Cena

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Golpeó una de las puertas de madera oscura, el sonido hueco y los cristales en la forma semicircular de la punta ayudaron a expandir el eco por dentro. Esperó en el último escalón de la entrada principal; sus ojos verdes se pasearon, llenos de curiosidad, por la casa Lecter.

Está nerviosa, ser la única en aquel hogar, con su psiquiatra, le hace sudar las palmas.
Y de hecho, revisa por tercera vez consecutiva su vestido Coshè. Sus dedos delgados alisaban el crepé burdeos y terminaban, con torpeza, acomodando su escote, temerosa de que se viera imperfecta.
Lilith la acompaña. Reacomoda su collar de serpiente, en busca de seguridad. Miró sus tacones stiletto, enumerando las excelencias de lo que lleva puesto. Se agarró a la cartera, las uñas presionan la cuerina negra cuando oye las pisadas tan conocidas e imponentes.

La puerta se abrió de un lado, revelando a su psiquiatra, bien vestido, como siempre. Aquel traje de una pieza en tonos grises y detalles rojizos era llamativo. Ni hablar de esa corbata única e indescriptible, hasta el perfume...

Adelante, señorita Nabókov. Justo a tiempo.

Esa voz ronroneante la sacó de la ensoñación, y tímida, en un asentimiento, marcha hacia el interior del vestíbulo.
Esconde los labios, reforzando el tinte brillante en ellos.

Gracias por la invitación, doctor Lecter. Creí que llegaba tarde.

No, para nada. Le estábamos esperando ¿esperando? Juró no haber visto un sólo auto estacionado afuera, y mucho menos, un anillo de bodas durante las sesiones.

Confundida, entre tanto pensar, luego de entregarle su cartera, la palma se apoyó, ahuecada, a la altura de su espalda baja, empujándola a proseguir el paso. No se negó y fue cortés en acatar la iniciativa.

El recorrido no duró demasiado, pero sí lo suficiente para que admirara el atractivo interno de la casa, los muebles ingleses, las alfombras interminables, las estatuas mitológicas, los sillones con almohadas que se visualizaban cómodas y de calidad; el piso lacado, la cerámica en el patio interno, rodeado de galerías, las margaritas e iris y regaderas por doquier, todo le animan a inspirar el aire. Es un hogar poco típico.

Al doblar en una esquina, en el ala este, entraron a un comedor, se atreve a decir, fabuloso y el mejor que ha visto.
Quedó boquiabierta por segundos. Quería tocar de esquina a esquina todo lo que se halla en ese cuarto.

La invita a tomar asiento, como todo caballero y, pierde el hilo de los lujos cuando ve sobre la mesa tres platos, a juego con tres copas y pares de cubiertos.

¿Esperamos a alguien más? creyó verse ingenua, sus ojos se desviaron hacia el dedo anular de Hannibal, otra vez como tantas veces quiso asegurarse.

Y antes de responder, alguien aparece: un hombre más, muy diferente del psiquiatra, de barba, pelo rizado, cara larga, de pocos amigos... pero con un estilo similar, por la entrada del comedor. Eso la descoloca de sus ideas.

Will camina hasta un costado, ese que siempre ocupa y vuelve a ocupar ahora, con las miradas sobre él. Hannibal, por un lado, espera a que él salude, y Gia, está atónita.

Gia Nabókov, me presento, soy William Lecter ni una mirada, ni una sonrisa, sólo un gesto vago.

¿William Lecter? Un gusto alza la mano hacia el hombre.

Él observa la mano tendida y no corresponde al saludo. Aproxima la silla a la mesa.

No es un hombre de palabras.

Como si olvidara por instantes que la relación colgaba de un peldaño vertiginoso, como si ese remolino de ocupaciones o preocupaciones ya no estuvieran ahí, como si Will no tuviera consciencia de los cambios de actitud que arriesga a dejar ver. Esa voz animada continúa.

 Monotonía-Hannigram.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora