01. La melliza misteriosa.

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Maratón 1/2.

01 | La melliza misteriosa.


14 de enero de 2024.

Mateo.

Un fuerte estruendo en el cielo me sobresaltó, logrando que mis ojos se abrieran después de casi cinco horas en las que decidí descansar la vista y caer profundamente dormido, fue gracias a eso que me enteré que ya habíamos llegado a destino y nos encontrábamos en un estacionamiento repleto de autos caros. Era inevitable no darse cuenta que afuera había una lluvia torrencial, porque el fuerte ruido que provocaban las grandes gotas que caían sobre el techo del lugar eran imposibles de ignorar.

Fue ahí cuando todo comenzó, una tarde de lluvia donde lo único que quería era encerrarme a dormir un año entero.

Hace algunas horas que habíamos dejado Buenos Aires atrás para llegar hasta Pinamar en unas minis vacaciones "familiares" junto a mi viejo, la novia y sus dos hijos. Y ahora que lo pensaba había sido una mala decisión el salir de joda con Alexander un jueves por la noche porque apenas nos dio tiempo a dormir tres horas antes de partir.

Mi papá nos sacó casi corriendo de la cama y nos obligó a cargar las cosas al auto para emprender viaje hasta el hotel de los exs suegros de Paula —quien es la actual pareja de mi papá—, ya que decidió pasar su cumpleaños con todos nosotros en la costa argentina. Por lo tanto, con mi amigo nos dormimos absolutamente todo apenas subimos al auto, y lo peor es que ahora se me explotaba la cabeza de la resaca que me cargaba.

—¿Cuánto tiempo se supone que nos vamos a quedar? —cuestioné adormilado, bajando del auto con pesadez.

—No sé, mi vieja tiene un pedo en la cabeza si piensa aparecer como si nada después de separarse de mi papá.

—¿Qué dijiste, Alexander? —apareció de la nada la mujer, mirándolo bastante mal a su hijo.

—El atrevido acaba de decir que tenes un pedo en la cabeza. —lo mandó al frente la menor.

—Pero cállate, chusma.

Su hermanita le sacó la lengua y se acercó a mi papá, quien se encontraba en la parte de atrás bajando todas las cosas del baúl.

La más chiquita de la casa tenía cinco años y le encantaba mandarnos al frente con nuestros papás hasta por la mínima cosa. Pero más allá de eso yo la adoraba, la enana se hacía querer desde el primer momento en el que la conoces y como con Alexander teníamos exactamente la misma edad, logramos hacernos amigos desde que nuestros viejos nos presentaron por primera vez. Con la única que no me llevaba —y de hecho ni siquiera la conocía en persona— era con su otra hija; al parecer existía una melliza misteriosa de la que poco se sabe porque no se lleva para nada bien con su mamá.

Si no fuera porque Paula tiene millones de fotos por toda la casa de ambos hermanos cuando eran chicos y eran exactamente iguales, hasta empezaría a dudar que sea verdad lo de su existencia porque nunca tuve la oportunidad de conocerla en los últimos dos años.

Ni siquiera existió un mínimo encuentro entre nosotros. Nada.

A todos los miembros de su familia —los pocos que yo conocía claramente— siempre los escuché hablar muy bien de ella, pero a mí no me parecía muy de buena mina que ni siquiera se moleste en arreglar las cosas con su mamá y se la pase ignorándola todo el tiempo solo por un capricho de ella. Muchas veces la vi a la mayor entristecida porque siempre intenta convencerla de verse para poder hablar y arreglar las cosas, pero ella siempre terminaba haciéndole saber que no estaba interesada en mantener ningún tipo de vínculo con algún integrante más de nuestra casa que no sean sus dos hermanos.

latidos; truenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora