—Señorita Nabókov. Pase por favor —la mujer con cabellos largos y ondulaciones en las puntas; de piel morena, labios delgados, ojos verdes y caminata corta, se sonríe. Sus tacones resuenan, hasta que toma asiento en donde intuye que debe de. El vestido carmesí le llega por encima de las rodillas, adecuado en esta primavera.El reloj de pie suena, haciéndolos conscientes del tiempo y sirviendo de ancla en el espacio. Toda condecoración musita sobre los gustos refinados del psiquiatra. Desde los cuadros y estatuas hasta el lapicero lleno de plumas de plata.
Apaciguante es el tono azul Prusia en la pared ornamentada al estilo victoriano, los muebles ingleses y la madera oscura en el suelo, son más que agradables. Pero a Hannibal le inquieta, en lo visual, aquel vestido ordinario que viste la joven.
Desprendió el botón de su saco y la estudió con un rictus grácil. El método heterodoxo de analizarla se presentó en el espacio sigiloso, cómodo.
—¿Por dónde quiere empezar? —exuda confianza. Espera en lo que sus piernas se cruzan y sus ojos parpadean en ligera curiosidad por la paciente.
La señorita Nabókov es impresionante, su linaje Ruso e Italiano la hace destacar por entre tantas mujeres. Es una mujer típica de Italia, pero el acento complejo y lo retraída, parte de su otra nación.
—He asesinado a mi bebé. Y creerá que me he vuelto loca, pero poco tendrá usted de razón —ella confesó con apremio. No hubo arrepentimiento alguno.
—Y he estado más tranquila desde ese entonces —Gia fue cruda en su respuesta.
—¿Qué la llevó a cometerlo, señorita Nabókov? —frunció los labios, asimilando lo que su paciente dice con tanta ímpetu.
—Arruinó mi vida, Doctor Lecter. Se lo merecía —confirmó con enojo—. Él no detenía el llanto, no pude evitarlo, soy solo una chica de 21 años. ¿Cómo podría querer al engendro que le dio fin a mis sueños? —Nabókov se compadecía de sí misma.
Le intrigó, sus ojos agudos e impenetrables derivan posibles trastornos o historias interrelacionadas, mas no reveló nada y atendió al relato.
Recorrió, con la mirada, el lenguaje corporal de la señorita. Ella se muestra perturbada o finge hacerlo.
Cruzó las manos por encima de su falda y aclaró la garganta.
—Debió de ser complejo para usted tomar la decisión de confrontar a quien le arruinó la vida —expresó con cautela—. ¿Tuvo problemas con la justicia, señorita Nabókov?
—No, nadie lo sabe, no planeo decir una sola palabra. Seguramente quieran internarme y yo solo he escuchado a Lilith —crispada, sus orbes expresan animosidad.
—¿Lilith? —y ella, con su dedo índice, apuntó la silla del escritorio de Hannibal.
Nabókov veía a la figura fémina, desnuda, de piel suave, rizos extensos y anaranjados, rasgos angelicales y cuerpo curvilíneo, en reposo sobre la silla.
Allí, sentada, acaricia la serpiente que le cubre los senos y la pelvis. Esta zigzaguea por su cuerpo.
Los clisos marrones la miran, recae en su realidad y la convence: hiciste bien, debías de hacerlo, tal como yo lo hago día tras día hace siglos.Lilith la persigue para consumirle la sumisión ante los hombres, que se niegue al Paraíso y comparta su complexión, tal como ella, con los subordinados de Lucifer. Que se entregue al pecado y se transforme en un igual o superior a Adán.¹
—Ella solo quiere lo mejor para mí. Su voz tortuosa me acompaña, por las noches me seduce para consumar... y yo tengo que escucharla —Hannibal opta por camandulear ante la alucinación de la chica, hace un ademán de respeto, dándole la razón.
—Me salvó del padre de Stefano, mi hijo —continuó —ella se lo llevó lejos, asumiendo mi cuerpo para asesinarlo y no pude resistirme a cumplir con mi deber —no es la primera vez que lidia con pacientes que alucinan; Will fue al último que atendió de esta índole.
—Lilith, la mujer demoníaca y adultera -sondeó —raptaba a los niños durante el parto, para luego asesinarlos, ¿es a ella a quien ves?
Ella tardó sus ojos en aquella figura. —Sí, nos observa ahora, Doctor Lecter. Lo observa a usted —una mueca lisonjera arranca toda seriedad en el psiquiatra.
—¿Y qué cree que quiere hacerme, señorita Nabókov?
—Tal vez usted es súbdito de Lucifer. Lilith está interesada. Usted y yo estamos destinados a servirle —y Hannibal sonríe, mofándose del supuesto yugo.
Muchacha perspicaz. ¿Él, súbdito de Lucifer?
La joven Nabókov era intrigante, mas jamás podría compararla con sus intereses personales, ni siquiera como alguien competente. Quizá sí útil.
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La sesión concluyó en una charla del simbolismo y la dicotomía entre Lilith y la señorita Nabókov. Ella representa los deseos más impulsivos de rebelión, de un Paraíso propio que se percibe incorrecto en el mundo correcto.
Hannibal la considera una buena candidata, una presa intrincada de preservar. La mujer cree prosperar en su superioridad por encima de él.
Gia Nabókov podría verse sumisa y tan irrisoria como una hormiga, mas sabe hacerse de su propia lucha y condena.
Su narcisismo ha destruido los instintos maternos normales, ha sucumbido a la profanación. Eso no la hace indigna de conocer.
Las alucinaciones son su compañía, el hilo que teje la lógica y la cordura para mantenerse se pie. Casi parece querer escapar de la cruel realidad de sus actos, pero es potencial el suceso de que vuelva a ocurrir lo que jamás podrá reparar...Su cuaderno fue respectivamente completado con el diagnóstico de la paciente.
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—Provecho —eso simuló un final agrio de la cena.
Lo vio abandonar la mesa, no fue insatisfactorio, Will acabó la comida del plato.
Hannibal limpió su boca y meditó la charla con su paciente hoy, entre ello, sus pensamientos arraigados a la molestia del hombre. Observó su anillo de bodas, el dorado alrededor de su anular. Los labios se contrajeron de gozo. Su mente maquinando.¿Le gustará? Tendrá que gustarle. Deberá de agradecerlo. Últimamente todo se ha resumido en algo monótono y no hay más opciones que reavivar lo que no está destinado a morir.
Programó una cita para el próximo martes.
¹: Mitología mesopotámica sobre Lilith. Versiones judías y hebreas sobre su historia.
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Monotonía-Hannigram.
Fiksi Penggemar"Esto es lo que siempre quise para los dos". 𝐌𝐨𝐧𝐨𝐭𝐨𝐧í𝐚 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐚𝐦𝐨𝐫: estado de aburrimiento en el que se ve afectada la pareja cuando no hallan el tiempo, sentido y la misma emoción en la rutina. Will teme que Hannibal esté perdiendo i...