Confianza

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Tener tanto un niño como una niña, significaba que debía adaptarse a dos personalidades muy diferentes. Cualquiera pensaría que al ser hombre, Gojo se llevaría mejor con Megumi, pero lo cierto era que entenderse con ese mocoso era demasiado difícil. Relacionarse con él era como discutir con un anciano terco en el cuerpo de un niño. En ocasiones Gojo lo encontraba divertido, siempre terminaba siendo regañado como si fuera un niño tonto que no comprende nada de la vida, por Megumi. Por otro lado, muy en lo profundo de sí mismo, Satoru sabía que, el hecho de que el niño Zenin fuera así, no era normal y era preocupante. ¿Pero qué podía hacer él? Solo quería darles una bonita infancia hasta antes de que las cosas se complicaran para ellos.

Así que, el único modo de llegar al pequeño Megumi, era por medio de su hermana Tsumiki. Era casi seguro que mientras su hermana estuviera metida en una de las travesuras de Gojo, el chico accedería a regañadientes a lo que le pidieran.

Megumi suspiró con cansancio cuando entró a casa y se encontró una escena tan bizarra como lo era Gojo y Tsumiki sentados en el sillón, con las piernas en posición de loto, uno frente al otro, Su hermana poniendo una banda con orejas de gato en la cabeza de Gojo para que sostuviera su cabello en alto y no cayera en su rostro. Ella, por otro lado, tenía la cara verde, llena de quién sabe qué cosa.

—Bienvenido, Megumi. —dijo Gojo girando hacia el recién llegado, mostrando una radiante sonrisa que, más que radiante era espeluznante.

Megumi deseó dar media vuelta y largarse, al ver que el albino también tenía la cara verde.

—¿Qué estupidez están haciendo? —preguntó el niño, quitándose sus zapatos y su mochila para dejarlos a un lado de la puerta que cerró con molestia.

Gojo sonrió como el gato Cheshire.

—¡Tratamiento de skincare! Vamos, vamos, únete. Es noche de chicas.

—No cuentes con ello —gruñó el niño de siete años—. No es de noche... Y no soy una chica y tú tampoco. Eres un viejo.

—¡No seas grosero, Megumi! —regañó Tsumiki escandalizada—. Gojo-san hizo lo posible para estar hoy aquí con nosotros.

—No me interesa. —murmuró el niño, yendo hacia la cocina.

Tsumiki abrió la boca para replicar, pero Gojo la detuvo con una seña y una sonrisa tranquilizadora, aunque era lo que menos estaba. Tenía ya varios meses de conocer a los niños y, aunque Megumi siempre fue así, no podía negar que comenzaba a afectarle al menos un poquito, tan poquito que apenas era un piquetito en su pecho.

En un principio se había dicho que solo era una obra de caridad la que hacía por ellos, porque era asquerosamente rico y podía asegurarse de darles lo que necesitaban. Pero, con el paso de los días y la convivencia con ellos, irremediablemente comenzó a encariñarse con ellos. A Gojo le gustaba pensar en ellos más como sus hermanitos que como sus hijos. "Lo que él no sabía es que solo se decía eso para engañarse".

Tsumiki y Gojo se quedaron serios. Normalmente, el que Megumi los rechazara o hiciera comentarios despectivos no los afectaba, pero por alguna razón, ese día estaba siendo diferente. Tsumiki podía ver claramente que Gojo estaba triste.

En la cocina, Megumi apretaba con impotencia una de sus manitas. Y es que, no quería aceptarlo, pero siempre que veía al albino con su hermana, sus tripas se revolvían. Se sentía celoso de lo bien que se llevaban y de lo bien que parecían entenderse. Tsumiki era bastante tierna y cariñosa a diferencia de él. Lo odiaba. Odiaba sentirse de esa manera porque no lo entendía. Él no quería a Gojo metiéndose más entre su pequeña familia, pero por más que lo hubiera insultado y rechazado, este siempre regresaba.

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⏰ Última actualización: Jan 23 ⏰

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