —Clara comienza a llorar, el peso del recuerdo la abruma.

Amara: —Tranquila, están a salvo. Eso es lo que importa. Estamos contigo, preciosa —le dice, abrazándola y dándole un poco de consuelo.

Isabella: —Al final, juntas nos encargaremos de salvar a nuestros hijos —afirma con determinación.

Mientras Raymundo y Roberto siguen martillando y reforzando la casa, Raymundo se percata de que Roberto tiene una herida en el brazo, de la que parece brotar un poco de sangre.

Raymundo: —¿Qué te pasó? —le pregunta, preocupado.

Roberto: —Cuando rescaté a mi familia, esas cosas me atacaron. Logré salvarlas, pero me hicieron este rasguño. No es nada, estoy bien —responde, confiado.

Raymundo: —De acuerdo... igual hay que ver cómo nos organizamos para dormir esta noche.

Mientras la tensión crece, Mauricio y Cristian, en el cuarto de Mauricio, tratan de distraerse jugando un videojuego de peleas.

Mauricio: —¡Soy el mejor! Nunca vas a poder ganarme —dice entre risas, burlándose de que Cristian apenas puede vencerlo en el juego.

Cristian: —No sé por qué sigo jugando contigo —responde, frustrado, lanzando el control.

Mauricio: —No te enojes, mi amor. Cada vez juegas mejor —se burla, manteniendo el ambiente ligero.

De vuelta en la sala, improvisan camas en el suelo para dormir, aunque la tensión es palpable. Roberto, sin embargo, empieza a sufrir de fiebre y dolores de cabeza mientras se recuesta en un sillón.

Amara: —¿No quieres que te revise? —le pregunta con amabilidad.

Clara: —El señor aquí no cree en la medicina ni en los tratamientos. Piensa que se curará solo —comenta, mirándolo con preocupación.

Raymundo: —Descúbrele la herida; quiero ver algo —dice, preocupado, mientras Clara empieza a quitar la venda con cuidado.

Al retirar la venda, todos ven que el pequeño rasguño de Roberto se ha vuelto negro, y las venas alrededor están oscurecidas. La piel se ve inusualmente blanda, un indicio aterrador para Raymundo, quien recuerda haber visto heridas similares en los cuerpos infectados.

Raymundo: —¡Aléjense de él rápido! —grita, adoptando una postura protectora mientras saca su arma, colocando a Amara detrás de él.

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