Vuelta

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Vuelta

La vió mientras salia de la casa, ella le dió una leve sonrisa, con las mejillas levemente sonrojadas. Él sonrió sin poder evitarlo, pero todo su buen humor se escurrió entre sus dedos cuando lo vio.

Él gritó desde su auto, llamando a la mujer, con malas formas. Ella se agitó, separando la mirada de él y corrió al automóvil, entrando por la puerta del copiloto. Se detuvo, con el bolso colgando sobre su hombro, mientras veía el auto ponerse en movimiento.

Ella debió ser de él, pero la codicia había sido más fuerte. Entendía, las mujeres eran criaturas débiles, fáciles de influenciar. Pero eso no quitaba las amargas horas de soledad, ni el odio que crecía en su interior cada vez que la veía. Le hacía recordar su bajo sueldo, su vida miserable. Ella había sido la luz que había querido alcanzar, y ella lo descartó como un aparato roto.

Se movió hacia la calle, hacia la parada del bus para comenzar a trabajar. Y mientras se sumergía en la gran ciudad de Suna, miró las diferentes mujeres moverse en las calles.

La iglesia fue su salvación, se había sentido débil, sin un propósito. Pero todo cambió cuando comenzó a conocer al obispo.

Él había abierto su corazón a Dios y al hombre, buscando un poco de paz tan necesaria. O por lo menos algo que lo mantuviera ocupado, para olvidar el rechazo y la traición.

Todas las mentiras que salieron de esa mujer lo rompieron lo suficiente para que olvidará su reticencia. Pero tenía una muy importante tarea, una que le daba paz de una manera retorcida. Sólo encontrar mujeres que le recordarán a su amada traicionera, era lo que le quitaba el odio, el sabor amargo de la traición.

Y empezaba a sentir ese gusto en su boca... Necesitaba sacarlo antes de que no pudiera controlarlo.

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