Monotonía

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Amarte por la soledad, si en ella me dejas.
Amarte por la ira en que mi razón enciendes.
Y más que por el goce y el delirio,
amarte por la angustia y por la duda.
Xavier Villaurrutia.


Las pesadillas desgajan su cuerpo. En las mañanas prospera ese hueco en el plano blando a sus espaldas, y sin diferenciar si era ese un vacío físico o del alma, se le ahonda el pecho, las ojeras se hacen notar y la lejanía se agranda en cada instante en que ellos coexisten.

Hannibal hacía días que desaparecía por las madrugadas sin dar una sola explicación a las dudas, al tormento que padecía. Perdió la noción.

Él quería dar fin al deseo perturbante de expresarle el disgusto que le daba verlo llegar a la hora del desayuno, sin darle un solo beso o decirle un "hasta luego", no se animaba a reclamarle cuando las horas transcurrían al dominio de la noche y se recostaba a sabiendas de que dormiría con aquella esencia inexistente.

Las memorias inoportunas, las veces que demostraron quererse, ese pasado en que el frío los obligaba a dormir abrazados, dejó de ser sustancial. Lo tangible era ya un mero e ingrato invisible.

Extraña ese afán tonto de reclamarle cuando se despedían en las salidas urgentes, esa niñez inocente de darse pequeños besos tras halagarse y más aún, cuando Hannibal le quitaba la timidez al intimar, le otorgaba ese poder, ese deseo insaciable, las mordidas que dejaban huellas en la piel, los suspiros demás, el simple gesto de mirarse tras sucumbir, era glorioso.
Pero no podía pedir que fuese más sencillo de lo que nunca fue, y sería en vano intentar que volviesen los tiempos de calidez.

Suspiró y decidió permanecer quieto, en su postura, acostado sobre su brazo, con la mirada lánguida en el ventanal; el cerúleo acorde al tono de sus iris transmitía parsimonia, era nauseabundo; el susurro de las flores asomadas en la arena consiguen su atención, brevemente. Se dejó llevar, con los ojos cerrados, por el sonido de las olas flamear y percutar en la orilla, espumosas.

Hannibal fingió dormir y él igual. ¿Pero cómo, con tal perspicacia, podían creerse aquello? Se hicieron los desentendidos; evadieron el continuo discurso, las malas caras, la falta de interés y la vil ignorancia...

Hasta que le pudo la ingenuidad.

¿Te irás? ¿Qué es tan importante?

Te lo contaré cuando llegue el momento oportuno, Will —se volteó para abrazarle desde la espalda, sus pieles se rozaron y apoyó su barbilla en el hueco de su cuello.

—Eres cruel.

—No soy cruel, soy justo.

Permanecieron allí, juntos, rompiendo por primera vez en la semana, el contacto cero. Se dieron besos cortos, entrelazaron sus piernas.

—Mañana ya no será así, ¿no? Dejarás de quererme.

—Shh... Will, aún no me he ido.

Will suspiró y atrapó otra vez los labios de Hannibal, en un beso menos amoroso, queriendo que le cediera el poder esta vez. Por ahora, por esta noche, por estas horas, antes de que olviden lo que hicieron para llegar hasta donde están, antes de que ninguno de los dos se tengan para hablar, para acompañarse.

Despertó, por la fricción entre telas, el poco peso a sus espaldas agravado. Miró la hora, exaltado, sus ojos difícilmente se focalizaron y logró vislumbrar en el reloj: 04:00 a.m. Otra vez, Hannibal se va.
Ahogó su rostro en la almohada, se recuesta sobre ella y su mirada, tal como ayer, reencuentra el ventanal. Las montañas son aplastantes, el mar crece al perseguir la luna, inunda la habitación, lo sumergen a él, se inquieta porque el agua llega hasta su mandíbula. Vuelve a despertar, agitado, es de día.

 Monotonía-Hannigram.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora