Aún recuerdo la sensación de aquel día como si lo volviese a vivir una y otra vez, puedo recordar el temblor de mis piernas y esa sensación de estar rodeado de lástima y compasión obligada de todas aquellas personas que juraban entender la forma en cómo me sentía.
Quien se atrevía a hablarme me decía que todo estaría bien, han pasado siglos y todavía no consigo que nada lo esté.
A ti, mi pequeño yo... No hay nada que pueda reclamarte, solo podría arrodillarme ante ti y suplicarte que me perdones por todo el daño que permití que te hicieran.
La noticia de la muerte de mi padre causó un gran caos en el palacio, había gente llorando y caminando con prisa por todos los pasillos, el sentimiento de pérdida inundaba el aire y me calaba la piel incluso cuando no podía entender el porqué.
Recuerdo caminar hasta su habitación, él estaba sobre la cama, tenía el pecho envuelto en vendas llenas de sangre, su piel estaba pálida y aunque no entendía muy bien sabía que él ya no iba a volver nunca más, tomé su mano y la acaricié, estaba fría y rígida.
―Papá, me dijiste que te esperara para desayunar... ¿Ahora debo hacerlo solo?
No obtuve una respuesta y esa fue la respuesta más amarga posible.
Todo pasó demasiado rápido, por la mañana mi papá y yo habíamos hablado por última vez, antes del mediodía él ya había muerto. Esa mañana me había despertado siendo un niño y por la noche me acosté siendo un emperador. Así de cruel podía ser el tiempo.
El funeral de mi papá no fue como el de sus antecesores, estuvo lleno de flores y de gente que lo estimaba de verdad, él era un líder, un guardián y un sol enmedio de toda la oscuridad que siempre amenazaba a Orkaza, hasta el día de hoy me pregunto si todas esas lágrimas derramadas por los ciudadanos eran sólo por él o por el hecho de saber que sus vidas estarían en manos de alguien tan débil e insignificante como yo, mi padre los había llevado a la cima de la gloria y yo representaría por siempre la caída al abismo.
Mientras caminaba hacia el altar sostenía una pequeña flor en un acto puramente simbólico, de haber sido por mí le habría dado todas las flores del mundo a mi padre. Me arrodillé frente al altar mientras las lágrimas caían por mi rostro, en ese momento tenía derecho a llorar, ese fue el último instante de mi niñez, mi derecho a sentir y ser débil.