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GASTÓN

"Gastón, ¿todo preparado?" me pregunta Ruggero. "Deja de divagar sobre tu princesa. Tendrás todo el tiempo del mundo para eso en el vuelo y para verla en Argentina", agrega con un toque de reproche y burla.

Revuelvo los ojos. "Ya está bien, Ruggue", le digo con cierto fastidio. "Sí, estoy listo. Vamos antes de que se me haga tarde".

"Ay, disculpa, señorita reina del drama. Solo te lo dije porque pareces estar pegado a ella día y noche, pensando en lo que hace, si te extraña o no, y si sigue con el idiota de Erick".

Suspiro. Lo que dice Ruggue es cierto. Cada día, cada aliento que tomo, mi mente está con ella. "Boludo, eres uno de los que más me conocen", le digo mirándolo a los ojos. Él solo me mira con satisfacción. "Ella es mi todo, y debido a mi maldita idiotez de 'la distancia', la perdí. Solo espero que aún me ame tanto como yo a ella y que me dé otra oportunidad, esta vez para siempre", confieso, al borde de las lágrimas. Pensar en mi princesa me afecta.

"Está bien, hermano", me dice palmeando mi hombro. "Quizás, cuando vuelvas, puedas recuperarla. La esperanza es lo último que se pierde", concluye. Le sonrío con esperanza. "Gracias, amigo, por tu apoyo", le digo, y él responde con un guiño.

¡Ah, disculpa por no presentarme antes! Estaba tan absorto pensando en el amor de mi vida. Soy Gastón Perida, tengo 24 años y hoy regreso a mi querido país, Argentina, Buenos Aires, para encontrarme con mi familia, amigos, el roller y sobre todo, con el amor de mi vida, Nina Simonetti, también conocida como mi felicity, mi princesa, mi muñeca-muñequita y mil apodos más que tengo para ese ángel que cayó del cielo.

Han pasado 5 años y ya no soy el mismo. Físicamente, estoy más musculoso gracias al tiempo en el equipo de fútbol. Tengo tatuajes en mi cuerpo, como la fecha de nacimiento de mi madre en la clavícula y en el antebrazo derecho, la letra cursiva de la canción que hice con Nina, "Mitad & Mitad", entre otros. Pero el más especial es el nombre "muñequita", tatuado cerca de mi corazón, donde siempre la he llevado.

"¡Gastón!" me llama Ruggue. El taxi ha llegado. "Vamos", asiento con la cabeza siguiéndolo.

En el taxi, ya están llamándome para abordar mi vuelo. Me despido de Ruggue, ya que él viaja a su país, Italia, y yo a Argentina. En el vuelo, solo puedo pensar en lo emocionado que estoy por reunirme con todo lo que extraño. ¡Vamos, Argentina!

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