Una historia donde Karl... ¿Habla?
Así es, una historia donde Karl, el mapache mascota de Poe habla y le da consejos de amor a su dueño para conquistar al chico de sus sueños, Ranpo Edogawa, aquel chico que lo traía loco, aquel chico que admiraba ta...
Tal y cómo era de esperarse, por la mañana Poe no dejaba de contar emocionado todo lo que vivió la noche anterior con Ranpo, el mapache ya estaba harto de escucharlo ya que llevaba por lo menos TRES HORAS hablando de lo mismo. Aún así, no todo era bueno.
Ranpo no le había escrito para nada, lo cual era raro ya que tal y como lo era en vida real, es demasiado parlanchina por chat, Poe sentía algo raro en si mismo, duda, temor y una especie de dolor en su pecho.
— Tal vez solo esté ocupado... ¿No? — Poe dijo en voz baja para si mismo y se fue a su habitación dejando al mapache dormido en la sala.
—Si, tal vez solo esté ocupado... O enojado... O lo espantaste... O simplemente se dió cuenta de que eres una mierda de persona con la que no vale la pena invertir tiempo de calidad...
Había empezado a sobrepensar.
Edgar es un chico de pensamientos profundos y de mirada perdida, siempre absorto en el laberinto de su mente. Cada paso que daba iba acompañado de un torbellino de preguntas sin respuesta, especialmente en lo que se refería a su relación con el... Ranpo.
Desde el momento en que lo conoció, su mundo se transformó en un paisaje de emociones turbulentas. Cada gesto, cada palabra intercambiada, fue analizada y diseccionada en busca de algún indicio de lo que el azabache sentía por él. Se preguntó si cada sonrisa que le dedicaba era genuina o simplemente un acto de cortesía. Se torturaba con la idea de si sus conversaciones tenían para Ranpo el mismo significado que para él.
No hubo día en que no se viera atrapado en una vorágine de dudas. ¿Era sólo un amigo para el? ¿O tal vez algo más? ¿Le correspondia? La desconfianza lo consumió, erosionando su confianza en sí mismo y lo que creía sentir por el.
A pesar de sus esfuerzos por racionalizar sus sentimientos, no pudo evitar sentir que él lo necesitaba mucho más que Edogawa a él. Se sentía insignificante a su lado, como si el fuera una pieza intercambiable en el rompecabezas de su vida, mientras el ocupaba un lugar central en la de él.
Cada momento compartido con el en aquella cena fue una montaña rusa de emociones. La alegría de su compañía se vio perturbada por la sombra del desconcierto, siempre acechando en los rincones de su mente. Se aferraba a cada palabra amable, a cada gesto amoroso, como si fueran bálsamos temporales para su alma atormentada.
Y así, se encontró atrapado en un ciclo interminable de pensamientos excesivos y dudas. ¿Debería confesarle sus sentimientos y correr el riesgo de perder su amistad? ¿O debería resignarse a vivir en la oscuridad de la incertidumbre, soportando el peso de su amor no correspondido?
En su corazón, sabía que no podía seguir viviendo en la penumbra de la duda para siempre. Pero el miedo al rechazo y a la pérdida lo paralizó, dejándolo atrapado en un laberinto emocional del que no encontraba salida.
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