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La fresca brisa de Australia movía suavemente sus rizos mientras observaba el panorama con entusiasmo. Estaba ansioso por empezar aquella nueva etapa en su vida.
No había sido nada fácil pero desde el momento en que se sentó en aquel carro de Fórmula 1, supo que incluso hasta cada pequeño sacrificio y difícil momento había valido la pena. Y ahora solo esperaba poder seguir avanzando para cumplir sus metas.
Uniforme y casco puestos para su primera carrera. Le confirmaban la comunicación por el audífono y verificaba que todos los controles funcionarán. La adrenalina recorría su cuerpo de pies a cabeza y parecía que los nervios comenzaban a controlarlo por completo. La presión de ser un rookie y no querer arruinarlo en su debut lo abrumaba, pero recordó aquella pequeña charla que había tenido con su nuevo compañero de equipo y entonces se sintió un poco más tranquilo y sobre todo más seguro.
Él era demasiado joven y la gente a su alrededor solo parecía centrarse en eso. A pesar de que había recorrido prácticamente la misma carrera profesional que el resto de los pilotos en pista, la gente no parecía tomarle en serio y los comentarios de recelo y desconfianza hacia él y su capacidad para manejar un carro de fórmula 1, no se hicieron esperar.
Sin embargo los pasaba por alto intentando centrarse en lo que durante años práctico y era lo que mejor sabía hacer, conducir. Por qué él estaba seguro de sí mismo y estaba más que preparado para demostrarle al mundo entero quién era Lando Norris.
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Descubrió que amaba los domingos.
Y no exactamente por las carreras.
Luego del trabajo siempre tenían algún sitio al que salir, o alguna cosa que hacer. Y a él le encantaba.
Él era muy diferente de cualquier persona que jamás hubiera conocido. Parecía ver la vida de otra manera y a sus ojos el hacía que la vida le pareciera tan distinta cuando estaban juntos. Intentaba disfrutar el momento y hacía qué el mismo también lo hiciera. Escuchaba atentamente cualquier cosa que le contará como si fuera la historia más asombrosa del mundo. Y sobre todo, nunca le juzgaba.
Todo se llenaba de un ambiente tranquilo, libre de preocupaciones. Donde solo se escuchaban risas y se veían hermosos atardeceres. Y entonces la vida le parecía la cosa más bella del mundo cuando estaba con él.
